Show must go on y eso.

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FUNCIÓN DE NOCHE
Lilian
Duval se miró al espejo una vez más para comprobar cómo su cutis resplandecía
terso bajo las luces, sin una imperfección, sin una arruga; cómo sus ojos,
agrandados por las sombras, el eye liner y el rímel, brillaban con chispas
verdes de felicidad y de triunfo.
—¡Señorita
Lilian, dos minutos! —dijo Felipe, el ayudante de escena, al otro lado de la
puerta.
Las ondas
caoba de su pelo cubrían apenas sus hombros, la diadema, que servía de soporte
al espectacular tocado de plumas y pedrería, las apartaba de su rostro y las
empujaba a caer por la espalda en roja cascada.
Sonrió
satisfecha. Dos semanas antes, ella seguía siendo la mejor voz del coro, la
bailarina más ágil y el rostro más perfecto, pero continuaba relegada a un vergonzoso
segundo puesto detrás de Mary de Lys, la primera vedette, la estrella, la
feúcha que tenía menos voz que ella, que bailaba bastante peor y que se movía
en el escenario con la torpeza de un oso borracho, pero que contaba con una
gracia y con una chispa que levantaba a los espectadores de sus asientos, que
conseguía que aplaudieran entusiasmados al final de cada número aunque hubiera
fallado una nota, aunque hubiera olvidado unos pasos de la coreografía.
—Cómo te
comprendo, Lilian —había dicho Penélope de Utrera, la corista desparpajada a la
que un día, reventando de impotencia, había confiado sus sentimientos—,
realmente es injusto.
Era
difícil saber en qué momento exacto tuvieron la idea, qué día concreto
empezaron a urdir el plan, pero, después de varias semanas de no tener otro
tema de conversación, lo lógico era que llegaran a ese punto en que se impone
tomar una decisión.
—Cuenta
conmigo —dijo Penélope, con las pupilas dilatadas por la excitación—, para lo
que sea…
No hubo
problema. El ansiolítico, que Lilian tomaba todas las noches para conseguir
alejar de su mente la imagen de Mary de Lys triunfando una vez más, fue su
herramienta; Penélope, la encargada de sacar a la vedette del camerino con la
excusa de una prueba de vestuario y la propia Lilian la que dejó caer tres
comprimidos, previamente reducidos a polvo, en el café bien cargado que Mary se
tomaba antes de cada función.
Al día
siguiente, todos los periódicos hablaban de la aparatosa caída de la vedette,
cuando descendía por la escalera, al final del número que cerraba es
espectáculo. La consecuencia fue una fractura de tibia y peroné que la tendría
apartada del escenario varias semanas.
—¡Señorita
Lilian, un minuto!
Había
llegado su hora, el momento por el que había luchado toda su vida. El teatro
estaba semivacío, muchas localidades habían sido devueltas por la ausencia de la Mary de Lys, pero ella estaba
dispuesta a demostrarles a todos lo equivocados que estaban. Ella, Lilian, iba
a cantar hasta que temblaran los palcos; ella, Lilian, iba a bailar con tanto
arte que los espectadores iban a llorar de emoción; ella, Lilian, le iba a
demostrar al mundo, aquella misma noche, quién era realmente la primera
vedette.
El sueño
duró lo mismo que la función porque, exactamente en el último número, cuando se
disponía a descender majestuosa por la escalinata en la apoteosis final, algo
le trabó el tobillo e impidió que su pie alcanzara el primer peldaño. En una de
las volteretas de la caída, antes de notar el crujido de su cadera, llegó a ver
la sonrisa triunfal de Penélope en lo alto de la escalera, su mano empuñando el
bastón de majorette.
Es evidente que ignoraba el refrán: Donde las dan, las toman y.., callar es bueno. Estupendo, Vichita. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, doctora.
EliminarRealmente, no se le pueden confiar secretos a cualquiera.
Un abrazo enorme.
La traidora traicionada. En este mundo tan competitivo (y no solo el del espectáculo) parece ser que no hay que fiarse de nadie, solo de uno mismo y, eso sí, jugando limpio. Un relato excelente.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Josep.
EliminarUn abrazo muy grande, amigo.
Si es que no se puede ser malvada y confiada a la vez. Hay cosas que se deben hacer en silencio ;-)
ResponderEliminarMe ha gustado mucho es relato, sobre todo con qué glamur has descrito a Lilian. Por un instante, incluso creí verla cruzando el pasillo de mi casa.
Besos y abrazos.
Torpe Lilian, en el pecado tuvo la penitencia.
EliminarNo se puede, no.
Un abrazo, preciosa.