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miércoles, 30 de octubre de 2013

APRENDIZ DE BRUJO


Otro divertimento, no tengo ganas de cosas serias.




FÚTBOL ES FÚTBOL


—Marga, hija… perdona que no te llamara pero es que acabo de entrar en casa en este momento, ya ves qué horas, me he tenido que pasar por el súper porque ya no me quedaba de nada en casa, ni leche ni zumo ni yogures ni nada, llevamos unos días horribles…
— …
—Sí, sí, Nacho me dio el recado, me dijo que habías llamado para concretar lo de la cena pero es que yo igual ni puedo ir…
— …
—Pues hija, por lo de mi sobrino…
— …
—Claro, si no nos ha dado tiempo a contárselo a nadie, una cosa rarísima, Marga, hija…
— …
— …sí, claro, Nachito te contaría lo que él sabe, pobrecito, no le hemos dicho más que lo justo, que su primo está ingresado y que le están haciendo pruebas, qué le vas a contar a un niño de siete años, ¿verdad?, pues eso, que su primo está malito pero que los médicos le están curando…
— …
—Pues sí, está afectado, ya ves que ellos pasan mucho tiempo juntos en casa de la abuela, fíjate que ni siquiera ha dicho nada de ir a verle, lo que pasa es que los niños son especiales para estas cosas, quiero decir que Nacho está normal, como si no pasara nada, pero la procesión seguro que le va por dentro, pobrecito mío…
— …
—Fue el sábado pasado, que estábamos todos comiendo en casa de la abuela, como siempre, y después de comer pues mi marido y mi cuñado se quedaron dormidos delante de la tele, también como siempre, que es lo que yo digo, Marga, que parece que el sofá estuviera tapizado con un somnífero, y mis hermanas y yo nos pusimos a jugar a la canasta con mi madre, que ya sabes que le encanta y solo puede jugar cuando vamos nosotras porque sus amigas son más de julepe y de cinquillo, y los niños se fueron al cuarto de jugar, que tienen allí juguetes porque como vamos mucho pues se los hemos llevado para que estén entretenidos, y ese día tenían unos muñecos nuevos, que se los había traído mi hermana la mayor que había estado en el Pirineo, unos ositos monísimos, hija, cada uno con su camiseta, la del Real Madrid para Nacho y la del Barça para mi sobrino, que yo le pregunté si no había ositos con camiseta de Cádiz para un amigo mío que es de allí y es muy del Cádiz y me habría gustado comprarle una; total, que los niños habían estado discutiendo porque para esto del fútbol, hija, se portan como los mayores y, no es por nada, pero mi sobrino es muy puñetero y ya en la comida había empezado a chinchar a Nachito con la cosa de la Liga y la Champions y todas esas cosas que ha ganado el Barça este año y que si el Madrid era un ruina y que a ver si echaban al Presidente; hija, a mí me asombra la memoria que tienen los niños, se saben unas cosas que vamos; el caso es que se fueron a jugar y siguieron discutiendo un buen rato, que les oíamos desde el salón, pero luego se callaron y fue mi hermana a ver y es que se habían puesto a jugar con la consola, tan amigos…
— …
—No, no, fue el domingo por la mañana, el niño se despertó bien pero justo después de desayunar empezó con unos dolores tremendos, mi hermana se pensó que sería un cólico de gases y lo metió en la cama y le hizo una manzanilla pero la vomitó enseguida y los dolores no se le pasaban así que levantó a mi cuñado y se llevaron al niño a Urgencias…
— …
—Claro, le hicieron todas las pruebas habidas y por haber pero como le veían nada le dejaron ingresado y les dijeron que tenían que continuar el estudio, que podía ser una apendicitis pero que en los análisis no salía nada así que había que esperar…
— …
— Pues de todo, Marga, hija, hasta una resonancia magnética de asas a ver si se veía algo, y todo rapidísimo, ¿eh?, que eso hay que reconocerlo, se han dado muchísima prisa con las pruebas, para que luego digan de la Seguridad Social, pero es lo que yo digo, que igual te hacen esperar para un juanete pero para las cosas urgentes de verdad van que vuelan; pero nada, ni en el TAC ni en la resonancia, ni en los análisis, ni en las radiografías, no sale nada…
— …
—De allí vengo, que me dijo mi hermana que fuera con ella porque mi cuñado hoy tenía que viajar y no podía y es que los médicos querían hablar con la familia para contarles cómo va la cosa, que va mal, y para decirles que han decidido meterle en quirófano y abrir, a ciegas, claro, porque no saben lo que buscan, pero que hay que hacer algo porque el niño sigue con esos dolores y no puede estar así…
— …
—Pues nos han dicho que mañana a primera hora, hija…
— …
—Mi hermana hecha cisco, claro, el niño cuatro días ingresado y no dan con lo que tiene, se imagina lo peor, claro…
— …

