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jueves, 27 de noviembre de 2014

PÁJARO EN MANO

Lo he encontrado en el tercer cajón del armario.





Imagen tomada de 4librosyuncafé.blogspot.com



SUEÑOS VOLANDO


Carmina dormía profundamente, tendida de lado, de espaldas a la puerta. Las cobijas apenas la cubrían hasta la cintura y, en la penumbra del cuarto, distinguió el brillo del tirante del camisón, el contorno de su espalda marcado por un leve reflejo de luz.

Respiraba tranquila, sin mover apenas los hombros, relajada, abandonada a un sueño que Lucas imaginó lleno de imágenes placenteras, sosegadas, las únicas que pueden corresponder a una vida diurna que podría calificarse, con poco margen de error, de feliz.

Así era ella, reposada y dulce, serena hasta rozar el límite de la frialdad; así era su convivencia, plácida y sin sobresaltos, como un río que se deslizara, calmo y sin prisas, hacia la culminación de su curso.

Cogió las gafas, que esperaban sobre la mesilla la lectura nocturna, y salió sin hacer ruido. Después de la cena, Lucas había iniciado unas caricias que ella no había dejado prosperar. “Hoy no, cariño, me duele un poco la cabeza y me quiero acostar pronto”, había dicho con una sonrisa, “pero mañana…” Nadie como ella para conseguir que una negativa tuviera la apariencia de una promesa, para envolver las asperezas en papel de regalo. 

Fue a la cocina, se sirvió un vaso de zumo y volvió al salón. Desde la comodidad del sofá paseó la mirada por la librería y supo (quizás ya lo sabía desde antes, desde que había abierto la puerta del frigorífico) que iba a caer en la tentación.

El álbum de pastas verdes descansaba en el último estante, disimulado entre los tomos oscuros de una enciclopedia temática. Lo cogió con aire furtivo, como si estuviera sustrayendo un valioso ejemplar de una biblioteca pública, y lo abrió despacio, con la cautela con que habría abierto una maleta sospechosa de contener explosivos.

El álbum de Cecilia. Cecilia riéndose, la cabeza ligeramente echada hacia atrás para dejar al descubierto un cuello largo y tenso que desembocaba en el desfiladero de su escote; Cecilia sentada en las escaleras de una catedral con una irreverente minifalda, las largas piernas cruzadas con descaro y una camiseta ceñida que no hacía sino hacer patente lo que pretendía ocultar; Cecilia tumbada sobre la toalla en alguna playa escondida, de lado, como Carmina en el dormitorio, el breve biquini blanco destacando su piel dorada, la montaña rusa de sus curvas recortándose sobre fondo azul.

Con Cecilia nada era como había sido hasta entonces. Los días amanecían con el interrogante de lo impredecible; las noches llegaban con la expectación de ver cómo todos sus sueños, uno a uno, se veían realizados en una espiral creciente que nunca hubiera podido siquiera imaginar; las semanas y los meses transcurrían con la velocidad agotadora de una felicidad inquietante.
Fueron dos años de locura, de desazón, de desconcierto, de angustia por no saber en qué iba a terminar todo aquello o, quizá, de angustia por saber, por tener la certeza, de que todo aquello que le tenía loco y exaltado y desnortado y feliz hasta el agotamiento, terminaría irremediablemente, más pronto o más tarde pero terminaría, porque en este mundo ningún paraíso es eterno. 

Cecilia era el sueño de los sueños, demasiado perfecta para ser real, demasiado completa para permanecer, para quedarse. Los sueños son etéreos y nadie puede impedir que salgan volando, que nos dejen en el suelo con el deseo y la ilusión hechos pedazos a nuestros pies.


Cerró al álbum y los ojos al mismo tiempo y la imagen de Carmina dormida llenó la pantalla en negro de su cerebro. Fue al dormitorio y, sin hacer ruido, se acercó a la cama, se inclinó y, con una mezcla de tristeza y alivio, besó el hombro de aquel pájaro dormido, sensato y sereno, que nunca volaría de su mano.



2 comentarios:

  1. Los sueños, sueños son, pero los tuyos tienen la brillantez de la realidad.
    Un abrazo, Vichita.

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