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lunes, 7 de enero de 2013

GUENDALINA



Los Reyes me dejaron una Guendalina cuando tenía... siete u ocho años. Era una muñeca preciosa. Mi madre siempre ha dicho que las caras de muñecas más bonitas eran las de Famosa. Guendalina, Nancy, Nenuco...

Disfruté mucho jugando con ella. Nada que ver con el relato.





Güendalina

GUENDALINA

Quiero que quede claro que yo nunca quise comprarla. Me parecía una tontería, algo impropio de una persona adulta, de alguien que, se supone, ya tiene la madurez suficiente para dejarse de caprichos infantiles. Pero era imposible resistirse a los ruegos de Teresa, a su ilusión de niña pequeña; era fácil convencerme apelando al dichoso niño que todos llevamos dentro. “¿Acaso a ti no te gusta montar grúas con el Mecano?”, replicaba, y eso me dejaba sin argumentos. De modo que la quinta vez que pasamos delante del escaparate y se quedó mirándola embobada y luego me miró a mí con los ojos llenos de ilusión y de esperanza me di por vencido.
Yo no sé qué le veía, a mí me parecía una muñeca completamente vulgar, vestida con un cursi vestido de flores y sin más complementos que los zapatos y un alfiler en el pelo. No me gustaba la expresión de su cara, había algo que me desagradaba en su mirada vidriosa, en sus ojos ligeramente rasgados, en su boca apretada. Pero a ella la volvía loca, le recordaba a la Guendalina que los Reyes nunca habían llegado a traerle.
La puso encima de la cómoda, sentada muy digna, mirando hacia nuestra cama, y cada noche, antes de acostarse, le daba un beso y le deseaba buenas noches. Poco a poco, fue añadiendo detalles a la despedida, le acariciaba la cara o le atusaba el pelo y le decía “qué linda es mi muñequita”, “ahora hay que dormir, cariño” y cosas así. Una noche, cuando estábamos en pleno fragor amoroso, se levantó de pronto, fue hacia la cómoda y sentó a la muñeca de espaldas a nosotros. “Me da no sé qué que nos vea”, dijo cuando regresó a la cama. Yo pensé que lo mismo podía vernos porque estaba sentada de cara al espejo pero no lo dije porque me pareció una tontería casi tan grande como darle la vuelta para que no nos viera.
Días más tarde, cuando volví a casa por la noche, las encontré a las dos sentadas en el sofá, frente al televisor. “Mira”, dijo Teresa levantando los brazos para que viera las agujas de punto y un trozo de tejido, “le estoy haciendo un jersey a Guenda”. Luego añadió que había pensado hacerle unos pantalones y un abrigo y comprarle calcetines, porque el verano se acababa y cuando empezara el mal tiempo Guenda no iba a tener nada que ponerse.
Creo que fue por entonces, cuando llegó el otoño, cuando Teresa empezó a llevarse a Guenda a la cama a la hora de la siesta, y, si no recuerdo mal, también fue por aquella época cuando nuestra vida sexual disminuyó hasta llegar a desaparecer casi por completo, aunque yo no me diera cuenta hasta mediada la Navidad. El día de Nochevieja me acerqué a Teresa con ánimo festivo pero ella me rechazó diciendo que había bebido demasiado champán y entonces yo pensé que hacía más de un mes que no la tocaba.
Hoy he vuelto a casa a media mañana porque me encontraba mal, tenía escalofríos, dolor de garganta y el estómago revuelto. María Dolores, la secretaria, me puso la mano en la frente y me dijo que me fuera, que estaba ardiendo de fiebre. Cuando llegué, Teresa y Guenda estaban en la cocina. Teresa troceaba un pollo y parecía extrañamente feliz al hacerlo, y Guenda, sentada en la encimera, sonreía con su boca de labios finos y sostenía en la mano derecha el cuchillo pequeño y afilado que solemos usar para pelar patatas. Teresa me dijo que me acostara y que enseguida irían a llevarme un caldo y un antitérmico.
Me he acostado. Miro al techo y parece que la lámpara gira alrededor de mi cabeza. Espero que no tarden con el antitérmico, creo que me ha subido más aún la temperatura. Ahora que lo pienso… no es posible que Guenda tuviera un cuchillo en la mano, es absurdo, es solo una muñeca. Y tampoco es posible que sonriera. Yo juraría que es así, que sonreía y tenía en la mano el cuchillo de pelar patatas, pero seguro que no he visto bien, que son figuraciones mías; seguro que ha sido un delirio provocado por la fiebre.

3 comentarios:

  1. Yo también tuve una¡¡¡

    Pobre hombre, no estaba acostumbrado a imaginar.

    Besos.

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    1. Qué bonita era, ¿verdad? Yo la tuve muchos años hasta que... Bueno... inconvenientes de tener una hermana pequeña con muy mal genio. :-)

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  2. ¡Por dió! ¿Quién iba a pensar en algo así? Quita.., quita..,
    Besitos

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