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miércoles, 20 de marzo de 2013

EROS Y TÁNATOS


Es lo malo de haber leído tanta novela negra, que de vez en cuando me meto en cada berenjenal...





LA MUJER DEL VESTIDO VERDE

La ve surgir de la masa de gente informe y convulsa de la discoteca como emergería una esmeralda al remover un montón de canicas; la piel muy blanca, el pelo negro, el vestido color musgo a tono con sus ojos y adherido a todas las curvas de su cuerpo, las piernas firmes sobre los zapatos de tacón afilado, sin la menor vacilación, sin asomo de vértigo. En el avance lento y decidido hacia la barra, la mirada verde se fija en él.
—¿Me invitas? —pregunta una voz que parece surgir del fondo de un joyero: metal, piedra y terciopelo a partes iguales.
 Ella se apoya en la barra y él asiente mientras su costado empieza a percibir el calor del brazo desnudo a pesar de que ni siquiera le roza.
—Un vodka con naranja, por favor —le dice al camarero, y mira de reojo el hombro apenas cubierto, el perfil, la pendiente del escote.
La mujer coge el vaso y, sin dejar de mirarle, bebe un trago largo. Luego se pasa la lengua húmeda por los labios.
—¿Quieres probarlo? —pregunta, pero deja el vaso sobre la barra y le ofrece la boca, un telón rojo y carnoso para unos dientes blanquísimos, un poco grandes.
Lo prueba, por supuesto, con el corazón acelerado y la fría satisfacción de notar la piel encendida por el deseo. Le encanta que le exciten.
—Vivo aquí cerca —dice ella junto a su oreja después de marcar con la lengua el recorrido de las venas del cuello.
El resto es tan sencillo como previsible. Un apartamento pequeño, de grandes ventanales abiertos a la cuarta altura de la avenida, la luz de las farolas que entra sin impedimento a través de ellos por lo que no es necesario encender ninguna lámpara para llegar al dormitorio, al pie de la cama cubierta por un edredón de raso que seguramente es de color rojo, unas manos de largos dedos y uñas pintadas de negro que empiezan a desabrochar los botones de la camisa, que buscan la hebilla del cinturón, el cierre de la bragueta. Ella se da la vuelta y le ofrece la espalda para que baje la cremallera y pueda deslizar el vestido a lo largo de su cuerpo, para que descubra lentamente la curva de la cintura, el doble promontorio de las nalgas, el reflejo de la luz anaranjada en su piel de nata. Se gira de nuevo y, cuando él avanza las manos hacia sus pechos, lo impide suavemente, le toma por las muñecas y le besa dejándose caer, empujándole con su peso hasta que queda tendido sobre la cama, hasta que nota en la espalda el frío leve del raso. 
—Vas a ver… —le dice con una voz tan prometedora como la que le había invitado a probar el cóctel.
Y, a horcajadas sobre él, presionándole el costado con los muslos, como dirigiría un jinete a su montura, le hace deslizarse hasta la cabecera. Ella se inclina hacia un lado y cuando se incorpora, después del ruido de un cajón al abrirse, lleva en la mano un foulard pálido, casi transparente, y se lo muestra con una sonrisa. Él sonríe también y no hace nada por evitar que ella enrolle el foulard alrededor de sus muñecas y luego lo anude a los postes del cabecero, su oportunidad vendrá después, no le importa pagar ese peaje.
—No abras los ojos —dice sobre su boca—, prométeme que no abrirás los ojos…
Él asiente pero no cumple su promesa, a los pocos segundos, cuando deja de sentirla sobre su vientre, entorna los párpados y distingue la sombra oscura de su pelo haciéndose hueco entre sus piernas, empieza a temblar cuando nota las caricias en los muslos, cuando la saliva rodea su mástil poderoso. Entonces sí, cierra los ojos y decide abandonarse al placer por unos minutos, los que tardará en reclamar su turno, su derecho a ponerse sobre ella y sujetarla al cabecero para poder navegar a su antojo desde el sur de su oquedad hasta el norte de su boca, de su cuello.
Pero, antes de que pueda insinuar su reivindicación, ella se yergue y le cabalga de nuevo, le cubre, con la humedad y la presión justas para que su vientre desee estallar en ese momento, y empieza a moverse. Entonces, sin que ella se lo pida, cierra los ojos con fuerza y se concentra en el relámpago que le recorre la espina dorsal, en la presión que avanza desde los riñones hasta la entrepierna, en el hueco que atrae su marea. Ella se inclina de nuevo hacia la mesilla un segundo antes de que él apriete las nalgas y empuje contra su vientre, incapaz de contener el ímpetu que le apremia, y se deje ir con un jadeo ronco, prolongado, que quiere dilatar ese momento todo lo posible, y cuando por fin abre los ojos, solo alcanza a ver el brillo verde musgo de una mirada triunfal, la estaca de madera, el mazo grosero.

—Empezaba a preocuparme —dice la voz áspera y autoritaria al teléfono.
—He tenido que entretenerme un poco —dice ella, sentada en el borde de la cama, mientras roza levemente la sien, la barbilla, el cuello, mientras recuerda el estallido entre sus piernas— …pero ya está hecho. Uno menos.
—Bien. Sal de ahí ahora mismo.
—De acuerdo, jefe.
Y se inclina para besar unos labios pálidos entre los que aún no han empezado a asomar los colmillos.

6 comentarios:

  1. Cuando he leído tu introducción no he podido resistirme. El negro es mi color, sin duda. Fantástico relato. Te mantiene en vilo hasta el final. Y la descripción del momento sexo de lo más lograda. Qué arte, madre.

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    1. Gracias por leer y por comentar, Frida, eso de mantener al lector en vilo es un reto y no veas cómo me gusta haberlo logrado.
      Hago una pregunta a la lectora: ¿el lector piensa que la "mala" es ella?
      Un abrazo muy grande.

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    2. Uy no, querida, ella tiene toda la pinta de ser/estar buenísima, jajaja. Ahora en serio, el lector, en general, no sé, pero esta humilde lectora piensa que sí, aunque solo sea porque este vampiro me ha caído muy bien ;-)
      Ojú, qué bien lo han pasado, chiquilla.
      Beso enorme!

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  2. Respondiendo a la pregunta: Seguro que sí, casi siempre nos asignan ese papel.
    Gracias por esta lectura "erótica festiva"
    Un abrazo

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    1. Bueno... yo me refería más bien a la parte técnica del relato, no a los prejuicios de nuestra sociedad. Quiero decir que si, aparte del sexo de los protagonistas, el lector piensa que el malo del relato es la mujer vestida de verde, yo, narradora, me pongo una medalla porque eso quiere decir que he "engañado" al lector.
      Que es lo que se pretende en un relato de estas características.
      Gracias por leer y por comentar, un abrazo muy grande.

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    2. ¡Ja,ja,já! Yo me refería a la función de Tanatos, que teniendo nombre masculino, siempre decimos "la muerte". Esta visto, el escritor tiene una imagen en su mente al escribir y, el lector, hace distintas lecturas.
      Besos.

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