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sábado, 26 de enero de 2013

RECUPERANDO A DRUNKA

A petición de Sole... un sueño recuperado.


 


 
SUEÑO

¿Cómo recuperar a Druncan (o Duncan, o Drunca)? ¿Cómo recuperar a Druncan Slívovitz (o Jolovitz, o Sajovitz)?
Era una tumultuosa reunión familiar a la que habían sido convocados todos los tíos, primos, sobrinos y abuelos posibles hasta, probablemente, el tercer grado de parentesco. Además, cada rama de la familia había invitado a, por lo menos, tres o cuatro amigos, con lo cual la casa era un hervidero de gente de todas las edades y de la más variada condición.
Ella ya le había visto antes (a Druncan), confundido entre la muchedumbre que pululaba por toda la casa. Se había fijado en su pelo profundamente negro y lacio, en sus ojos oscuros y algo rasgados, en su mandíbula cuadrada, en su nariz recta, en su boca sabiamente dibujada y en su estatura, que sobrepasaba en varios centímetros al más alto de sus parientes. Le recordó de inmediato al doctor croata de la serie “Urgencias”, el que había sustituido a George Clooney y estaba enamorado de la enfermera Hathaway. Pero cuando se lo presentó su tía (o su prima, no estaba segura), su nombre y su apellido se fundieron en un revoltijo indescifrable e irrepetible de vocales y consonantes.
—Es rumano —dijo su tía a modo de explicación.
Ella había abierto los ojos un tanto sorprendida: tenía la idea de que todos los rumanos se llamaban Romescu, Ionescu o incluso Ceaucescu. Es más, dedujo de inmediato, seguro que “ escu” significa “hijo de”.
—Ah, de allí era Nadia Comaneci —dijo, y pensó que Nadia tendría que haberse apellidado  Comanescu.
Él dijo algo entonces y su tía siguió la conversación y ella les escuchaba a los dos aunque no de debió prestar de demasiada atención a lo que decían porque no conseguía recordar de qué estaban hablando pero, en cambio, recordaba perfectamente que Drunca (o Druncan o Dunca) hablaba un español pausado y perfecto que sólo podía delatar su origen extranjero por la impecable pronunciación y por la corrección absoluta de la sintaxis. Llevaba diez años en España, eso lo explicaba todo. Tampoco recordaba si Drunca (¿o sería mejor Drunka?) la había visto a ella antes de que su tía los presentara, si él también la había mirado descubriendo sus ojos o su pelo como ella le había descubierto a él, alto, erguido, el perfil de su rostro de piel un tanto pálida recortándose sobre el fondo de las cortinas de color granate. Pero sí, tenía que haberla visto, tenía que haberla descubierto también y tenía que haber sentido algo súbito y muy intenso y totalmente ineludible e inaplazable, porque sólo así se explicaba que, unos minutos más tarde, estuvieran subiendo las escaleras hacia el desván, cogidos de la mano.
En los pocos segundos que duró la subida (él iba delante y tiraba suavemente de ella) tuvo tiempo de saber todo eso: que él también la había visto a ella y que había sentido algo parecido a lo que ella había sentido al verle, algo tan hermoso, tan escondido en un rincón de la memoria, que su súbita aparición había despertado sensaciones y sentimientos que creía desaparecidos y, por eso, no había podido resistir el impulso de cogerla de la mano y arrancarla de aquel barullo familiar y que lo había hecho porque quería tenerla para él solo, aunque fuera nada más que unos instantes; que subían hacia el desván y que ella conocía lo que iba a ocurrir a continuación como si hubiera ocurrido ya. En cuanto estuvieran a solas, en lo alto de la escalera, en el último rellano, iban a abrazarse y a besarse con tanta fuerza y con tanta pasión como si llevaran toda la vida esperando aquel momento; iban a buscarse la piel por debajo de la ropa y a acariciarse con el afán apresurado del que sabe que sólo dispone de unos minutos y, tal vez, iban a buscar un hueco escondido y ajeno al tumulto de la planta baja para satisfacer el deseo que no había hecho más que crecer desde que se habían visto.
Pero no lo consiguieron. Buscaron primero en la habitación que daba al último rellano, pero estaba ocupada por un matrimonio y sus dos hijos pequeños (ella no los conocía de nada, seguro que formaban parte del séquito de amigos que había traído alguno de sus parientes). Después intentaron entrar en el desván, pero la puerta resistió todos sus intentos de abrirla discretamente.
La imagen siguiente era la desolación de ver la figura de Drunka desaparecer entre un mar de cuerpos, tragada por la marea de varios tíos y primos que lo arrastraban hacia la biblioteca (seguramente querían enseñarle los tesoros bibliográficos de la familia) y la certeza de que no iba a volver a verle, de que, durara lo que durara la reunión familiar, Drunka no volvería a aparecer para cogerla de la mano y tirar de ella escaleras arriba, hacia el desván, a la búsqueda de un lugar oculto donde concluir lo que habían empezado.

