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domingo, 14 de julio de 2013

LOCURA


La relectura de un texto puede sorprendernos. A veces no es tan hermoso como lo recordábamos, a veces no es tan malo como creíamos.





LA VISITA


A través de la ventana del control, la enfermera ve alejarse a las dos mujeres por el sendero que lleva hasta la pajarera. La más mayor viste unos pantalones y un blusón de aire juvenil que le hacen aparentar menos edad de la que tiene. Es alta, lleva el pelo teñido de color caoba y cojea ligeramente del pie derecho, como si al apoyarlo en el suelo se resintiera una vieja torcedura. La más joven camina con la cabeza baja, mirando al suelo, sin prestar atención a la templada tarde de casi primavera. Su brazo se entrelaza con el de la mujer mayor.

Cuando llegan a la rotonda, la mujer joven se dirige hacia un banco soleado y se sienta en silencio. Su mirada sigue perdida más allá de las rejas de la pajarera pero tira del brazo de su acompañante para que se siente a su lado. No dicen nada. Durante unos minutos, a su alrededor solo suena el ruido de fondo del viento y el canto de los pájaros encerrados pero, de pronto, la mujer joven parece regresar de su abstracción. Toma la mano de la mujer mayor y la coloca sobre la suya con la palma mirando hacia arriba. Sonríe y, lentamente, inicia una suave ceremonia. Con el dedo índice empieza a recorrer los dedos de la mano que sostiene, subiendo por un costado, bajando por el otro, el meñique, el anular, el corazón, el índice, hasta llegar al pulgar donde se detiene y regresa al punto de partida. Repite la secuencia de nuevo, sin vacilaciones, y entonces se empieza a oír, muy quedo, la voz de la mujer mayor que mira su mano y el dedo que la recorre y canturrea en voz baja “Mariquita de Dios, cuéntame los dedos y vete al Sol”, “Mariquita de Dios, cuéntame los dedos y vete al Sol”.

Levantan la cabeza al mismo tiempo, se miran y sonríen, parece que de los ojos de la mujer joven se quiere escapar una lágrima pero la mujer mayor la enjuga a tiempo con un beso muy oportuno, después abraza a la joven y le acaricia el pelo.

Regresan al cabo de media hora, cuando el sol ya pierde fuerza y de la tierra del jardín empieza a subir un frío que alcanza los tobillos. Cogidas del brazo, con pasos lentos, deteniéndose a veces para mirar una nube dorada o una rama en la que pelean dos gorriones, las mujeres caminan hacia la puerta del edificio de ladrillo rojo.

La enfermera sale del mostrador y se reúne con ellas en el centro del hall. Con gesto cariñoso, se dirige a la mujer mayor.

—¿Qué tal el paseo?
—Muy bien, muy bien.

Se quedan mirando a la mujer joven que se ha separado de ellas y camina torpemente hacia el pasillo principal. La enfermera aprovecha para preguntar en voz baja.

—¿Cómo la has encontrado, Eugenia?
—Yo creo que está peor —contesta la mujer mayor—, ha tardado más tiempo en reconocerme.

Y ahora es en sus ojos donde asoman las lágrimas.


6 comentarios:

  1. Gracias a ti, preciosa.
    Un abrazo.

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  2. Acabo de descubrirte y ya me has "enganchado". Te saluda un humilde seguidor.

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    1. Gracias, Josep, me encanta haberte enganchado.
      Pasa y ponte cómodo, estás en tu casa... digo... en tu caja.
      Un abrazo.

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  3. Este relato no podría parecer malo ni en la primera ni en las sucesivas relecturas...
    Chapeau paisana :)

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    1. Paisano, desde ya mismo te inscribo en el club de APLQDGE (aquellos para los que da gusto escribir).
      Con medalla de oro.
      :-)
      Un beso.

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