—Espera un momento, Marga, que Nacho me dice algo… No, cariño, no sé dónde está tu pesepé, tú crees que mamá tiene la cabeza para algo con todo este jaleo… ¡Nacho!, que te dejas el osito… Anda, si es el osito del Barça, seguro que al final hizo las paces con su primo y se intercambiaron los osos… ¡Nacho!, ¡que vengas a recoger el oso!... Por Dios, cómo son los niños de ahora, lo dejan todo tirado en el primer sitio que encuentran… ¡¡¡Nacho!!!, ¿¿¿Qué hace el oso de tu primo con todos esos alfileres clavados en la barriga???

domingo, 27 de octubre de 2013

JUEGO PELIGROSO

¿Ciencia ficción?





EL SOLDADO INVOLUNTARIO
  
Sobre el fondo violeta del atardecer se balanceaba el cartel colgado a la entrada del campamento. Grandes letras rojas, de un rojo intencionadamente parecido al de la sangre, proclamaban: “Para un soldado la duda es la muerte”.
Por eso, porque no quería tener ni un instante de vacilación, de duda, recorrió el almacén buscando las armas más adecuadas. Escogió un fusil ametrallador KAR15, una pistola Desert eagle del calibre .45, cinco granadas de fragmentación, un puñal y munición suficiente para acabar con cincuenta hombres. Se ajustó la mochila a la espalda: con las armas y los víveres pesaba casi treinta kilos.

El enemigo se había acercado peligrosamente. Los batidores habían informado de sus movimientos y el mando había sospechado que intentaban instalar un campamento a pocos kilómetros,  probablemente hacia el Noroeste. Tal proximidad suponía una amenaza muy seria para su propia posición. Había que llegar hasta ellos y destruir sus instalaciones, fueran las que fueran. Y le habían elegido a él.

No recordaba cómo había llegado hasta allí, hasta aquel presente en el que, con el uniforme de camuflaje y armado hasta los dientes, se disponía a  abandonar el campamento en medio de la noche. Su pasado, todo lo que le hubiera podido suceder hasta aquel momento, se le ocultaba entre las nieblas de una confusión que no conseguía disipar por mucho que pensara. No podía recordar si, por ejemplo, había tenido una familia, había estudiado en la Universidad o había ejercido alguna profesión. No podía recordar si alguna vez había estado enfermo o enamorado. En todo caso, cualquiera que hubiera sido su vida anterior, aquello era distinto. Aquello era otra forma de vivir, de enfrentarse al mundo: o matabas o morías, sí, pero era un pulso fascinante, una manera de probar las propias fuerzas, un apasionante reto al destino.


Sobre las copas de los árboles el cielo nocturno tenía un brillante color azul oscuro en el que apenas se distinguían las estrellas. Acababa de dejar atrás los restos aún humeantes de una pequeña casa, una construcción de piedra y madera que había ardido dejando media docena de cadáveres carbonizados. Eran enemigos, pudo distinguir algún resto de sus uniformes azules. Quizá los batidores los habían sorprendido. Registró los cadáveres y se quedó con un fusil de asalto y con la munición.
Se detuvo un instante, se apoyó en el tronco de un árbol y notó las huellas de la fatiga. Había perdido la noción del tiempo que llevaba avanzando por el bosque, sorteando obstáculos, ocultándose constantemente, esquivando a los espías enemigos. Era mucha tensión durante mucho tiempo y eso, a pesar del entrenamiento, hacía mella en los músculos, en los ojos, en el cerebro. Calculó que estaba muy cerca del objetivo y deseó llegar cuanto antes y cumplir con éxito su misión. Solo entonces podría retirarse a descansar.

