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miércoles, 19 de enero de 2011

¿DÓNDE ESTÁ?

Recién hecho...
(Pues sí: cuando acabé de hacerlo estaba recién hecho. A mí no me gusta decir mentiras)





LA BÚSQUEDA

Cuando el primo Jaime y yo nos quisimos dar cuenta, mamá y la tía Elvira habían desaparecido y nos habían dejado solos.
—Te apuesto un euro a que lo encuentro antes que tú —me dijo.
Me lo pensé unos segundos porque el primo Jaime es un año mayor que yo y me gana siempre a todo pero luego pensé que en las cosas de fijarse es un poco más torpe y que a lo mejor aquella era mi oportunidad.
—Vale.
Él tiró para la derecha y yo para la izquierda. Nada más empezar me dio un poco de miedo al ver toda aquella gente pero ya había dicho que sí y el primo Jaime no iba a aceptar que diera marcha atrás. Me acordé del profesor de Matemáticas, que siempre me decía “Organízate, Javier, organízate. Primero una cosa, luego otra; paso a paso, con orden y sin olvidar un detalle”.
Así que decidí ir poco a poco, empezando por un sitio y pasando al siguiente fijándome bien en todo para que no quedara ningún rincón sin mirar.
Empecé a buscarlo en la frutería. Menudo follón había en la frutería. Un montón de cajas a la puerta, llenas de naranjas, melones, lechugas, y muchísima gente. Una señora gorda con un carrito de la compra, un señor mayor que llevaba el periódico bajo el brazo, una mamá con su bebé en brazos, una chica joven, otra señora mayor pero sin carrito, un niño que pasaba por delante de la puerta paseando a su perrito…
No, allí no estaba, seguro, así que me fui derecho a la farmacia. Primero miré en la acera porque había un banco y varias personas sentadas, pero eran todas mayores y vestían ropas de color oscuro; estaba también un policía de uniforme hablando con un motorista y junto a ellos pasaba una chica montada en bici. También había dos señoras junto al escaparate, charlando como cotorras, como cuando la abuela se pone a hablar con su vecina Marcelina, y varios niños que volvían del colegio, con sus uniformes y sus mochilas. Tampoco estaba allí.
Decidí cruzar a la esquina de la cafetería y en el paso de cebra me encontré dos señoras jóvenes cargadas de bolsas, tres hombres de traje azul y corbata, un chaval con el pelo lleno de rastas y un niño con patinete.
La cafetería tenía puesta la terraza en la acera y todas las mesas estaban ocupadas. Di un vistazo lo más rápidamente que pude, porque me daba la impresión de que Jaime había avanzado más deprisa que yo, y vi a un camarero en la puerta y a otro sirviendo las mesas del fondo. Dos señores mayores que ojeaban el periódico, un grupo de chicas que habían pedido refrescos y se estaban riendo, un matrimonio joven con sus dos niños, tres señoras muy arregladas que tomaban té, un hombre con cara de profesor que leía un libro, un músico que tocaba el acordeón entre las mesas, dos estudiantes cargados de libros…
Parecía que allí tampoco estaba y yo empezaba a ponerme nervioso.
—¡Niños! ¡La merienda!
Giré la cabeza un momento y cuando volví a mirar, pensando que ya no lo encontraría, lo vi.
Estaba en el centro de la plaza, junto al templete de música, rodeado por un grupo de gente que tenían que ser turistas porque llevaban gorras, camisetas y cámaras de fotos.
—¡Lo encontré! —le grité a Jaime, y me dio un gustazo enorme pensar que le había ganado el euro.
—¿Dónde está?
—Aquí —dije, y puse el dedo en el centro de la lámina, sobre el jersey de rayas blancas y rojas de Wally.

3 comentarios:

  1. Hago ¡zas¡¡ y aparezco a tu lado... Suele pasar.

    Perfectamente descrito, amiga.

    Un beso, reina.

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  2. Pero chica, las joyitas que guardas en este armario sin fondo...

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  3. En cualquier cosa encuentras la inspiración para sorprendernos.
    Un beso entre la multitud.

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