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viernes, 10 de octubre de 2014

LA FERIA



Y parecen atracciones para niños...




Imagen tomada de eltrendelabruja.com



EL TREN DE LA BRUJA


—Vamos a entrar, venga…

—Pero si todo eso son tonterías, niña…

Estaban parados frente al anuncio de “Barok, mago babilónico”. Desde un vistoso cartel en negro y plata, el rostro enigmático de Barok, enmarcado por un turbante de color turquesa e iluminado por la luz que desprendía una bola de cristal, prometía adivinar el futuro con diversas artes.

—Venga, sí…

La niña era testaruda. Cuando algo se le metía en la cabeza era imposible sacárselo. La noche anterior, sin ir más lejos, había vuelto a despertarle de su siesta frente al ordenador a pesar de que le había prohibido que lo hiciera. Tenía veinticinco años pero seguía siendo tan cabezota como cuando tenía cuatro.

—… si es solo por curiosidad, a ver qué dice…

—Qué va a decir… nada.

Barok, en efecto, no dijo nada acerca de su futuro. Pero, cuando entraron en su gabinete, pasó por alto la presencia de la niña y fijó la mirada en él, como si le hubiera esperado durante mucho tiempo y se sorprendiera de verle.

—Has tardado en venir, tienes que hacer un largo viaje —anunció sin apenas levantar la voz.

Antes de que pudieran hacer o decir nada, el mago agachó la cabeza e hizo un gesto con la mano invitándoles a salir. La niña quiso protestar pero el gesto se repitió, acompañado de una mirada que no admitía réplicas.

—Qué grosero —se quejó la niña cuando estuvieron fuera de la carpa—, qué maleducado… Si no me ha dejado hablar…

—Son todos unos charlatanes, hija.

—… y encima no nos ha adivinado el futuro…

“Conmigo habría tenido poco trabajo”, pensó. Porque, desde la muerte de Celia, su futuro se había convertido en un pasaje sin esperanza que parecía no tener final y que solo se iluminaba, de vez en cuando, con las visitas de la niña. Se había ido a vivir fuera pero no olvidaba a su padre.

—¿Subimos al tren de la bruja?

El  tren de la bruja era la atracción preferida de la niña cuando era pequeña. Todos los años tenía que subir una o dos veces, a pesar de que se sabía de memoria el recorrido y los lugares donde aparecían la bruja y los demás sustos. Recordaba a Celia abrazando a la niña, protegiéndola de los escobazos, como si ninguna de las dos supiera que eran de mentira. En realidad, lo que las divertía era fingir que los ataques las pillaban por sorpresa. Lo que sí los había pillado por sorpresa a la niña y a él había sido el camión que tomó la curva a demasiada velocidad y se echó encima de los peatones que esperaban en la acera. Celia salió disparada contra un árbol, murió casi en el acto y él no había tenido tiempo de despedirse de ella, de darle el último beso y decirle el último te quiero.

La niña se acomodó en el asiento, tiró de la barra de seguridad y se apretujó junto a él. “La echas de menos, ¿verdad?”, pensó, pero no dijo nada. El coche empezó a moverse lentamente hacia la primera cortina negra.

Cuando la cortina se abrió, no apareció el túnel que simulaba una cueva tenebrosa ni les cayeron del techo varios murciélagos. En lugar de oscuridad y ratones voladores, una intensa luz le deslumbró. Cegado, apretó los ojos y, cuando empezó a abrirlos lentamente, vio que, frente a él, Barok, el mago babilónico, le tendía la mano.

“Ven conmigo”, dijo.

No se detuvo a pensar. Se levantó y fue tras el mago, caminando sobre un suelo de aire. A los pocos pasos, Barok se hizo a un lado y él pudo ver a la mujer. “¡Celia!”. Estaba tan hermosa como él la recordaba, tan dulce. Seguía teniendo la misma sonrisa. Se acercó a ella, la abrazó como la había abrazado la primera vez y volvió a sentir que la eternidad cabe en un segundo. “¿No querías darme el último beso?”. La besó como la había besado la primera vez y volvió a sentir que el centro del Universo estaba en sus labios. “¿No querías decirme te quiero?”. “Te quiero”.

Sin dejar de sonreír, Celia se apartó un poco. “Quiero que le des esto a la niña”, dijo mientras se quitaba la alianza, “me gustaría que la llevara”. Le puso el anillo en la palma de la mano derecha y luego la cerró con las suyas. Le miró a los ojos y él volvió a sentir que el tiempo y el espacio estaban en aquella mirada. “No importa el tiempo que tardes en venir”, dijo ella, “te estaré esperando”.



Le dolió el codazo en el costado.

—¡Padre! ¡Te has vuelto a quedar dormido!

El coche salía ya del túnel hacia la claridad de la tarde. Dos payasos apostados en la curva intentaron los últimos escobazos.

—¡Eres un lirón! —rió la niña.

Se puso en pie y alargó el brazo con la mano abierta para ayudarle a salir del coche.
Él pensó que la niña tenía razón, que desde hacía algún tiempo se quedaba dormido en cualquier parte, a cualquier hora. Sería cosa de la edad. O, tal vez, de que no tenía nada mejor que hacer. Dormir y esperar, esperar el el día en que le tocara viajar.

—¿Dónde vamos ahora? —preguntó la niña, y fue a cogerle de la mano, como cuando era pequeña, pero encontró su puño cerrado —¿Qué tienes ahí?

Se detuvo sin pensar y la niña le miró sorprendida. Él la miró también y luego bajó la vista hacia su mano. No estaba seguro de que estuviera apretada porque guardara algo en su interior. Tal vez la había cerrado durante el breve sueño en el tren y aún estaba bajo los efectos de la ensoñación. Sí, seguro que era eso.

Abrió los dedos lentamente. La niña buscó sus ojos, interrogante. Él disimuló como pudo su asombro pero no pudo evitar una sonrisa. 

—Es la alianza de madre —dijo, y pensó que, a partir del largo viaje de Barok, la espera se le haría más corta—, quiere que la uses.

4 comentarios:

  1. Precioso y emotivo relato. Un placer leerte, Vichoff.
    Besos.

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    Respuestas
    1. Gracias, Mar, no sabes cuánto me alegra que os guste lo que escribo.
      Un abrazo muy grande.

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  2. Es una delicia, querida amiga.

    Besos, reina.

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