El soldado enemigo se materializó delante de él, como llovido del cielo, con un alarido casi animal y el cañón del arma brillándole entre las manos. No dudó pero, una décima de segundo antes de que su mano alcanzara el fusil, vio el resplandor de los disparos, sintió el impacto en el pecho y escuchó su propio grito, mezcla de dolor y de rabia. Cayó hacia atrás, vencido por el peso de la mochila. Antes de que se le cerraran los ojos alcanzó a ver, en la cúpula celeste, una frase escrita con grandes letras amarillas: “Game over”.




jueves, 24 de octubre de 2013

TRABAJO DOMÉSTICO


Un divertimento. Yo, al menos, me divertí al escribirlo.


EL ARTISTA





Huguita, hija, perdona que te dé la brasa de esta manera pero es que, de verdad, necesito desahogarme un poco y tú eres de las pocas personas con las que tengo la suficiente confianza; si no pudiera contártelo, te juro que acabaría majareta, en serio te lo digo.

¿Quieres un poco más de infusión de valeriana? Yo es que la tomo mucho, por los nervios, ya sabes, y no es que lo diga yo pero me sale muy rica. Hija, qué bien que hayas venido, así podemos charlar tranquilas. Yo ya estaba necesitando descansar porque hoy, como comprenderás, me he dado una paliza. Tengo que aprovechar estos días, cuando se va de caza, claro, porque si no, estando él aquí, es imposible. Luego me digo que para qué tanto trabajo y tanto esfuerzo si en cuanto vuelve ya tengo otra vez la casa como un vertedero, pero es mi natural, qué le voy a hacer si soy limpia de nacimiento.

Y ésa es mi desgracia, claro, porque si me conformara, pues asunto arreglado. Él lo ensucia todo, yo miro para otro lado y se acabó el problema. Pero no, no es mi forma de ser. No puedo soportar el suelo lleno de manchas de pintura, las paredes, todo… Porque, creetelo, no tiene ningún cuidado, Huguita. Deja los cuencos tirados por cualquier parte y, claro, llegan los niños, entran sin mirar y los vuelcan y pisan la pintura y me llenan todo el suelo lleno de huellas; eso cuando no tienen la ocurrencia de pringarse las manos y estamparlas a continuación en las paredes, en cuanto me descuido tengo una colección completa de huellas palmares de todos los colores. Se lo enseñó él, ya ves, como si fuera una diversión, una gracia. Diversión para ellos, claro, pero no para mí, que luego tengo que ir detrás, renegando de todo lo renegable, limpiando huellas de pies y manos, y no veas lo que cuesta, que hay colores que no salen ni con agua caliente, sobre todo el rojo, que no sé con qué lo hace pero no hay quien lo quite, y encima el pringue de la grasa... Y él es igual, no creas que le importa lo que manche cuando está a lo suyo. Que digo yo que podría molestarse un poco y buscar la manera de pintar al aire libre. Pues no.

Y como encima el resto del pueblo le anima, pues para qué queremos más. El otro día vinieron unos cuantos vecinos y todo era alabarle el dibujo y los colores y el diseño y el movimiento de las figuras y qué bonito todo y qué artista eres, Tron. Y a mí se me llevaban los demonios porque me había pasado la mañana fregando como una loca una mancha violeta que no se iba ni pidiéndoselo de rodillas y porque el grupo de cazadores había quedado precioso después de que yo me estuviera dos horas borrando un monigote que el pequeño había pintado al lado del ciervo.

¿Te apetece una tortita de mijo? Están recién cocidas, como llevan ya dos días fuera pues me ha dado tiempo a hacer de todo, fíjate la de cosas que podría hacer si no tuviera que estar todo el rato detrás de él y de sus dichosas pinturas. A veces lo pienso y, te lo digo de verdad, Huguita, me da tanta rabia trabajar tanto para que no sirva de nada ni nadie me lo agradezca que el día menos pensado hago la maleta y me voy a la cueva de mi madre. De verdad te lo digo.

martes, 22 de octubre de 2013

ANATÓMICO FORENSE


¿Serie Negra? No sé, no lo parece, pero tal vez... 






LAS ÚLTIMAS COPAS


El doctor Lapuente apagó la luz de su despacho, cogió su portafolios y salió a la penumbra del pasillo donde la limpiadora comenzaba su turno.

