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lunes, 11 de noviembre de 2013

COSAS DE FAMILIA

En todas las familias hay algún secretillo. O dos.








SUS ÚLTIMAS PALABRAS


—Perdona que te moleste, Lidia, pero es que últimamente veo a tu padre muy mal…

Así había empezado la llamada de Teo, en un susurro de clandestinidad a dos mil kilómetros de distancia. Lidia la imaginó esperando la hora de la siesta de su padre, acercándose con sigilo al viejo teléfono de dial que colgaba desde siempre de la pared del pasillo y arrugando los ojos para distinguir, en medio de la penumbra, las cifras apuntadas en una hoja de su bloc de notas que había pegado meticulosamente junto al aparato. “Así lo tengo a mano si necesito llamarte, hija”.
Teo era casi tan mayor como su padre y no se aclaraba con el inalámbrico. “Yo me confundo con todas esas teclas, Lidia, no quites el teléfono de la entrada que yo me manejo muy bien con él”.

No la había sorprendido. De hecho, llevaba varios años esperando el aviso, anticipando el momento en que tendría que hacer la maleta a toda prisa y tomar el primer avión porque a su padre o a Teo les hubiera ocurrido algo. Y el momento había llegado. Siempre supuso que su padre sería el primero en caer, tenía más años que Teo y su salud nunca había sido buena. Pero Teo siempre había cuidado de él. De hecho, Teo había cuidado de todos. En la memoria de Lidia, Teo era una presencia como la de sus padres o la de sus abuelos, era de la casa, de la familia, y su recuerdo estaba unido a un desvelo constante. Teo había velado sus fiebres infantiles, curado sus rodillas lastimadas en una caída y limpiado sus lágrimas. También la había abrazado en las noches de pesadillas y consolado en su primer desengaño. Y eso no le había quitado tiempo para estar pendiente de las comidas, de la limpieza, de las compras, de sus padres… Su madre había muerto cuando Lidia tenía quince años y Teo había sido primero la enfermera que la había atendido durante la enfermedad y luego el bastón en que Lidia y su padre se habían apoyado para superar su ausencia.

“Teo, ¿por qué yo no tengo hermanitos?”, había preguntado un día, después de jugar en la casa de familia numerosa de su amiga Teresa. “Porque los niños no vienen cuando uno quiere sino cuando Dios los manda”, había sido la respuesta de Teo, acompañada de una sonrisa de conformidad. Entonces ella corrió a buscar a su padre. “Papá, el domingo en Misa tenemos que pedirle a Dios que nos mande un hermanito”, le dijo, y le sonrió para que viera su entusiasmo. Su padre la había mirado despacio y luego le había acariciado la cabeza. “Cómo te pareces a tu madre”, había dicho.



No esperaba encontrarle tan mal. Según Teo, había empeorado mucho en las últimas veinticuatro horas y no había conseguido convencerle para ir al hospital. A duras penas había consentido la presencia del médico de cabecera.

—Se niega en redondo, Lidia, dice que quiere morir en su cama —le explicó con la voz entrecortada y unas lágrimas que no pudo disimular.
—Tan cabezota como siempre —contestó, y se abrazó a la mujer—. No te preocupes, seguro que no se muere.

Pero cuando le vio, pálido y fatigado por la disnea, dudó de lo que había dicho. Teo tenía razón, estaba muy mal.
Se acercó a la cama, se sentó en el borde y cogió la mano que descansaba sobre el embozo.

—Ya estoy aquí, papá —dijo en voz baja. Teo se había aproximado también, Lidia la sentía a su espalda—. Ya estoy aquí y te vas a poner bien, ya lo verás.

Su padre abrió los párpados lentamente y la miró un instante. Luego levantó los ojos por encima de su hombro y los dejó quietos allí unos segundos mientras en su cara aparecía un gesto de alivio.

—Hija —dijo, y aspiró de nuevo. Lidia comprendió que era su último esfuerzo—… cuida de tu madre.



4 comentarios:

  1. Siempre he temido un momento como este, uno de tus padres, en su lecho de muerte, te confiesa tu verdadera filiación. Creo que Freud tenía una explicación muy buena, aunque tú has encontrado otra. :-)

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    1. Pues no me acuerdo de la explicación de Freud, ya me la contarás.
      Un abrazo, Reina.

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  2. Realmente me has emocionado.

    Besos, reina.

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    1. Creo que he interiorizado tanto eso de que soy "fría" escribiendo que me sorprendo cuando alguien me dice que se ha emocionado leyendo algo mío. A ver si va a ser que no lo soy tanto...
      :-)
      Besos, reina de picas.

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