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domingo, 16 de noviembre de 2014

EL ENEMIGO EN CASA

Show must go on y eso.




Imagen tomada de pinterest.com


FUNCIÓN DE NOCHE


Lilian Duval se miró al espejo una vez más para comprobar cómo su cutis resplandecía terso bajo las luces, sin una imperfección, sin una arruga; cómo sus ojos, agrandados por las sombras, el eye liner y el rímel, brillaban con chispas verdes de felicidad y de triunfo.
—¡Señorita Lilian, dos minutos! —dijo Felipe, el ayudante de escena, al otro lado de la puerta.
Las ondas caoba de su pelo cubrían apenas sus hombros, la diadema, que servía de soporte al espectacular tocado de plumas y pedrería, las apartaba de su rostro y las empujaba a caer por la espalda en roja cascada.
Sonrió satisfecha. Dos semanas antes, ella seguía siendo la mejor voz del coro, la bailarina más ágil y el rostro más perfecto, pero continuaba relegada a un vergonzoso segundo puesto detrás de Mary de Lys, la primera vedette, la estrella, la feúcha que tenía menos voz que ella, que bailaba bastante peor y que se movía en el escenario con la torpeza de un oso borracho, pero que contaba con una gracia y con una chispa que levantaba a los espectadores de sus asientos, que conseguía que aplaudieran entusiasmados al final de cada número aunque hubiera fallado una nota, aunque hubiera olvidado unos pasos de la coreografía.
—Cómo te comprendo, Lilian —había dicho Penélope de Utrera, la corista desparpajada a la que un día, reventando de impotencia, había confiado sus sentimientos—, realmente es injusto.
Era difícil saber en qué momento exacto tuvieron la idea, qué día concreto empezaron a urdir el plan, pero, después de varias semanas de no tener otro tema de conversación, lo lógico era que llegaran a ese punto en que se impone tomar una decisión.
—Cuenta conmigo —dijo Penélope, con las pupilas dilatadas por la excitación—, para lo que sea…
No hubo problema. El ansiolítico, que Lilian tomaba todas las noches para conseguir alejar de su mente la imagen de Mary de Lys triunfando una vez más, fue su herramienta; Penélope, la encargada de sacar a la vedette del camerino con la excusa de una prueba de vestuario y la propia Lilian la que dejó caer tres comprimidos, previamente reducidos a polvo, en el café bien cargado que Mary se tomaba antes de cada función.
Al día siguiente, todos los periódicos hablaban de la aparatosa caída de la vedette, cuando descendía por la escalera, al final del número que cerraba es espectáculo. La consecuencia fue una fractura de tibia y peroné que la tendría apartada del escenario varias semanas.
—¡Señorita Lilian, un minuto!
Había llegado su hora, el momento por el que había luchado toda su vida. El teatro estaba semivacío, muchas localidades habían sido devueltas por la ausencia de la Mary de Lys, pero ella estaba dispuesta a demostrarles a todos lo equivocados que estaban. Ella, Lilian, iba a cantar hasta que temblaran los palcos; ella, Lilian, iba a bailar con tanto arte que los espectadores iban a llorar de emoción; ella, Lilian, le iba a demostrar al mundo, aquella misma noche, quién era realmente la primera vedette.

El sueño duró lo mismo que la función porque, exactamente en el último número, cuando se disponía a descender majestuosa por la escalinata en la apoteosis final, algo le trabó el tobillo e impidió que su pie alcanzara el primer peldaño. En una de las volteretas de la caída, antes de notar el crujido de su cadera, llegó a ver la sonrisa triunfal de Penélope en lo alto de la escalera, su mano empuñando el bastón de majorette.


6 comentarios:

  1. Es evidente que ignoraba el refrán: Donde las dan, las toman y.., callar es bueno. Estupendo, Vichita. Un abrazo.

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    1. Gracias, doctora.
      Realmente, no se le pueden confiar secretos a cualquiera.
      Un abrazo enorme.

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  2. La traidora traicionada. En este mundo tan competitivo (y no solo el del espectáculo) parece ser que no hay que fiarse de nadie, solo de uno mismo y, eso sí, jugando limpio. Un relato excelente.
    Un abrazo.

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  3. Si es que no se puede ser malvada y confiada a la vez. Hay cosas que se deben hacer en silencio ;-)

    Me ha gustado mucho es relato, sobre todo con qué glamur has descrito a Lilian. Por un instante, incluso creí verla cruzando el pasillo de mi casa.

    Besos y abrazos.

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    1. Torpe Lilian, en el pecado tuvo la penitencia.
      No se puede, no.
      Un abrazo, preciosa.

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