—Hasta mañana, Josefina.
—Hasta mañana, doctor.

La mujer acompañó su saludo con una leve sonrisa que siguió al doctor hasta el aparcamiento del Anatómico Forense. Quizás aquella sonrisa, vecina al palo de la fregona, había sido lo único agradable de una jornada marcada por las malas noticias: una carta del banco le había notificado el lamentable estado de su cuenta corriente, todavía deudora de su ex-mujer; su hermana le había llamado para decirle que su padre había sufrido un nuevo ataque; su hijo le había comunicado, por correo electrónico, que había aceptado la oferta de la empresa y que a primeros de mes tenía que estar en Dubai.

Después de ocho horas a la intemperie, el interior del coche había sido invadido por una fría humedad que intentó disolver poniendo el aire acondicionado y la calefacción mientras conducía hacia el extremo opuesto de la ciudad. Allí, en una de las calles amplias y solitarias cercanas al parque, la barra del Edimburgo le esperaba como cada noche.

Tal vez la penumbra y una melancólica música celta no sean la compañía más adecuada para alguien que rebosa soledad, tal vez el whisky no sea el amigo ideal para alguien que ha perdido la costumbre de hablar con los demás para otra cosa que no sean necesidades laborales o convenciones sociales, tal vez el silencio no sea la medicina indicada para alguien que pasa ocho horas al día rodeado de cadáveres. Pero la decoración del pub produce un efecto casi acogedor, el barman tiene la virtud de parecer, sin serlo, un confidente, el taburete recibe su cuerpo cansado casi con la misma eficacia que un sillón orejero y las cuatro o cinco copas que bebe cada noche le permiten hacerse la ilusión de que olvida.

Y además está la muchacha. Casi siempre al otro extremo de la barra, casi siempre vestida con faldas cortas o con escotes que rozan la provocación, casi siempre fumando un cigarrillo tras otro y consumiendo su bebida en un lento y estudiado ritual… Casi siempre sola.

No había hecho falta que el doctor Lapuente preguntara por ella. Sin que nadie se lo hubiera pedido, el barman le había puesto al corriente: era nueva, era amiga de “alguna de las del parque” aunque más discreta que ellas, rusa o búlgara o de algún lugar muy al Este. Alguna noche, no muchas, había salido del Edimburgo acompañada.

Era menuda, tenía la piel pálida, el rostro pequeño y los ojos azules. Se movía con la precaución del animal que aún no conoce el territorio en que se adentra. Incluso cuando, con un lento ademán, se apartaba de la cara un mechón de rizos rubios, su gesto estaba impregnado de cautela.

Por un momento, el doctor Lapuente se imaginó acercándose a ella, hablándole torpemente con unas pocas palabras rusas que aprendió de pequeño, alargando la mano para apartar de su cara un mechón de rizos rubios que no dejaban ver los labios jugosos, serenos. Imaginó una sonrisa, una mirada que prometiera un mundo y una respuesta. Imaginó…
—¿Le pongo otra? —preguntó el barman.

Como cada tarde cuando empujaba la puerta de su despacho, el doctor Lapuente pensó en las ventajas de empezar a trabajar a las tres. El edificio se vaciaba casi por completo a esa hora y entre aquello viejos muros de ladrillo rojo solo quedaba el personal necesario para trabajar sin interferencias administrativas. No se perdía el tiempo atendiendo llamadas ni acudiendo a los requerimientos de los superiores ni charlando en los pasillos con cualquier ocioso. El horario le permitía también dormir hasta tarde, levantarse con el tiempo justo para ducharse, leer el periódico, comer algo y salir hacia el Instituto. Solo con imaginar una jornada con toda la tarde libre se ponía enfermo.

Así, con ese horario contracorriente, era más sencillo hacer frente a la vida cotidiana, ponerse la bata, los guantes, la mascarilla, las gafas protectoras, entrar en la sala de autopsias y dirigirse a la cámara número ocho, donde le esperaba su trabajo. Así, con una rutina en la que no quedaba tiempo para pensar, resultaba mucho más fácil enfrentarse al contenido de la bandeja, tapado con la sábana como todas las bandejas de su vida, aunque al tirar de esta aparecieran un cuerpo menudo, unos rizos rubios, unos ojos que supo azules aunque estuvieran semicerrados, unos labios, ahora secos pero aún serenos, que podían haberle prometido un mundo.



miércoles, 16 de octubre de 2013

LA DAMA DE NEGRO

Mi amigo Sap dice que canto por todos los palos. Yo creo que lo que ocurre, más bien, es que mi ignorancia es muy atrevida.






