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sábado, 28 de marzo de 2015

HDP

Una de las muchas caras de la maldad.





Imagen tomada de tt-sys.com





EL GALLO DEL CORRAL


Fue fácil convencer a papá de que me dejara el coche. Como últimamente está tan liado con el trabajo, saliendo de viaje casi a diario, casi no se dio cuenta de la excusa tan tonta que le puse y cuando le pregunté si le importaría llevarse el coche pequeño me miró distraído mientras guardaba unos calcetines en la maleta y me dijo que sí, que sin problema. Estoy seguro de que ni siquiera me oyó, tenía toda la pinta de estar pensando en cualquiera de los muchos problemas que, según dice, tiene ahora, supongo que ahí se incluye la mujer con la que me dijo Roberto que le vio el otro día almorzando en un restaurante del centro.

A mamá… pues lo de siempre: que me voy con los amigos, que cenaremos por ahí y tomaremos unas copas, que no me espere levantada. Ha puesto cara de disgusto y ha dicho que se irá a dormir a casa de la abuela, porque no le hace gracia quedarse sola de noche, siempre está con el miedo a los ladrones y a esas bandas del Este que asaltan chalets, y papá no vuelve hasta mañana, pero no ha conseguido que me dieran remordimientos de conciencia.

Se van a enterar el chulo ese del Borja y su panda de pijos. Ayer me contó Arturo que las apuestas se han disparado, veinte a uno. Estos desgraciados no saben con quién se juegan los cuartos, no saben lo que Carlitos es capaz de hacer sobre todo cuando le retan. Tres o cuatro cubatas bien cargaditos, una rayita de ese polvo tan bueno que tiene siempre el Chispas y vamos… me voy hasta Jaén a doscientos. O hasta Málaga. Sin levantar el pie por muchos que vengan de frente. Se van a enterar.



Creo que esta es la última vez que me arriesgo a hacer el viaje de noche. Por mucho café que tome, por muy alta que ponga la música, por mucho que intente animarme pensando en que me espera Sofía, llega un momento en que el cansancio me vence y temo quedarme dormido al volante.

Necesito unas vacaciones. Son muchos meses con una tensión difícil de aguantar, todo el día con la cabeza dando vueltas a los mismos problemas. Este es un momento difícil para la empresa y desde arriba van apretando las tuercas. Lo malo es que la presión, cuando llega a nuestro nivel, ya es inaguantable.

Y luego está Sofía, claro… Hay que disimular, sobre todo, no tanto porque Merche no vaya a creerse que tengo una cena de trabajo sino porque no note mi cara de felicidad cuando vuelvo a casa después de estar con ella.

Y Carlitos, que no sé a qué aspira pero que no da palo al agua y me temo que no va a aprobar ni una. Se piensa que la Universidad es como el colegio y que va a poder aprobar poniéndose a estudiar la víspera del examen, esa manía suya de creerse más listo que nadie. Y esos amigos con los que va…

Lo cierto es que, entre unas cosas y otras, llevo unos meses que, en vez de vivir, lo que hago es sobrevivir como puedo. Como si mi vida fuera un coche y lo estuviera conduciendo en automático. Por cierto… ¿para qué me dijo Carlitos que quería el Audi?




—Cada día lo llevo peor —dijo el cabo de la Guardia Civil mirando hacia los dos coches, mortalmente abrazados en choque frontal— ¿Qué tienen en la cabeza estos gilipollas?
Un número se acercó con dos tarjetas en la mano.
—Mire, mi cabo—, dijo, y le mostró los dos carnets de identidad mientras alumbraba con la linterna.
El cabo se inclinó un poco para leer mejor, miró primero los apellidos de un carnet, luego los del otro, luego la dirección, que era la misma en ambos, y, por último, la foto del primero y la del segundo. Clavó la vista en uno de ellos.
—Hijo de puta —murmuró—… acaba de dejar viuda a su madre…



lunes, 9 de marzo de 2015

WALK ON THE WILDE SIDE

Ciento veinte palabras para una historia montada sobre la base de una de mis canciones favoritas.
¿Nunca habéis pensado que nuestra biografía es una banda sonora?




Imagen tomada de fivelstad.deviantart.com



WALK ON THE WILDE SIDE

Una voz masculina empieza a dibujar suavemente la luz anaranjada del local, los ángulos rectos del sofá, el estampado de los cojines. La canción avanza y, a su compás, se va perfilando la escena. Hay más gente, pero están solos. Sobre la mesa descansan las copas que han pedido. No hay posavasos y cada trago deja un nuevo círculo húmedo en el cristal.
Pero es el saxo el que completa el cuadro. Grave, sincopado, sus notas poco a poco conjuran una mirada, el calor de un cuerpo junto al suyo, unas manos tímidas, una voz de confidente y una leve sonrisa en aquella boca que entonces ya sabía que adoraba.
Cierra los ojos y la canción se convierte en ella.