Translate

jueves, 19 de febrero de 2015

HUESOS

Mi adicción a la serie Bones me llevó a proponer este tema en la IV edición del (nuevo) Tintero Virtual.
El relato me salió un poco Serie Negra, claro.




Imagen tomada de www.verdeesvida.es





EL MACIZO DE HORTENSIAS


Veinticinco años antes, Lucas había tenido la primera noticia de su tío Luis.
Había encontrado la foto en el fondo de una de las cajas del desván. Su padre había muerto una semana antes y su madre había decidido hacer un nuevo orden en la casa. El nuevo orden consistió en vaciar armarios, quemar las cortinas de su dormitorio y toda la ropa de su cama de matrimonio, cambiar los muebles de sitio, esconder en un baúl las escopetas de caza de su marido y juntar todas sus pertenencias para decidir qué hacer con ellas.
La foto mostraba la imagen de un hombre joven, sentado en una hamaca, que sostenía sobre sus rodillas a un niño de unos dos años en el que Lucas se reconoció de inmediato. El hombre, sin embargo, se le resistía. Sus facciones le resultaban familiares pero no conseguía identificarlo con ninguno de sus parientes. Parecía alto, como su tío Ramón, y tenía el pelo claro, como casi todos sus primos. Se fijó en las manos, que sujetaban al niño por la cintura, y desaparecieron las dudas: aquel hombre tenía que ser de su familia.
Sin soltar la foto, bajó hasta la sala, donde su madre estaba quitándoles las fundas a los cojines del sofá.
—Mamá —dijo, poniéndole la foto delante de los ojos—, mira lo que he encontrado. ¿Quién es?
El rostro de su madre se tensó y tardó unos segundos en contestar.
—Es… tu tío Luis.
—¿Mi tío Luis? No sabía que tuviera… ¿Es hermano de…?
—… de tu padre — le atajó su madre.
Lucas abrió la mano junto a la foto y extendió los dedos.
—Tiene las manos como yo…
Su madre sacudió el cojín con tal fuerza que algunas plumas salieron despedidas. Flotaron suavemente hasta el suelo.
—Y como tu abuelo.
—¿Dónde está ahora?
Una pausa más larga que la anterior precedió a la respuesta.
—En realidad —la voz de su madre sonó grave y tajante—, no sabemos. Un día fue a la capital a comprar herramientas y no volvió.
—Ah…
No quiso hacer más preguntas. Tuvo la impresión de que su madre no habría querido contestarlas. Volvió al desván, dejó la foto donde la había encontrado y bajó de nuevo.
—¿Adónde vas? —preguntó su madre al verle pasar hacia la puerta.
—A montar un rato en bici.
—¡No te acerques a las hortensias!

Veinticinco años después, Lucas volvía al pueblo para enterrar a su madre y hacer un nuevo orden. Hacía falta porque tanto la casa como el jardín acusaban un abandono de mucho tiempo. La enfermedad de su madre había sido larga y la había dejado sin fuerzas. Los muebles acumulaban polvo, los suelos crujían, las ventanas no ajustaban bien y las malas hierbas se habían adueñado del jardín.
Se acercó al macizo de las hortensias y recordó la prohibición, decretada por su padre primero y mantenida por su madre después, de acercarse a él. Donde antaño hubo una fronda de intenso color verde salpicada de flores azules solo quedaban troncos y ramas desnudos. La tierra estaba removida, seguramente los gatos de los alrededores habían hurgado allí buscando ratones o algún topo había considerado cavar allí su madriguera.
Una mancha blanca destacaba sobre el fondo oscuro de la tierra. Se agachó para coger lo que pensó que era una piedra pero cuando lo tuvo entre los dedos comprobó que se había equivocado. Aquello tenía todo el aspecto de ser un hueso. Lo dejó a un lado y escarbó cuidadosamente alrededor del hueco que había dejado.

Dos horas más tarde, Lucas había dejado al descubierto, con todos sus huesos, el esqueleto de un hombre adulto.

Tenía seis dedos en cada mano y un orificio de bala en la frente.



Nota: Esta versión del relato no es la misma que aparece en el Tintero Virtual de Netwriters. Esta está modificada (y mejora notablemente) siguiendo las indicaciones de Carmen Fabre y Ana García, que supieron ver algunos fallos y tuvieron la generosidad de indicármelos.

jueves, 12 de febrero de 2015

EMOCIÓNAME


A veces los temas que parecen más difíciles son los que provocan mejores ideas.
Cuando Ultralas propuso "Emocióname" como tema para la III edición del Tintero Virtual de Netwriters pensé que no se me ocurriría nada pero...
Las musas son de natural caprichoso.






