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sábado, 28 de septiembre de 2013

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En Dueñas, el pueblo en el que pasé la mayor parte de mi infancia, a los perros se los llamaba genéricamente "chitos". "¡Quieto, chito!", "Ábrele la puerta al chito", "Dale el pan al chito".
Valga este relato como pequeño homenaje al lugar y a las gentes que, siguiendo a Rilke, configuraron buena parte de mi patria.






BLUES


Estaba tan absorto en la contemplación de la chimenea apagada que no se percató de la lenta aproximación de Chito. El perro se había acercado con pasos cortos y silenciosos, se había sentado entre sus piernas y, topando suavemente en sus manos, había reclamado atención y caricias.

—Hola, Chito —murmuró Jesús, y empezó a rascarle detrás de las orejas.

El animal levantó unos ojos interrogantes y tristes.

—Sí, se nos ha muerto el amo —contestó Jesús a la pregunta del perro—, ya lo sé. Pero tú no te preocupes…

Chito había llegado a la casa once años atrás para sustituir a Tron, que había muerto de viejo. Casi desde el principio, se entendió con Aniano, el padre de Jesús, como si le leyera el pensamiento.

—¡Chiiiiiiiiiiiiito! —llamaba Aniano, alargando la vocal—… chisss, chisss, chisss…

Y, solo por el tono de voz, el perro sabía si tenía que reagrupar el rebaño, ir en busca de un cordero remolón o azuzar a los animales para emprender el regreso.

Aniano había sido pastor desde los doce años, primero de ovejas ajenas, luego, tras mucho esfuerzo, de las propias. Había conseguido aprender a leer y a escribir y, a pesar de no haber ido a la escuela más que lo imprescindible, en su zurrón los libros habían hecho compañía a la comida y a la bota de vino. Por eso, cuando el maestro dijo que Jesusín era un chico muy inteligente, que podría estudiar lo que quisiera, Aniano no dudó en mandarlo a la capital para que hiciera el bachillerato y una carrera en la universidad.

Colgada sobre el aparador, sin nada alrededor que distrajera la atención de su marco de madera tallada, la orla de la Facultad de Derecho proclamaba que en aquella casa, en aquella familia, había un licenciado.

Jesús siguió pasando la mano por la cabeza peluda con movimientos pausados, rituales. “Es curioso -pensó de pronto- me sé casi de memoria la ley de Enjuiciamiento Civil pero no sabría distinguir una espiga de cebada de una de centeno”. La mirada se le detuvo en el estante sobre el que aún destacaba el viejo radiocasete.

—¿Qué música es esa? —había preguntado su padre al oír la última canción de la cinta.
—Es blues, padre.

Ramiro, el hijo del médico, le había pasado a Jesús una cinta con una selección de canciones que había grabado de un programa de radio.

—¿Blus? ¿Eso qué quiere decir?
—Es una clase de música, la hacen los negros de los Estados Unidos.
—Suena un poco triste pero me gusta.
—Es una canción funeraria.
—¿Funeraria? Hum… es triste pero no fúnebre… ¿Seguro que es funeraria?
—Seguro, padre.
—En ese caso —Aniano había dudado un segundo antes de concluir—… en ese caso es una canción para alguien que haya muerto en paz.

Seguramente su padre tenía razón. Era una canción para alguien que hubiera muerto conforme con su existencia, con su destino y con su final; para alguien que hubiera muerto con la conciencia tranquila porque había cumplido siempre con su deber y que no dejaba ningún asunto pendiente.

Se acercó al estante, cogió la cinta y se la echó al bolsillo. Chito le siguió hasta la calle y le acompañó hasta la puerta de la Iglesia.

En el funeral de Aniano no sonó el “Adagio” de Albinoni ni el “Canon” de Pachelbel, ni siquiera el “Aria de la Suite en Re” de Bach. En el funeral de Aniano sonó la “Funeral music from Mississipi John Hurt”, de John Fahey.

A la mañana siguiente, Jesús se levantó antes de que amaneciera. Buscó el zurrón de su padre y metió pan, queso, chorizo y vino, pero no cambió el libro que su padre estaba leyendo. Se puso una vieja zamarra y, con el perro pegado a sus pasos, salió al corral. Junto a la puerta del aprisco descansaba el cayado con el que su padre había salido a pastorear toda la vida.
La cancela chirrió al abrirla.

—¡Chiiiiiiiiiiiiiiiiiiito! —llamó Jesús, alargando la vocal—, chisss, chisss, chisss…

Y, solo con oírle, Chito supo que tenía que entrar al aprisco y azuzar a las ovejas para que salieran hacia la trasera, para que emprendieran camino hacia las eras en las que pastarían hasta el anochecer.

13 comentarios:

  1. Leer este relato con el primer café del día humeante en mi taza y saborearlo a la vez, es uno de los pequeños placeres que tiene la vida y que conforman la sensación de felicidad.

    Gracias , reina.

    Feliz domingo.

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    1. Me encanta ser uno de tus pequeños placeres, reina de picas, no voy a negarlo.

      Abrazo enorme.

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  2. Mi café es el primero de la noche, pero estoy de acuerdo con Carmen :)

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    1. Otro al que también me encanta gustar y para el que también da gusto escribir.
      Un besazo, paisano.

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  3. .
    El tema de John Fahey te persigue, Vichoff.
    ¿Has visto la serie de tv "Treme"?
    :-)

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    1. Pos no, Sap, ni siquiera la había oído nombrar. ¿Debo verla?
      Cienes.

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    2. .
      Sí, Vichoff, DEBES verla.
      Aquí tienes la presentación:
      https://www.youtube.com/watch?v=1M1Iagf3GSs
      :-*
      :-)

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  4. Lo leí hace días, dejé un comentario y..., ¿dónde andará? ¿Le gustará al éter llevárselos? Si es así, le da igual. Ya sabes Vichito el sentimiento que me inspiró.
    Besitos.

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    1. No te preocupes, Rosa preciosa, se lo habrá llevado un ángel que pasaba por aquí en ese momento. Le gustó y lo cogió, los ángeles a veces son así de caprichosos.
      Un beso.
      (Por cierto, un chiste para ti u para mí, que somos amantes de los peludos de cuatro patas:
      -¿En qué se parecen los maridos a los perros?
      -...
      -En que, con el tiempo, acabas cogiéndoles cariño.

      :-)

      Tu generosidad sabrá disculpar esta pequeña gamberrez)

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    2. No solo les coges cariño, es que terminan haciéndose los dueños del sofá.
      ¡Ja,ja,já!

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    3. Pero les dejamos porque dan tanto a cambio...
      Un abrazo, Rosa preciosa.

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  5. Me ha emocionado tu relato, hermana, y, por alguna extraña razón, me ha conmovido, sobre todo, esa orla de la licenciatura en su marco de madera...

    Mil besos!!!

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  6. Es que esa orla, ahora que lo pienso, está llena de significados.
    De todas formas, hermana, tu mirada siempre es especial.
    Mil besos (bueno, no los he contado pero por el bulto... serán unos mil, sí)

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