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martes, 2 de abril de 2013

FOREVER YOUNG

Hay quien dice que la eternidad tiene que ser muy aburrida.






LA FUENTE DE LA ETERNA JUVENTUD

 

El autobús, de color verde intenso con letreros y pinceladas en amarillo, descendía lentamente por la carretera llena de curvas como un enorme coleóptero que fuera a buscar alimento al fondo del valle. Tras las primeras lluvias del otoño, las laderas de la montaña rezumaban agua y los árboles, espesos y brillantes, oscurecían la ruta.
Cuando, después de varios kilómetros de carretera abierta al abismo y decenas de virajes, se detuvo en la plaza del pueblo, el grupo multicolor de jubilados desembarcó junto a la fuente y, como un rebaño congregado por su pastor, se aglutinó en torno al guía. De un rápido vistazo, el guía se aseguró de que la grey estaba completa y de que no había ninguna baja por mareo o tropiezo en las empinadas escalerillas del autocar. Entonces dio un par de palmadas en el aire para reclamar la atención de los excursionistas y comenzó su discurso.
—No es ésta la fuente que venimos a buscar —explicó con una sonrisa al ver que algunos de los jubilados ya habían sacado termos y cantimploras—. Está un poco más arriba, junto a la ermita, y tendremos que caminar casi un kilómetro hasta llegar a ella. Pero no se preocupen porque el trayecto será ameno: de camino visitaremos un lagar del siglo XVIII, una tahona típica y un taller de alfarería y escultura.
Los jubilados habían cerrado filas poco a poco y ya formaban un grupo compacto y atento a las explicaciones.
—Cuando lleguemos—continuó—, visitaremos primero la ermita, que está dedicada a San Roque. Está situada en lo alto de una pequeña loma desde la que hay una magnífica vista del pueblo y de sus alrededores. Luego llegaremos hasta la fuente, que se encuentra al pie de la loma, en un paraje de gran belleza. Como ya saben, su fama se debe a los rumores que corren acerca de las propiedades del agua que mana de ella. Se dice que quien la bebe —hizo una pausa para asegurarse de que todos estaban atentos— ... será eternamente joven.
Una sonrisa colectiva se dibujó en los rostros de los jubilados.
—Si les parece... vamos hacia allá.
El guía dio la espalda al grupo y se encaminó hacia una de las empinadas callejas que desembocaban en la plaza. El grupo se puso en marcha tras él como un equipo de disciplinados escolares.



—¿Ya se han ido? —pregunta el hombre al joven que acaba de entrar en la sala. El anciano está sentado en una mecedora, junto a una mesa camilla, al lado de la ventana.
—Ya se han ido, padre.
—¿Eran muchos?
—Unos veinte.
—¿Y las ventas?
—No ha estado mal. Unas cuantas vasijas, varios cuencos y un par de jarras.
Lentamente, como si su cuerpo le pesara más de lo habitual, el hombre se levanta y se dirige hacia la chimenea arrastrando los pies. Aún quedan brasas. Sobre la repisa, el busto de una mujer joven, peinada con primor y engalanada con hermosas joyas, parece recoger en la gravedad de su piedra el calor de los restos del fuego. El hombre alarga la mano hasta rozar la mejilla de la estatua.
—Iliana —murmura. Deja resbalar los dedos rozando las cuentas del collar. Luego se vuelve hacia su hijo— ... Nunca te agradeceré bastante que hicieras su busto, Adonio. No sabes cómo me ha acompañado todos estos años —Suspira— ... Cuando faltó tu madre ella fue la luz de nuestra vida, ¿verdad?
El joven asiente. Se ha quedado de pie junto a la puerta y mira a su padre mientras juguetea con un pequeño cincel.
—Es una pena que no quisiera acompañarnos...
Deja caer el brazo, agacha la cabeza y regresa despacio a la mecedora. Se sienta con aire cansado y mira hacia la calle. El joven se acerca, coge una jarra que está sobre la mesa y sirve dos vasos. El hombre levanta el suyo y mira al trasluz.
—¿Es de la nuestra?
—Sí, padre.
El hombre bebe su agua de un trago, deja el vaso sobre la mesa y se vuelve hacia la chimenea, hacia el busto de piedra.
—Me gusta más esta que la que hiciste para su tumba —dice mirando el rostro de la mujer—, en aquélla la mirada te quedó muy fría, el gesto más serio. Ésta, en cambio... ¿ves?, parece que nos ve, parece que nos está mirando.
Andonio sonríe a su padre. A él también le gusta más este busto de Iliana que el otro, el que guardaba la entrada al túmulo en el que depositaron sus restos. Tal vez porque no ha perdido el color, tal vez porque los ojos conservan un brillo parecido al que tuvieron los ojos de Iliana viva.
—¿Cómo me dijiste que llaman a la otra? —pregunta el hombre, desconfiado de su memoria.
El joven deja el cincel sobre la mesa y recoge los vasos.
—"La Dama de Elche", padre —contesta—, la llaman "La Dama de Elche".

2 comentarios:

  1. Otra excelente lectura nocturna. Gracias :)

    ¡Un par de botellitas para mí!

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    Respuestas
    1. ¿Estás seguro? Recuerda lo que dice el dicho: "Ten cuidado con lo que deseas no sea que lo consigas".
      :-)
      Gracias por leer, escritor de guardia.

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