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domingo, 18 de agosto de 2013

ELLOS TAMBIÉN VAN AL CIELO

El pasado jueves, 16 de agosto, en Cambados, nos sorprendió la procesión. Cohetes, gaiteros, banda, autoridades, fieles devotos y... la imagen del santo. Y me acordé de este relato, dedicado en su día a nuestro amigo Dekay y a su familia, que tanto querían a su perra Erka.






ELLOS TAMBIÉN VAN AL CIELO


El veterinario le acarició la cabeza y luego le cogió la pata. Lo último que vio, un segundo antes de que el líquido de la inyección le entrara por la vena, fue la cara del amo, una cara apenada pero que le sonreía, y lo último que sintió fueron sus dedos rascándole detrás de la oreja. Cómo la conocía el amo, cómo sabía qué era lo que más le gustaba. También dijo algo el amo, tal vez “Tranquila, Tana”, que era lo que decía cuando ella se ponía nerviosa, pero no llegó a oírlo.
Cuando despertó, miró alrededor pero no vio a nadie conocido. De hecho, no vio nada. No estaba la camilla a la que la habían subido ni estaban los carteles que tenía el veterinario colgados en las paredes de la consulta. Tampoco tenía alrededor los muros de su caseta ni de frente la pantalla del televisor, que era lo primero que veía cuando se despertaba después de haber dormido la siesta  en el sofá, a los pies del amo. No había nada, ni rastro del ama ni de los niños, solo una niebla extraña en un lugar completamente vacío y una luz muy tenue que no se sabía de dónde procedía.
Levantó la cabeza y olfateó pero el aire no olía a nada en aquel lugar desierto. Ladró un par de veces pero nadie le contestó. Empezaba a inquietarse cuando vio a lo lejos que la niebla se empezaba a disipar. Poco a poco, un haz de luz empezó  a destacarse de la penumbra y contra él se recortó una silueta humana. Volvió a ladrar, por si acaso, pero la silueta se acercaba a ella confiada, tranquila. Cuando estaba a pocos metros logró distinguirla. Era un hombre con barba. Vestía una larga capa y se apoyaba en un bastón de peregrino. Cojeaba un poco de la pierna izquierda. Le gustó.
—Hola, Tana —dijo.
“¿Quién eres?”
—¿No me reconoces? Soy Roque de Montpellier.
“Pues la verdad…”
—No pasa nada, anda, acompáñame.
La voz del hombre era dulce y sintió que podía confiar en él tanto como en los amos. De hecho, desde que él había aparecido, el lugar había empezado a parecerle agradable.
Le siguió a través de la niebla hasta que, a los pocos pasos, se abrió ante ellos el más frondoso parque que Tana hubiera podido imaginar.
“Guauuuuuuuuuuuuuuuu…”
—Es hermoso, ¿verdad?
“Madre mía, ¡cuántos árboles!... y pájaros… y ardillas… y…”
—Y más cosas que te voy a enseñar.
Moviendo el rabo a toda velocidad, caminó detrás de Roque hasta que llegaron a una parcela de césped en cuyo centro se levantaba una bonita caseta de madera. 
“¿Qué pone en ese letrero pintado sobre la puerta?”
—¿Qué va a poner? Pues “Tana”. Es tu casa.
Se acercó y olfateó alrededor de la caseta. Luego pasó al interior, que era muy amplio y tenía una manta de lana, un comedero lleno de sus bolas de pienso favoritas y un recipiente con agua fresca. Qué bien olía también allí dentro… Era un olor distinto a todos los que conocía, tan agradable, tan especial, que parecía llenarla de una paz que nunca había sentido.
—Ven, Tana, vamos al mirador.
De nuevo caminó detrás de Roque hasta que llegaron a una zona del parque llena de pequeños visores. Roque le señaló uno.
—Asómate.
Tana se acercó al visor, miró con atención y, sorprendida, vio a los amos sentados en el salón de su casa. El amo le acariciaba una mano al ama y ella se limpiaba los ojos con un pañuelo. Levantó las orejas y ladró.
—No te pueden oír —dijo Roque.
“¿No? Qué pena… Me gustaría decirles lo bien que estoy, contarles lo bonito que es esto, lo feliz que me siento aquí… Igual si lo supieran no estaban tan tristes”
—No te preocupes por eso, Tana, alguien se lo dirá y entonces se alegrarán por ti.
“Y ahora… ¿quién va a sacar al amo a pasear todas las noches?”
—Tranquila, seguro que se arregla. Los hombres, aunque no lo parezca, están llenos de recursos. Por cierto, mira quién viene…
Tana volvió la cabeza y vio que se acercaba a ellos un ángel moreno, delgado. Llevaba una correa de la mano y vestía la camiseta del Cádiz C.F.
—Venga, Tana —le dijo—, vamos a sacar la basura.
Y Tana fue tras él con trote alegre, las orejas levantadas y moviendo el rabo como una batidora.

5 comentarios:

  1. Vichoff, no te imaginas cómo me ha gustado este relato. Primero porque está dedicado a Dekay, eso lo hace para mí más entrañable si cabe, y segundo, por S.Roque. Este santo, patrón de Portugalete, es muy querido por todos los jarrilleros. Cuando vengas —espero que así sea algún día— te llevaré a visitar su ermita.

    Gracias a ti, el perro de San Roque continúa sin tener rabo, pero si tiene nombre: Tana :-)

    Besos y un fuerte abrazo.

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  2. En realidad, fue un acto de perfecto egoísmo. Lo escribí para Dekay y Maribel cuando perdieron a su Erka pero también para mí, porque sabía que tarde o temprano perdería a mi Kazán.
    ¿Jarrilleros? Vale, ya me explicarás lo que son los jarrilleros cuando vaya a Portu y me lleves a la ermita de San Roque.
    Un abrazo, niña dulce.

    Ah, se me acaba de iluminar la antena: ¿jarrilleros es el gentilicio de los de Portu?

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  3. Visto así, casi que dan ganas de ser perro a la hora de hacer el último viaje :)

    Qué hermosa historia, paisana.

    Besos!

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  4. ¡Bellísimo relato! Contemplo a mi "peludo" que desdeña su cama, para utilizar todo el sofá y.., no quiero ni pensarlo. Es el tercer amigo de cuatro patas y ya tiene once años.
    Lo comparto. Besos.

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  5. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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