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martes, 18 de junio de 2013

DOBLE JUEGO

Como decía cierta habitante de Mhanseon, ¿cómo estar seguros de nuestra existencia, cómo saber a ciencia cierta que nuestra realidad, tan real a nuestros ojos, no es un mundo que alguien imagina o el sueño de una mente lejana?






DOS EN UNO

Lo primero que notó fue el dolor que, partiendo de la nuca, le atenazaba los hombros con un intenso calambrazo y un extraño peso en el estómago. No era la primera vez que le pasaba. A veces eran los hombros, a veces la cintura y a veces las caderas, pero era rara la mañana que no amanecía con alguna parte del cuerpo dolorida hasta el extremo de no poder evitar un quejido cuando empezaba a moverse. A pesar de la resistencia de Mercedes, se había empeñado en cambiar de colchón pero comprobó, desilusionado, que con el látex más anatómico no cambiaban las cosas. Tuvo que soportar dos semanas de reproches (“No es el colchón”, le recriminó ella, “es que duermes en mala postura”) y decidió abrir los ojos para no escuchar otros tantos en cuanto el despertador sonara por segunda vez.

Antes de sentir la aspereza del asfalto en la mejilla, vio el suelo negro con la mancha roja creciendo hacia él y olió la goma quemada y los vapores del combustible. A lo lejos, los quitamiedos de la curva y la frondosidad de la chopera, oscurecida al contraluz del sol poniente. Tras aquella curva se extendía la larga recta que llevaba hasta le entrada sur de la ciudad. A su espalda, en amplios meandros, la carretera discurría hasta el polígono industrial en el que se dejaba la ilusión y las ganas de vivir durante ocho horas al día en jornada partida. Después de quince años conocía tan bien el trayecto que habría podido hacerlo dormido o con los ojos vendados. Acelerar a la salida de fábrica, recorrer doscientos metros hasta la rotonda, frenar, ceder el paso o girar a la derecha para coger la primera salida, acelerar, enfilar la primera recta hasta la gasolinera…

Las cifras digitales y fosforescentes del despertador brillaron en la penumbra del dormitorio. La quemazón del estómago se agudizó un segundo antes de que sonara la alarma, el brazo que alargó para apagarla le pesó como si fuera de granito y  estuvo a punto de gritar de dolor. Lo que le faltaba. Por si no tenía suficiente con los espasmos musculares, ahora las molestias gástricas se sumaban a la lista de sus desdichas matutinas. ¿Tendría razón Mercedes en lo de la postura? Lo cierto es que las cosas no habían mejorado al cambiar de colchón, pero… ¿cómo se hace para cambiar una postura inadecuada en pleno sueño? Mejor no pensarlo, mejor hacerse a la idea de que tenía que levantarse ya, antes de que la tercera alarma acabara de enfurecer a Mercedes. Apartó el edredón y dobló las piernas.

No estaba seguro de haber gritado cuando sintió el estallido en las rodillas. El dolor había sido tan intenso que era posible que hubiera apagado su voz. Empujó todo el aire fuera de los pulmones y empezó a respirar entrecortadamente, moviendo apenas el diafragma, como si intuyera que una inspiración profunda podía incrementar el dolor. La mancha roja había crecido lentamente, como una marea viscosa, y ahora le alcanzaba el costado, podía sentir su humedad a través de la ropa. Levantó la mirada y alcanzó a ver el morro del coche volcado, las dos ruedas delanteras mirando al cielo del anochecer, como las patas de un escarabajo boca arriba, y entonces se dio cuenta de lo que había pasado y de que, milagrosamente, estaba vivo.

La tercera alarma le sorprendió con la respiración agitada, los músculos del abdomen tensos como un arco a punto de disparar su flecha y los ojos cerrados. Ya no notaba tanta tensión en los hombros pero el agujero del estómago había crecido y ahora le quemaba como una brasa. Le daba miedo intentar levantarse, la parecía que las piernas protestarían inmediatamente con un latigazo que le llegaría hasta los riñones. Pero tenía que hacerlo, y ya, no podía dejar que el despertador continuara con su agudo pitido porque entonces Mercedes se daría la vuelta y le empujaría fuera de la cama, despotricando porque se había espabilado con tanta alarma y ya no podría seguir durmiendo. Tenía que levantarse, hacer café, ducharse, vestirse, desayunar y levantar a los niños antes de coger el portafolios, repasar la agenda y salir, un día más, hacia un despacho en el que lo mejor que podría encontrar sería una versión laboral y diurna de lo que dormía al otro lado de la cama. Cuando su mano alcanzó el interruptor del reloj, sintió que algo se le rompía por dentro.

No podía ser cierto. Era imposible que hubiera ido a estrellarse en aquella carretera que conocía mejor que su cara en el espejo. No podía creer que estuviera tumbado sobre el asfalto, inmovilizado por un dolor que le paralizaba todos los músculos y sin más posibilidad visual que la lejana chopera o el charco creciente de lo que a todas luces era su sangre. El sol había avanzado un poco en su descenso y encendía los contornos de las nubes sobre un cielo anaranjado. Notó de pronto un desgarro en el pecho y después, como un pequeño milagro, el dolor empezó a remitir y una relajante laxitud invadió su cuerpo. Se abandonó al cansancio y comprobó que le quedaban las fuerzas justas para cerrar los ojos. Cuando los abrió, tuvo apenas tiempo de ver el cielo rojo y los chalecos fluorescentes inclinados sobre él, de oír sus voces apremiantes y, un segundo antes de desfallecer, de pensar en Mercedes, que ya no protestaría porque por fin había apagado el despertador pero que se pondría como una fiera cuando viera cómo había quedado el coche.

4 comentarios:

  1. Lo que puede hacer el insomnio combinado con la conducción: un arma letal. El relato va entremezclando perfectamente ambas situaciones hasta la convergencia trágica en el accidente y, además, deja apuntes -sutiles pero claros- de cómo es la situación familiar y laboral del protagonista (o cómo la vive él)
    Desde luego, Fefa, sister, eres una maestra de la narracción. Mis respetos!!
    Y un montón de besos.

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    1. A ver, hermana... La cosa es que el prota ha tenido un accidente y, en los intervalos de inconsciencia, sueña que se está despertando. Por eso los dolores reales aparecen en el sueño.
      Creo que me he explicado fatal.
      :-)
      Cien, besos. O mil.

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  2. Es impresionante como escribes, querida.

    Me he quedado atrapada dentro del relato.

    Un beso.

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    1. ¿Atrapada dentro del relato?
      Caray...
      Eso me impresiona, Carmen.
      Un abrazo enorme.

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