LA VIDA ES ASÍ 

ACTO III, ESCENA III

(Salón de la casa de Juan. El mismo mobiliario que en escenas anteriores. Luz baja. Juan está sentado en el sofá con la cara escondida entre las manos)

JUAN (sollozando lastimeramente): No es justo, no es justo...
                                                                                                
(Entra ELLA por la puerta de la izquierda. Es una mujer joven, alta, delgada, vestida con una larga capa negra con capucha)

ELLA: ¿El qué no es justo?
JUAN (sobresaltándose y limpiándose las lágrimas): ¿Eh? ¿Quién es usted? ¿Por dónde ha entrado?
ELLA (acercándose al sofá mientras habla): Digamos que soy una buena amiga. Y he entrado por la puerta, claro, es la manera más cómoda de entrar en los sitios. ¿Puedo sentarme?... estoy agotada. (Se sienta en el sillón de la izquierda sin esperar respuesta)
JUAN (mirándola con asombro): Curioso traje.
ELLA: Es el uniforme. No está mal, me gusta el color. Siempre es elegante. (Se acomoda los pliegues de la capa y cruza las piernas con gesto coqueto) Y bien, Juan, decías que no es justo. ¿El qué no es justo?
JUAN: No es justo que me haya dejado así, que se haya ido con él... (Pausa y amago de sollozo)... con mi mejor amigo...
ELLA: Eso ha hecho...
JUAN: Sí, eso ha hecho. Después de seis años... He estado seis años trabajando para ella, cuidándola, mimándola, pendiente de sus necesidades, de sus deseos, queriéndola, adorándola... y se va con mi mejor amigo. No es justo.
ELLA (con gesto de fastidio): Qué insistencia con eso de que no es justo... Vamos a ver, Juan, ¿qué es lo que no te parece justo? ¿Qué se haya largado olvidando seis años de entrega y te haya dejado tirado como una colilla?
JUAN: Exactamente.
ELLA: Juan, querido, aclaremos conceptos. Eso no es justo ni injusto. Eso son cosas que pasan.
JUAN: Ah, ¿no? ¿No te parece injusto que haya pagado así mi amor, mi entrega? Eso es injusto, la vida es injusta.
ELLA: Pobre Vida, siempre echándole la culpa de todo. Pobre hermana mía...
JUAN: ¿Hermana?
ELLA: Sí, hermana. Somos hermanas. Gemelas. Univitelinas, para decirlo con un término que puedas entender. Nacimos el mismo día a la misma hora y no podemos existir la una sin la otra. Y mi hermana, Juan, como yo, no hace sino acudir cuando la llaman. Ni ella ni yo tenemos nada que ver con la Justicia, querido.
JUAN: ¿No?
ELLA (Con gesto de fastidio): ¡Pues claro que no! La Justicia es cosa de los hombres, cariño. Los derechos, los deberes... son inventos humanos, constructos necesarios para regular vuestra convivencia. Pero vosotros lo confundís todo. Hay una guerra, una catástrofe, muere un niño pequeño, se mata un hombre joven en un accidente de tráfico y os falta tiempo para clamar “¡No es justo, no es justo!” Y no. Os equivocáis. Son las personas las que actúan de modo justo o injusto, correcto o incorrecto. La Vida y yo nos limitamos a hacer nuestro trabajo y te aseguro que no tiene ninguna relación con la Justicia ni con la Ética. A ver si os enteráis de una puñetera vez.
JUAN (pensativo): Entonces...
ELLA (enfática): Entonces... nada. Tu mujer puede haber sido injusta contigo porque ha correspondido a tu amor y a tu entrega con una canallada. Tu mujer, Juan, no la Vida. Si has de enfadarte con alguien enfádate con ella y con tu mejor amigo pero deja a la Vida tranquila, que bastante tiene con salir adelante en este mundo de locos.
JUAN: Ya, pero... lo cierto es que lo hacemos. Decimos que la Vida es injusta, que una muerte prematura, por ejemplo, es injusta...
ELLA: Eso es porque no os aclaráis. Los hombres sois tan torpes a veces... confundís la estadística con el derecho. Que la esperanza de vida sea de ochenta y tres años, por ejemplo, no significa que toooooooooodo el que nace tenga que alcanzar esa edad ni, de ningún modo, como vosotros decís, que tenga el derecho a alcanzarla. Sólo significa que tiene muchas probabilidades de morir anciano. Nada más. La Vida es un préstamo, Juan, en cualquier momento puede venir su dueño a reclamarla.
JUAN: ¿Su dueño? ¿Dios? ¿Existe Dios?
ELLA (con tono profesional): No estoy autorizada a contestar a esa pregunta.
JUAN (contrariado): Vaya... tenía auténtica curiosidad...
ELLA (Se levanta y se coloca la capa): Bueno... ahora que ya te he dicho lo que quería decirte... será mejor que me vaya.
JUAN (levantándose también): Espera, no te marches. Me... me apetece seguir charlando contigo. Desde que... (duda si decir el nombre)... ella se marchó... casi no hablo con nadie... no estoy de humor...
ELLA (pensándolo): Bueno, está bien. Pero... si me quedo... será por poco tiempo. Seguro que me llaman enseguida. Cada día me dais más trabajo: guerras, deforestación, contaminación de los mares... Una ya no sabe dónde acudir primero...
JUAN (animado): Da igual. Me conformo con un ratito. ¿Quieres que nos quedemos aquí o prefieres salir a tomar una copa?
ELLA: ¿Salir a tomar una copa? Por Dios, hace siglos que no hago eso. Ya me gustaría, ya, pero... con esta capa... daré mucho el cante, ¿no?
JUAN: Espera, creo que mi mujer no se ha llevado toda la ropa... (mirándola de arriba a abajo)... yo diría que tenéis la misma talla.
ELLA: Ah, estupendo.
JUAN (yéndose hacia la puerta del fondo): Por cierto, ¿cómo te llamas?
ELLA (pensando en voz alta): Señor, Señor... media hora hablando con él y todavía pregunta cómo me llamo... Mira que son torpes... (A Juan) Bueno... me llaman de muchas formas pero mi nombre es... Tánatos.

