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sábado, 29 de diciembre de 2012

CON LA MUERTE EN LOS TALONES






Hemos hablado en varias ocasiones de los "relatos cómplice". Son esa clase de relatos que, para ser entendidos y apreciados en su totalidad, necesitan que el lector conozca el tema de antemano, sepa de qué está hablando el autor. Cuando este conocimiento se da, el gozo lector se multiplica por razones obvias. Cuando no se da... bueno, el autor ya sabía a lo que se arriesgaba.

(Si alguien quiere saber de qué va este relato antes de leerlo, bastará con que busque "Premio de San Marino, 1994")











QUÉ CERCA ESTÁ LA META

—Et bien —dijo el doctor guardándose el martillo de reflejos en el bolsillo de la bata y dándole una palmada en el muslo—... parece que no hay nada serio. Pero  —continuó— si crees que lo necesitas, puedo darte algo suave para que esta noche duermas bien.
No, no quería nada que le ayudara a dormir. No lo necesitaba. Lo importante era que no había nada aparte del dolor de la torcedura, que ya estaba desapareciendo arrastrado por el analgésico que le había inyectado el enfermero. De haber dependido de él ni siquiera se habría acercado a la Unidad Médica pero el Jefe de Equipo había perdido los nervios al ver su gesto de dolor y poco había faltado para que lo llevaran en volandas hasta el consultorio. Ya se sabe lo que son estas cosas, sobre todo el día antes. Que el piloto se tuerza un tobillo es un drama sólo comparable a que los ingenieros descubran en el paddock que la válvula de admisión de la gasolina falla al pasar de diez mil vueltas.
—Gracias, doctor.
El tobillo apenas se resintió cuando puso el pie en el suelo. El doctor le pasó un brazo por encima del hombro amigablemente.
—Te acompaño.
Salieron al aire libre. El rugido de los motores a lo lejos actuó como un potente estimulante. Allí estaba el enemigo al que había que vencer, el rival al que había que demostrar quién era más fuerte. Rectas y curvas eran las únicas armas de aquel anillo de asfalto retorcido mientras las suyas, las de él y las de todos los que se sentaban en aquellos cubículos imposibles y cogían el volante, eran, ante todo, la resistencia al vértigo de la velocidad casi imposible y la sensación segura de que carrocería, motor, volante..., todas las piezas de la máquina, eran una prolongación precisa y bien entrenada de la potencia de sus músculos, los siervos obedientes de las órdenes de su cerebro. Los demás conductores no importaban o importaban menos. Adelantar a un contrincante era relativamente sencillo: sólo había que conocer sus gustos, sus manías, su forma de competir, saber el alcance de su máquina, y, conociendo el circuito,  buscar el momento oportuno. Lo realmente difícil era conseguir salir con éxito, vuelta tras vuelta, de una curva como la de Tamburello.
—¿De verdad no quieres nada? —insistió el doctor.
No, no quería nada. Cuando uno toma una decisión asume todas las consecuencias. Él había decidido ser piloto de Fórmula 1 y en la Fórmula 1 los pilotos, a veces, se mataban. Pero también se caen los albañiles de los andamios y se asfixian los mineros con las emanaciones de grisú. Cada profesión tiene sus riesgos.
—No, doctor, gracias.
—La verdad es que te veo muy tranquilo... y me extraña un poco. Desde que nacemos todos llevamos la muerte en los talones pero algunos os empeñáis en facilitarle el trabajo.
Levantó la cabeza y sonrió al cielo nublado y lluvioso de finales de abril.
—Es que...  ¿sabe una cosa, doctor? Estoy seguro de que lo que le ha pasado a Ratzenberger jamás va a pasarme a mí.
El doctor miró a lo lejos, a las gradas de la tribuna.
—No sabes cuánto me alegra oírte decir eso, Ayrton.
 

(In memoriam Ayrton Senna)

8 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Gracias, Carmen.
      Ays... me encanta escribir para vosotros, os gusta todo, jamía, qué premio gordo.
      Un abrazo gordo también.

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  2. Es un lujo pasearme por tu blog y leerte. Desde luego, lo vistaré a menudo. Te dejo la dirección del mío por si coges el taxi y te pasas a beber agua de mi pozo. Un beso muy grande.

    www.carmenmarinarodriguezsantana.blogspot.com

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    1. Gracias, Carmen. Ahora mismo añado ahora mismo.
      Un abrazo, preciosa.

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  3. Qué precisión literaria y cómo hacer un misterio de las horas previas a las que fatalmente conocimos después. Maestra.

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  4. Gracias, Rafa, gracias.
    Sólo soy una más de tus alumnos.

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  5. ¡Jamía! Ná se te pone por delante, así sea el Gran Premio de San Marino o de San Eustaquio, te los pones de montera.
    Besitos, preciosa.

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    1. Rosa preciosa, ya sabes que la ignorancia es muy atrevida. La mía se atrevió a escribir sobre un tema del que desconozco casi todo así que me alegra saber que no lo hice tan mal.
      Un abrazo enorme.

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