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martes, 1 de enero de 2013

FIN DE AÑO

Feliz Año Nuevo a todos, aunque sea con casi veinticuatro horas de retraso, pero nunca es tarde para los buenos deseos.

El único relato que tengo que trata sobre este tema es éste que pongo a continuación. Habría quedado redondo si Nueva York estuviera en el meridiano de Greenwich y Madrid en el huso horario de Nueva York.

Pero, como dijo el maestro Wilder, nadie es perfecto.

Lean, lean...


La Nochevieja en el mundo



Cuando despertó, agitado y sudoroso, notó los golpetazos de su corazón contra las costillas y la humedad de la almohada. “Ha sido un sueño”, pensó, “ha sido un sueño”. Y esperó que aquella certeza frenara el ritmo caótico de sus latidos.
Había sido un sueño y había soñado con Ella. Él estaba sentado en un bar, tomando algo que podía ser champán y mirando hacia un horizonte lleno de luces, cuando Ella llegó de improviso y se sentó a su lado. Más que la túnica negra o la guadaña le impresionó la voz, que surgía del interior de la capucha y que sonaba como si llegara del mismo centro de la Tierra.
—Vendré a buscarte en Nochevieja —dijo.
Y desapareció antes de que él hubiera podido recobrar el habla.  Miró a su alrededor buscando en los demás una expresión de asombro o de miedo pero, al parecer, sólo él la había visto.
Por suerte, minutos más tarde el remolino de agua en el lavabo se llevaba los restos de la espuma de afeitar y el recuerdo de la pesadilla. Le esperaba un día duro. Les esperaban muchos meses muy duros.

Contra toda lógica económica, el pez chico se había comido al pez gordo y él, que formaba parte de la plantilla del pez gordo, tuvo que soportar durante mucho tiempo los métodos caciquiles, la gestión anticuada y las arbitrariedades de los jefes del pez chico sin que en ningún momento dejara de planear sobre él la sombra amenazante del despido. De modo que cuando su hermano le propuso pasar las Navidades en Nueva York aceptó sin pensarlo dos veces.
—Pero —objetó—… ¿qué hacemos con mamá? Si la dejamos sola en Nochebuena le puede dar un ataque.
—No, no la dejaremos sola. Nos vamos el día veintisiete y volvemos el dos de enero. ¿Te imaginas lo que tiene que ser comerse las uvas en Times Square?
—En Estados Unidos no comen uvas…
—Pero nosotros somos españoles y las comeremos.
Las uvas pasaron la aduana convenientemente empaquetadas en bolsas herméticas disimuladas entre la ropa y esperaron en el frigorífico de la habitación del hotel hasta el último día del año. Fueron en verdad unas uvas especiales. Su hermano había llevado varios paquetes más y se los ofreció a la gente que estaba a su alrededor, arremolinada bajo los luminosos y las luces navideñas, esperando el fin de año.
—¡Costumbre española! —proclamaba—, ¡una campanada, una uva!
—Aquí no hay campanadas, creo, hay cuenta atrás —insinuó.
—¡Pero hay bola, como en la Puerta del Sol!
Y se comieron las uvas en compañía de una pareja de jamaicanos, tres japoneses y un matrimonio de Arkansas que había viajado a Nueva York para ver la bola descender por el mástil del One Times Square.
Cuando la muchedumbre se dispersó, se dirigieron hacia el restaurante que, según la guía, ofrecía baile, buffet y bebidas hasta el amanecer. Aprovecharon un alto entre pastel de pavo y el champán para llamar a su madre, decirle que Nueva York era increíble y que lo estaban pasando de fábula. De paso, tomaron la decisión de invitar a su mesa a dos chicas que llevaban varios minutos mirándoles desde la barra.
A las cuatro de la mañana habían comido, bailado y bebido con ellas lo suficiente para que se mostraran dispuestas a desayunar con ellos en el hotel.
—Tenemos que ir al baño —dijo la pelirroja, y se levantaron a la vez.
—Creo que yo también —dijo su hermano, y se fue tras ellas.
Él sonrió por la coincidencia, se acomodó en la silla y se dispuso a tomar el último sorbo de champán disfrutando la vista de las luces de la ciudad a sus pies, extendidas hasta el horizonte.
—Hola —dijo la mujer.
Se había sentado junto a él sin que la hubiera sentido llegar. Llevaba un traje rojo con mucho escote, el pelo recogido, guantes por encima del codo. La miró pero no pudo decir nada.
—¿No me recuerdas?
Negó con la cabeza.
—Dije que vendría a buscarte en Nochevieja…
El contenido de su estómago se convirtió en hormigón. Miró a la mujer, tan hermosa, y se dijo que no era posible, que aquello había sido un sueño.
—Pe… pero —consiguió decir—… ya no es Nochevieja… son las cuatro de la mañana…
La mujer sonrió como sonreiría una madre ante la ingenuidad de su hijo.
—Cariño… en España, de donde acabo de llegar, se están tomando las uvas en este momento…

3 comentarios:

  1. .
    "habían comido, bailado y bebido con ellas lo suficiente para que se mostraran dispuestas a desayunar con ellos en el hotel."
    _____________

    Esto es lo que se llama sutilidad, señores ;-)

    Sin duda, los que habéis estado en NYC llevaréis para siempre, entre las pleuras y el corazón, la impronta neoyorquina. Qué envidia.

    :-)

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  2. Sapristillo, ¿y no has visto el fallo garrafal de este relato?
    ¡Y eso que he estado en Nueva York!

    Besos, cienes.

    (Sí, Manuela, no es "cienes", es una broma entre Sap y yo)

    ((Lo pongo porque si mi Manuela, la del blog de corrección, ve ese "cienes" escrito por mí le puede dar un silogismo o algo))

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  3. .
    Aaaaaahhhh, jajajaja. ¡Los contrarios husos horarios! Pero bueno, tomemoslo como licencia poética de la Parca ya que no se trataba de un caso de Poirot ;-)
    Un beso, guapérrima.

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