TELÓN 


                                          




domingo, 13 de octubre de 2013

LA BUENA MEMORIA

A veces tardo tanto que parece que me he olvidado de las cosas. Pero no. Lo único que ocurre es que soy vaga, vaguísima. 
Paloma Navarro, aquí tienes tu relato. Me ha salido en forma de micro (ya sabes, el reto de hacerlo en ciento veinte palabras), pero espero que te guste.







NUEVE SEGUNDOS


Todavía hoy, cuando recordamos a aquella criatura de carrillos hinchados y ojos saltones, un escalofrío recorre nuestro cuerpo, tal fue el horror de presentir que podíamos acabar en sus manos.

Por eso fue un alivio enorme verla llegar, acercarse y fijarse en nosotros. En aquel mismo instante supimos que nos elegiría y que seríamos felices con ella.

No nos equivocamos.

Ella es dulce, amable, cariñosa, y siempre ha cuidado de nosotros como si fuéramos algo realmente especial. Nunca olvidaremos el día que la conocimos y nos trajo a vivir con ella. Para nosotros fue el inicio de la mejor vida posible.

Realmente, no sé a qué  majadero se le ocurrió la idea de que nuestra memoria solo abarca nueve segundos.




martes, 8 de octubre de 2013

LLAMADA PERDIDA

Para hacer buena literatura de ficción científica hay que saber mucho de ciencia. Yo soy de letras de toda la vida así que supongo que mis osadas incursiones en este terreno tienen más fallos que otra cosa, pero confío en la generosidad de quienes me leen.




¿HAY ALGUIEN AHÍ?


“Papá, papá, contesta, por favor… Papá, nos hemos salido de la carretera, la moto está destrozada… Javier no se mueve y yo estoy llena de sangre… papá, papá, por favor…”

La señal partió del teléfono móvil 456 123 456 hacia el 457 200 101 pero nadie descolgó el 457 200 101. Al cabo de unos segundos, la llamada salió desviada hacia la estratosfera, atravesó la capa de ozono y  chocó contra uno de los paneles del “Swift”; rebotó y recorrió unos miles de kilómetros antes de estrellarse contra los restos abollados del “Explorer I”, que desviaron su trayectoria y la devolvieron a la Tierra donde impactó contra los muros de un viejo edificio de la Dorotheenstrasse de Berlín.

