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miércoles, 26 de junio de 2013

NO NEWS, GOOD NEWS?

He estado desconectada (o fuera de cobertura) unos días y al regreso me he encontrado con una petición que no puedo dejar de atender. Aquí lo tienes, M.A.O., algo nuevo, espero que te guste.
(Y a los que no son M.A.O. espero que les guste también)


SIN NOTICIAS DE SOFÍA

El primer sobre le llamó la atención. Era muy abultado para ser un envío aéreo, tal vez contenía tres o cuatro pliegos de papel, y además tenía un sello muy llamativo, tres flores de color malva, esbeltas y altivas sobre tallos ligeros con pequeñas hojas. Acercándose mucho consiguió leer Viola delphinanta y también leyó Hellas y eso le llevó a mirar el remite para ver de dónde venía la carta porque no le sonaba ningún país que se llamara Hellas. Aparte del nombre y una dirección muy rara, ponía Athens, Greece y se extrañó un poco y entonces fue a preguntarle a su compañero Dani que había hecho bachillerato de Letras. Dani le dijo que Grecia, en griego, se llamaba Hellas. “¿Ves?”, le dijo señalando el sello, “aquí lo pone en letras latinas y al lado en letras griegas: épsilon, lambda, lambda, alfa, sigma”. “¿Y la hache de dónde sale”, preguntó. “Eso es porque en griego la palabra lleva espíritu áspero”.
No quiso preguntar lo que era el espíritu áspero y volvió a su puesto y siguió clasificando, pero se fijó en que la carta la enviaba una mujer, Sofia Doskas, y que el destinatario era Luis Bermejo, en el número siete la calle Nogal.
La calle Nogal estaba situada en un barrio nuevo, elegante, y creía recordar que Luis Bermejo había estado de vacaciones porque durante algunos días su buzón había estado tan lleno que a duras penas pudo introducir en él algunas cartas del banco. No tardó en imaginar un viaje a Grecia, una muchacha bonita como una diosa y un romance que surge frente al mar en una noche de luna llena.
La siguiente carta procedente de Hellas llegó a los cinco días, esta vez el sobre no pesaba tanto y el sello mostraba una mano sujetando lo que parecía el tallo de una mies. La sostuvo unos instantes mientras imaginaba a la muchacha (Sofía, se llamaba Sofía) sentada junto a una ventana, con la mirada perdida en los tejados de Atenas, escribiéndole a su amor español.
Dos semanas más tarde en vez de carta llegó un paquete. No pesaba demasiado y no supo imaginar qué contenía, pero la entrega le dio la oportunidad de conocer a Luis Bermejo. Resultó ser un hombre joven, seguramente atractivo, que le firmó el recibo y le dio las gracias con modales de colegio de pago.
Durante tres meses los sobres fueron llegando cada cinco o seis días, con puntualidad casi británica. Dejó de fijarse en los sellos para fijarse en la letra de Sofía. Vertical, regular, redondeada, le hizo pensar que, muy probablemente, era una chica sensata, bien educada y discreta, estudiante de alguna carrera de letras o eficiente secretaria, tal vez funcionaria, como él. Sin darse cuenta, le puso a aquel remite (Sofia Doskas, Hremonidou 3, Pagrati, Athens, Greece) una melena oscura y unos ojos negros y la imaginó paseando por el Pireo (le sonaba que el Pireo era el puerto de Atenas) y bañándose en un mar azul y transparente.
De pronto, las cartas dejaron de llegar. Cuando faltó la primera no se preocupó, pensó en cualquier pequeño contratiempo, tal vez exámenes o algún compromiso familiar, pero cuando pasó casi un mes sin noticias de Sofía empezó a preocuparse y a imaginar una veintena de desgracias. Día a día la incertidumbre era mayor y cuando casi había decidido, en el colmo del atrevimiento, preguntarle a Luis Bermejo por ella, un sobre bordeado de azul y rojo le devolvió la calma. El sobre era igual a los anteriores pero el sello no. En realidad, eran dos sellos. Uno más pequeño, en blanco y negro, en el que se veía a un niño sentado delante de una alambrada, y otro más grande en el que se veía un telescopio, un satélite espacial y un teléfono antiguo. Y no eran de Hellas sino de Cyprus. Miró el reverso y también el remite había cambiado. El remitente seguía siendo Sofia Doskas pero ahora escribía desde Griva Digeni 21, Paralimni, Cyprus. “¡Es Chipre!”, pensó con alivio, “se ha mudado, por eso no escribía”.
Y se reanudó la rutina de las cartas. Cada cinco, seis, siete días, el sobre ligero viajaba en su saca desde la oficina de Correos hasta el buzón de Luis Bermejo y él imaginaba que ella le contaba las novedades de su nuevo destino, el piso que había alquilado, por ejemplo, o que le hablaba de sus nuevos compañeros de oficina. La letra de Sofia no había cambiado pero un día se dio cuenta de que cada vez la hacía más pequeña y sin saber por qué la imaginó triste, tomando un café y mirando la lluvia a través de los cristales de una cafetería, añorando Atenas. Tal vez ella no quería irse a Chipre.
A los dos meses, las cartas faltaron de nuevo. Esperó una semana, otra, otra y otra; supuso un nuevo cambio de domicilio y decidió darse el mismo plazo que la  vez anterior, quizás Sofía había vuelto a Grecia, quizás todavía estaba instalándose y el día menos pensado reaparecían los sobres ribeteados de azul y rojo con una nueva dirección. Pero el plazo de la mudanza pasó y no llegaban noticias de Sofía.
Una noche soñó con una muchacha de pelo oscuro y ojos negros que lloraba al pie de un acantilado. Se despertó angustiado, sudoroso, y le pareció que todo estaba claro, que aquella misma mañana hablaría con Luis Bermejo y le preguntaría si él era el culpable de las lágrimas de Sofia, si era de la clase de canallas que abandonan a una chica bonita, sensata y discreta después de entretenerla varios meses con cartas de amor fingido.
Pero cuando llegó al principio de la calle Nogal se fijó en el escaparate de la agencia de viajes situada en uno de los locales del número tres y decidió que no merecía la pena ir a ver a Luis Bermejo, que haría algo mejor.