Sería casualidad pero, unos días antes había leído (o escuchado en la radio o en la tele) que los sueños se desvanecen con más facilidad cuanto más pronto se abren los ojos y que permanecen mejor en la memoria si son revisados y reconstruidos en todos sus detalles antes de regresar definitivamente a la vigilia. Lo recordó en el momento preciso, en el instante en que comprendió que el sueño había terminado y que estaba despertando, y así tuvo tiempo de frenar el reflejo de abrir los ojos y de comprender que la única forma de retener a Drunka, de recuperar su pelo negro y su mirada y sus besos apresurados en lo alto de la escalera, de hacer perdurar en la memoria de su piel los escalofríos que las caricias de Drunka habían provocado, era hacer el esfuerzo de recordar el sueño desde el principio, desde que llegaba a la casa y sabía que se trataba de una reunión que había congregado a casi toda la familia, hasta el instante en que veía desaparecer a Drunka detrás de uno de sus primos mayores y, con él, la esperanza de satisfacer un deseo que creía muerto hacía mucho tiempo.


Llamó a casa para decir que no la esperaran a comer.
—Lo siento, no puedo decir que no. Es el delegado para toda España, acaba de llegar y ... En fin, hay que ir.     
No le apetecía en absoluto. En realidad, estaba deseando acabar cuanto antes, marcharse a casa y darse un baño caliente
El delegado regional, su jefe inmediato, estaba de pie junto a la barra. Frente a él, de espaldas a ella, un abrigo gris envolvía una  figura masculina.
—¡Hola, querida! —dijo el delegado regional abriendo los brazos y recibiéndola con un beso en la mejilla.
La figura alargada se volvió y entonces ella se encontró de pronto con un pelo negro y brillante, con una mandíbula cuadrada y con unos ojos negros que la miraron con una mezcla de curiosidad y de repentina simpatía.
—Te presento a Emil Petrescu, delegado nacional —se interrumpió  al ver que ella ponía cara de asombro y se apresuró a explicar: —  ...es rumano.

5 comentarios:

  1. Cómo me gusta, Vichoff. Creo que, a partir de ahora, comenzaré a revisar y reconstruir todos mis sueños antes de despertar, no sea que, como es el caso, sean premonitorios y los pierda por no estar atenta a las señales.

    Eres como Mary Poppins, casi perfecta ;-)

    Besos y abrazos.

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  2. Hazlo siempre que quieras recordarlos mejor. La teoría de reconstruirlos antes de abrir los ojos es cierta. De hecho, en el relato todo es cierto excepto la parte que corresponde a la "realidad". Soñé con Drunka, me llevó escaleras arriba cogida de la mano y, aparte de reconstruir el sueño con los ojos cerrados, escribí este relato para recuperarle.

    Un abrazo, preciosa, y gracias.

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  3. Pues menos mal que no dejaste que se perdiera en las líneas fronterizas del despertar: lo he leído con una sonrisa en la cara y en el corazón. Es un relato que reconcilia hasta con la realidad más roma :)

    Gracias por ponerlo (a petición mía)
    Un abrazo enorme, querida Vichiescu.

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    1. Fue un bonito sueño, María.
      Gracias a ti.
      Veo tu abrazo enorme y subo dos besos.
      :-)

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  4. Los sueños, las oportunidades, lo que la vida te presenta aunque no sepas qué va a pasar...A por ellos, sin vacilar ni un instante.

    Hoy me has reconciliado con algo.

    Besos, emperadora.

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