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miércoles, 10 de abril de 2013

EL HOMBRE Y LA MOMIA



Lo pongo para Pedro de Andrés, que la va la cosa egipcia.







LA MUJER DE SAKKARAH

Va a ser la estrella del Museo Provincial durante los próximos meses. Un generoso préstamo del Arqueológico de la ciudad de M. que permitirá a los ciudadanos disfrutar de su presencia silenciosa y acartonada durante trescientos días con sus noches. Una suerte para la ciudad, fría, oscura y provinciana, en la que, desde la Guerra Civil,  no ha pasado nada digno de mención, nada que lleve su nombre a las portadas de los periódicos o a las cabeceras de los telediarios.

El hombre aparece cuando faltan veinte días para que la momia vuelva a su lugar de reposo habitual. Al principio nadie se fija en él pero, al ver que su visita se repite día tras día a la misma hora, al ver que cada tarde se sienta frente al sarcófago abierto y pasa dos o tres horas inmóvil con la vista fija en la cabeza de la mujer de Sakkarah, el guardián de la sala empieza a inquietarse. Decide no perder de vista al hombre, vigilarle. Bien podría tratarse de un ladrón, que esperara el momento propicio para hacerse con alguna de las piezas del museo, o, peor aún, de un loco que aprovechara un fallo en la vigilancia para lanzarse sobre la momia y hacerla añicos, todo el mundo recuerda lo que pasó con la Pietà. Le cuenta lo que pasa al guardián de la sala vecina y acuerdan no decir nada, para no crear una alarma innecesaria,  pero no descuidarse ni un segundo.

Diez días, doce, quince... Nada ocurre. El hombre llega cada tarde, se sienta en el mismo banco, se inclina hacia adelante y apoya la cara en las manos. Está tan quieto como la momia de la que no aparta la mirada. A veces, piensa el guardián, parece tan muerto como ella. Ningún movimiento sospechoso, ningún indicio de arma bajo su chaqueta de pana. Qué pensará tantas horas, se pregunta.

El plazo del préstamo expira y la señora de Sakkarah regresa al Museo Arqueológico de M. El hombre no vuelve a aparecer por el Museo Provincial, la vida continúa con la rutina de siempre y el guardián y su compañero respiran aliviados.

Pero, días más tarde, les sorprende la foto del visitante en la portada del periódico regional. “El asesino de la pared”, rezan los titulares. El hombre se ha entregado a la Policía y ha confesado su crimen. En el registro de su domicilio no hay más hallazgos que un tabique medio derribado y, tras él, el cadáver casi momificado de una mujer. Todo parece indicar que el cadáver es el de su suegra, desaparecida veinte años atrás en circunstancias que no llegaron a aclararse.

“Se parecía tanto a ella —había declarado el hombre—... Los mismos huesos afilados, el mismo pelo de estropajo, la misma cara de bruja... Creí que me la habían robado”.

1 comentario:

  1. Y hace ya diez años...y está tan fresco, nada momificado.

    Me gusta. Besos.

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