Maximilian Schmidt entró en el Habitáculo Unipersonal 135-A del edificio número 836 de la Urbe 1350-DE, dejó el maletín laboral sobre la mesa de la entrada y, sin quitarse el uniforme, fue a la zona de descanso y se dispuso a esperar al operario del Departamento de Descontaminación. Quiso comprobar que el problema no se había resuelto y conectó la pantalla general. A los pocos segundos, el fenómeno que llevaba repitiéndose noche tras noche desde hacía tres ciclos, apareció de nuevo. La voz surgió de la pantalla en negro y se impuso al ruido de fondo de la ventilación, llenó el aire del cuarto con su sonido agudo y angustioso. Desde la primera vez había sentido que aquella voz, que susurraba quejumbrosa, suplicante y asustada, estaba pidiendo ayuda. No podía entender lo que decía porque hablaba en una lengua desconocida para él pero la certeza de aquella petición estaba por encima de las palabras. Y, día tras día, había ido creciendo en su ánimo la angustia de la impotencia, de no poder hacer nada para aliviar aquel miedo, aquel dolor.
Y no podía soportarlo por más tiempo. O conseguía eliminar aquella injerencia en su espacio acústico o acabaría por enloquecer.



—Bueno —dijo el operario de Descontaminación cerrando su maletín laboral—, parece que el problema está resuelto.

—Eso espero —contestó Maximilian no muy convencido.
—Ya le digo que hemos tratado muchos casos en los últimos ciclos, ha sido una especie de epidemia, pero, de momento, no nos ha llegado ningún informe de reaparición, ni siquiera en casas tan antiguas como esta.

Max quiso saber más.

—¿Y son todos iguales?
—No, en absoluto —contestó el operario, que parecía dispuesto a hablar de su trabajo—, los hay de muchas clases. Algunos duran unos segundos, otros casi un minuto, unos son rápidos, otros lentos…
—¿Y el idioma?
—También hay de todo, los análisis del laboratorio fonológico dicen que hay muestras de todas las lenguas del pasado.
—Qué curioso, lenguas del pasado. Qué absurdo hablar cientos de lenguas distintas pudiendo entenderse en una sola. ¿Los han traducido?
—Esa opción ni se ha planteado. Sería costosísimo y además inútil, no serviría de nada ahora, después de tanto tiempo.
—Se perderán para siempre…
—No, no se perderán. No se destruye ninguno de estos registros, quedan todos guardados en un Archivo Especial. Ya sabe, cosas de la Dirección de Arqueología.
—Entonces si yo, por ejemplo, algún día…
—Si usted algún día quiere recuperar su fenómeno acústico no tiene más que entrar en nuestro Panel General, lo encontrará en “Arqueología Sonora”,  en el archivo de "Llamadas perdidas".

miércoles, 2 de octubre de 2013

UNA BICICLETA, UNA FOTO, UN TELEGRAMA...


¿Serie Negra? ¿Relato costumbrista? Ustedes dirán.







OLMO VIEJO


La verdad es que nunca habíamos sospechado nada, cómo iba nadie a figurarse una cosa así. Quiero decir que Amador fue toda la vida lo que se dice un hombre honrado y trabajador, que siempre se portó bien con su mujer y sacó adelante a sus hijos a fuerza de horas en la mina, pero siempre decía que era por ellos, para que pudieran estudiar y tuvieran un futuro mejor, lejos del pueblo y del maldito carbón, que envenena el cerebro y agujerea los pulmones.

Cuando murió la Carmina aguantó a duras penas, pero los niños aún eran pequeños y a él se le notaba que se comía la pena y tiraba para adelante con ese coraje que ya quisieran muchos que se las dan de valientes. No quiso volver a casarse y eso que no le faltaron oportunidades; la misma Adela, la prima de Carmina, no le habría hecho ascos, ya ve, pero él, cuando salía la conversación, siempre decía que no quería meter a una desconocida en su casa, que sus hijos, teniéndole a él, no necesitaban a nadie y menos a una que nunca sería su madre.

