Translate

martes, 8 de enero de 2013

LA CASA DEL SOLITARIO

Este relato es una mezcla de relato-cómplice y relato-homenaje. Cómplice porque hay que conocer el tema de antemano (aunque no demasiado cómplice porque... ¿quién no conoce este tema?) y homenaje porque lo es, al gran Borges, que me dio uno de los mejores ratos de lectura de mi vida y las claves para un relato perfecto con su cuento "La casa de Asterión" del cual lo que sigue es un pobre remedo.


ARTIST'S IMPRESSION OF THE PALACE OF KNOSSOS



LA CASA DEL SOLITARIO




El palacio está situado sobre una colina y sus muros son tan altos que por encima de ellos sólo alcanzo a ver el cielo. Solamente más allá del Propileos de Mediodía, por encima de la hilera de los cuernos de consagración, se asoman las copas atrevidas de algunos pinos y, hacia el Este, las lomas grises de unas viejas colinas.
El palacio es muy grande, tan grande que recorrerlo en toda su extensión demoraría varios días con sus noches. Pero yo llevo aquí tanto tiempo que conozco de memoria todos sus corredores, todos sus patios, todas sus alturas. En realidad, no tengo otra cosa que hacer.
Dicen que el mar está cerca. Puede que sea verdad porque, a veces, en el aire del norte llegan flotando olores de salitre y de algas. Incluso algunas noches especialmente calladas me ha parecido escuchar un eco lejano de olas furiosas. Pero no he llegado nunca a verlo.
Echo de menos a Androgeo. Durante mucho tiempo fue mi única compañía. El Rey y la Reina tienen muchas obligaciones y no les queda tiempo de ocuparse de mí y los sirvientes y los funcionarios me esquivan aterrorizados como si temieran que fuera a devorarlos. Al contrario que los demás, Androgeo no me tenía miedo y venía a verme. Jugábamos a perdernos y a buscarnos por las múltiples estancias del palacio o a perseguirnos por el patio y, cuando nos vencía la fatiga, buscábamos un lugar fresco en el piso más bajo y nos quedábamos allí un buen rato, hasta que se evaporaba el sudor de nuestra piel y se tranquilizaba nuestra respiración. A veces, esperábamos a la noche y, tendidos sobre las losas los Pórtico, tibias todavía, pasábamos mucho tiempo mirando las estrellas de ese cielo que es lo único de fuera de estos muros que me es dado contemplar. A veces Androgeo me contaba cosas del mar. Por él supe lo ancho que es, lo claras que son sus aguas y lo temible que puede ser cuando Poseidón se enfurece. Fue Androgeo quien me explicó que, en ocasiones, los delfines, esos peces que están pintados en las paredes del Mégaron de la Reina, acompañan a las naves que surcan el mar saltando junto a sus flancos durante jornadas enteras, fue él quien me dijo que, desde la orilla, se puede ver cómo en la lejanía el manto del mar y el del cielo se unen en una línea que funde el azul y el verde.
Pero Androgeo partió un día hacia Atenas y no regresó. En su lugar, catorce jóvenes vienen cada año a visitarme. Yo los aguardo con la esperanza de encontrar en alguno de ellos a un compañero que pudiera parecerse a él pero, en cuanto llegan, se dispersan por todos los rincones del palacio y se esconden de mí. Yo los encuentro enseguida y no tengo piedad: si se han escondido es porque me temen y si me temen no merecen ocupar el lugar de Androgeo. Él no me tenía miedo, ya lo he dicho.

Los jóvenes de este año han llegado esta mañana. Lo sé porque al amanecer se ha escuchado el rugido de las trompas a la entrada del palacio. A estas horas ya se habrán ocultado en cualquiera de los rincones de esta casa enorme. Ninguno de ellos se ha atrevido nunca a salir a mi encuentro, a buscarme, a mirarme de frente. Tendré que ir a por ellos.
Un momento… ¿qué es eso que se escucha por el corredor? ¿No es el rumor de unos pasos sigilosos? Sí… eso parece… el ruido apagado de un cuerpo que avanza con cautela… No puedo creer en mi suerte… ¿Habré despertado la piedad de los dioses y han querido otorgarme el favor de un compañero que ocupe el vacío que dejó Androgeo? ¿Habrá llegado a su fin mi soledad?
Ya se acerca… Me alejaré de la entrada, no quiero asustarle… Ah, ya distingo su silueta al contraluz… Es un joven fuerte y hermoso… y valiente, puesto que ha llegado hasta aquí. Tiene una espada y parece dispuesto a usarla, tendré que convencerle de que no lo haga… Pero… ¿qué es eso que aprieta en su mano izquierda? ¿Un ovillo de hilo?

 

8 comentarios:

  1. Me encanta.. ay, Ariadna y Teseo..

    El pobre Minotauro solo quería un amigo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, mi Minotauro sí, pobre. En eso se parece al de Borges, que también se sentía solo y esperaba a alguien que le liberase.
      Gracias por leer, preciosa, un abrazo.


      (El comentario que he suprimido era éste, pero lo había puesto fuera del recipiente, jamía. Yo y ni torpeza)

      Eliminar
  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  3. Nunca me cayó bien Teseo demasiado dolor tras suyo. Qué bien escrito. He tenido la sensación de que no lo leía sino que me lo contaban y yo me dejaba llevar por las palabras escogidas hasta el instante previo a la tragedia.

    ResponderEliminar
  4. .
    ¡Con lo contento que se hubiera puesto el Minotauro -tan grandón e inocentón- si Teseo en vez de espada y ovillo hubiera cargado con un tablero de parchís!

    (Lo sorprendente de Vichoff no es solo que se atreve a meterse en todos los charcos, señores, es que canta por todos los palos).

    :-)

    ResponderEliminar
  5. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Estoy de acuerdo con Sap, a esta Vichita, lo mismo se le dan dioses, galápagos o simples extraterrestres. Todos los palos se le dan de rechupete. ¡Cómo nos hace disfrutar con sus lecturas!.
      Un abrazo.

      Eliminar
    2. Pues mira, Rosa preciosa, sobre galápagos no he escrito todavía...
      :-)
      Gracias por tu apoyo constante, eres un sol.
      Besos, muchos.

      Eliminar