Ocho días más tarde, bajo un sol ardiente de primavera, estaba en Paralimni (Chipre), en el número 21 de la calle Griba Digeni, a punto de pulsar el timbre de Sofía Darkos.

7 comentarios:

  1. No soy Mao, ni Confuncio pero me ha gustado mucho el relato. Como no cuentas el final yo me lo voy a imaginar muy bonito, con una nueva historia de amor. Que no me lo quite nadie.

    Un beso paisana.

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    1. No seré yo quien te quite ese final que imaginas, paisano. Probablemente, yo imaginé uno parecido.
      :-)
      Un abrazo muy grande, guapo.

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  2. Es una preciosa historia tan bien narrada como sueles. Me estaba recordando (en cierta forma) la novela de Saramago "Todos los nombres", por ese minucioso interés del funcionario de turno (en este caso un cartero) en un nombre y las historias que lo acompañan y arropan...
    Me ha encantado. Con tu permiso, lo comparto en FB.

    Mil besos, sister.

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    1. Gracias, hermana. Fíjate que yo (claro que... lo mío es de-vo-ción), cuando lo saqué del fondoarmario y lo releí, lo vi cortazariano.
      Veo tus mil y subo otros tantos, hermana.

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  3. Hacer lo que te dicte el corazón, seguir los impulsos a ciegas y esperar a ver qué pasa... pero nunca, nunca dejar de intentarlo.

    Me gustó en su momento y me ha vuelto a encantar.

    Felicidades, querida.

    Un beso.

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    1. ¡Pues eso es una muy buena señal, Carmen, que te siga gustando!
      De todas formas, lo tuyo no cuenta mucho porque eres de APLQDGE (Aquellos Para Los Que Da Gusto Escribir), es decir, que haga lo que haga te gusta.
      Pero cómo se agradece, jamía.
      Un abrazo enorme.

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  4. ¡Ohh, qué delicia! Un cartero de los de antes y una correspondencia idem. Ahora los carteros no te duran ni un mes y las cartas que llegan sólo son las del banco. Durante años tuvimos el mismo cartero, Aniceto, Nice para los amigos, recuerdo que incluso me llegaron cartas sin el número de la calle, ni el código postal.
    Al final, él conoció a Sofía, aunque no pasó de ser un amor de verano, ella estaba libre en aquel momento y se enterneció al conocer la historia, después él se volvió a la calle del Nogal.
    Nunca decepcionan tus relatos, Vichita.
    Besos

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