Luego los hijos se fueron, claro. Primero Antoñito, el mayor, que se fue a la capital y acabó de Ingeniero de Caminos, encontró trabajo enseguida y, como era listo, subió en la empresa y andaba siempre de acá para allá, incluso estuvo unos años en el extranjero; Amador se quejaba de eso, de que nunca paraba en el mismo sitio y de que apenas tenía tiempo de venir a verle pero el chico se ve que le decía que los puentes y los pantanos no se hacen todos en el mismo sitio.

Rafaelín, el pequeño, estudió para abogado y se fue a la capital a trabajar en un bufete de mucho renombre, según contaba Amador. Tampoco es que viniera mucho a ver a su padre pero algo más que el mayor sí venía, a fin de cuentas, él ya tenía su casa en la ciudad y el viaje en tren apenas eran seis horas. 

Pero, claro, Amador, quieras que no, se había quedado solo; él iba al bar y echaba sus partidas de dominó y veía el fútbol y esas cosas pero cuando llegaba a casa no había nadie esperándole. Y cuando se jubiló de la mina, pues peor, claro, porque tenía mucho tiempo libre y poco que hacer y ya se sabe lo que pasa, que cuando no se tiene faena se da en vicios, o en pensar, que no se sabe lo que es peor, así que dijo que tenía que buscarse algo que le tuviera ocupado para que la cabeza no se le fuera por donde no debía.

Bernardo, el de la ferretería, fue el que le animó con lo de la pesca, supongo yo que más por venderle el equipo que por otra cosa porque los ríos de por aquí no traen nada, alguna trucha escuchimizada y algún barbo despistado, no son como los de la otra vertiente, que llevan hasta salmones. El caso es que Amador se compró la bici y todos los días, de buena mañana, salía de casa con la caña y con el resto de los aperos y se hacía sus buenos kilómetros hasta la pesquera, a veces regresaba a mediodía pero otras se tiraba allí hasta media tarde; a veces había pescado algo, a veces volvía con la cesta vacía, pero le daba igual, decía que lo hacía por pasar el tiempo y estar entretenido, que en realidad a él el pescado no le había gustado nunca.

Al poco de eso fue cuando empezaron las obras de la térmica y el pueblo se llenó con los obreros y los oficiales de la central, las dos pensiones no dieron abasto a la avalancha de gente y empezamos a alquilar habitaciones, que era algo que nos venía bien a todos; a los del pueblo porque nos ganábamos unos duros y a los de fuera porque tenían un alojamiento apañado. Y Amador hizo lo que todos, alquilar uno de los cuartos que tenía vacíos, todavía le quedaban libres otros dos por si a los chicos les daba por venir, que no les dio, y durante los dos años que duró la obra, don Enrique, el ingeniero, vivió en casa de él.

Amador siguió con su cosa de la pesca pero ya no se quedaba hasta tarde, volvía a media mañana y se ocupaba de la comida de don Enrique, yo creo que hasta le lavaba la ropa y se la planchaba, como hacía con la suya, y todo era normal como en el resto de las casas del pueblo que habían cogido huéspedes aunque ellos, al ser dos hombres solos, se amigaron y andaban juntos a menudo, al bar los días de diario o a la pesquera los domingos, que don Enrique se ve que no tenía familia y se quedaba en el pueblo los fines de semana pero, vamos, nada raro.

Por eso le digo que estamos todos que no nos lo creemos porque, aparte del susto no verle en dos días, cuando vino la Guardia Civil y nos dijo que habían encontrado la bici y la ropa del Amador a la orilla de la pesquera nos pareció imposible, que estamos en enero y no es tiempo de bañarse, aunque sí que es verdad que, desde que acabaron las obras de la térmica y don Enrique se marchó, Amador no había vuelto a la pesca, que hasta se le había oxidado la bicicleta, pero lo que nos ha dejado de piedra ha sido lo de la foto de don Enrique, que dicen que era una que les hicieron una tarde en el bar, cuando la final de la Copa, toda arrugada en un bolsillo del pantalón, como si la hubiera estrujado con rabia… que yo no quiero pensar nada de nadie pero esto es todo muy extraño, que yo no me hubiera imaginado nunca jamás que el Amador… pero lo de la foto da que pensar… y el telegrama también allí tirado, hecho un rebujo…


Por cierto, ¿se sabe qué decía?