Imagen tomada de www.taringa.net




QUINCE MINUTOS

Mira, seré bueno. Son las diez menos cuarto, llevas aquí muchas horas y sé que estás cansado, así que te voy a dar unos minutos, pongamos… quince, quince minutos, hasta las diez en punto, ¿te parece? Es tiempo más que suficiente para alguien listo y astuto como tú. Estás un poco alterado, lo comprendo. Este sótano es húmedo y frío, tienes hambre, sed, es muy probable que también tengas sueño, has gritado hasta desgañitarte sin que nadie te oyera y la postura no es nada cómoda. Eso bastaría para sacar de sus casillas a cualquiera. Pero tú eres un tipo duro, muy duro… Aguantas bien la presión y no es fácil hacerte perder la calma. Tienes sangre fría, lo demostraste en varias ocasiones a lo largo de estos años, así que estoy seguro de que puedes serenarte, abstraerte de este entorno y concentrarte para pensar, para organizar una estrategia, elegir los argumentos adecuados y contarme algo que me convenza, que me haga comprender lo que hiciste.

Vamos, no te desmorones ahora. Tú, que has aguantado el tipo como un valiente delante de jueces y fiscales, no te vas a venir abajo justo cuando te estoy dando una oportunidad, cuando te ofrezco una posibilidad de alivio. Tal vez no la merezcas pero, ya ves, soy generoso. Comprendo que es difícil pensar con claridad cuando se está atado a una silla y muerto de cansancio, pero, la verdad, qué es eso para un hombre como tú, metódico y calculador, capaz de organizar hasta el último detalle, de ejecutar sus planes con rigor matemático, de negarlo todo cínicamente; un tipo capaz de sonreír con sarcasmo mientras dice “Está loca, se lo ha inventado todo”. Esto es una minucia comparado con lo que eres capaz de hacer, no me decepciones.

Así que… sí, te voy a dar quince minutos. Tendrás quince minutos para explicarme, para contarme lo que quieras, sea verdad o mentira; que tu madre se emborrachaba y que tu padre os pegaba todas las noches cuando volvía a casa, que en el colegio había un cura baboso que abusaba de ti, que en tu juventud perdiste a una novia de la que estabas enamorado como un loco… Puedes contarme lo que sea, cualquier cosa, pero, eso sí, hazlo bien. Saca el gran actor que llevas dentro y muéstrame tu talento, tu habilidad, improvisa un buen guión, interpreta tu mejor papel. Consigue que te compadezca, que te comprenda, que me conmueva  hasta las lágrimas; emocióname hasta que considere la posibilidad de dejarte marchar.


Tendrás que esmerarte porque te va mucho en ello. Si lo logras, podrás considerarte afortunado porque solo te cortaré los huevos y morirás desangrado en pocos minutos. Si lo haces bien, si me convences, te habrás ganado una muerte tranquila.  
Si, por el contrario, no logras que comprenda y perdone lo que le hiciste a mi hija, lo que les hiciste a las otras dos chicas, me marcharé y te abandonaré aquí, atado a la silla. Dejaré un cubo de agua lo bastante cerca para que puedas agacharte y beber.  Eso te dará unos días más, los suficientes para que tengas tiempo de recapacitar, de recordar lo que hiciste y preguntarte por qué lo hiciste, de averiguar en qué falló tu discurso, de recordar el descuido que te hizo caer en mi trampa y te trajo a este sótano y a esta silla, de suplicar estar muerto antes de que empiecen a devorarte las ratas.


Vamos, tienes quince minutos. Cuéntame, explícame, emocióname.


martes, 3 de febrero de 2015

MENTES CRIMINALES

No creo que se haya arrepentido, solo se ha acostumbrado.





Imagen tomada de blogs.21rs.es


SIN RETORNO

Nunca pensé que esto pudiera llegar a gustarme. Estaba seguro de que no lograría acostumbrarme a esta vida, de que echaría de menos mi casa, los días de paciente trabajo en el  sótano, la fascinante tarea de buscar el material necesario para mis experimentos, la aventura de ocultarme bajo una apariencia que no levantara sospechas.
Pero, al final, esta rutina ha conseguido atraparme. Comidas, paseos, actividades, sueño… Todo está organizado en un horario que no admite desviaciones y los días son iguales unos a otros.
Pero me gusta. Si me fuera, extrañaría a los compañeros, echaría de menos las partidas de dominó en el patio. Incluso la voz que anuncia el  final del último recuento.

No, no volveré a casa.