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miércoles, 27 de marzo de 2013

DIOSA DE CHOCOLATE


Un divertimento sin mayor trascendencia. Pero lo pasé bien escribiéndolo. Espero que se note.




Foto tomada de www.bodas.com.mx

MARTINA

Están preocupados por mí. Lo noto en sus rostros cuando se acercan al borde de la cama con el gesto grave de la impotencia, lo proclaman sus miradas oblicuas al gotero, a la bolsa que recoge la orina, a la pantalla que refleja el galope de mi corazón. Lo que no sé es para qué demonios sirve esta pinza que me han colocado en el dedo pero seguro que las cifras que transmite, y que ellos miran constantemente en el monitor, también son alarmantes. Cuando la enfermera me quita el termómetro, se asoman impacientes por encima de su hombro y esperan su dictamen:
—Cuarenta con dos —sentencia la uniformada.
Y entonces ellos agachan la cabeza, frustrados, porque el agua que me han hecho beber, las compresas frías que me han puesto en la frente y en los hombros y el aparato de aire acondicionado que han traído de casa y que mantienen funcionando al máximo no están sirviendo de nada.
Cuando el frasco de suero está lleno, la bolsa de orina vacía y recién mojadas las compresas, cuando ya no les queda nada con lo que evidenciar la atención que me prestan, pasean la habitación de derecha a izquierda, de la puerta a la ventana, con la cabeza gacha y las manos a la espalda (ellos) o los brazos cruzados sobre el pecho (ellas), en un ir y venir constante que los mantiene ocupados hasta el momento de precipitarse de nuevo hacia mí para colocarme el embozo, darle la vuelta a la almohada, estirarme las sábanas o tocar el timbre porque se ha disparado una alarma. Mientras, me miran de reojo desconfiados, temerosos de encontrar en mi cara una señal de empeoramiento.
—¿Cómo estás, tío? —suelen preguntarme cuando llevan a cabo alguna de esas estúpidas maniobras.
—¿Te encuentras mejor? —añaden, generalmente ellas, con un tono que pretende ser afable pero que no disimula su principal interés.
No quieren que me muera, está claro. No todavía, quiero decir. No antes de que cambie ciertas cosas en mi testamento.
He de reconocer que, aunque los días aquí tienden a parecer eternos, la presencia constante de todos ellos los hace más llevaderos. Me divierte sobremanera comprobar cómo han ido apareciendo uno a uno, conforme se han ido enterando de mi estado, después de treinta años de no prestar la menor atención a mi persona. Ni se imaginan lo que disfruto al verlos tan compungidos, tan cariacontecidos cuando vienen los médicos a pasar visita y, después de consultar todas las gráficas y de examinar los resultados de los análisis, los miran a su vez con gesto sombrío dándoles a entender que poco puede hacerse ya. Entonces ellos y ellas bajan los ojos, arrugan el entrecejo, fruncen los labios y fingen una pena que yo corearía con una carcajada si no fuera porque el oxígeno que me llega a través de la mascarilla me tiene la garganta en carne viva y me resulta imposible pronunciar una palabra sin que el aire me queme el gaznate.
Pero cuando mi gozo llega a límites difícilmente superables, cuando realmente mi satisfacción es tan grande que podría incluso ponerme en pie y arrancarme todos los tubos y los cables que me mantienen pegado a la cama, es cuando llega ella, Martina, mi Martina, mi diosa de chocolate, mi vestal caribeña. Se acerca a la cama revolviendo el aire con el bamboleo de sus caderas, haciendo sonar los brazaletes que casi le ocultan los brazos, se inclina sobre mí y me estampa un beso en la boca.
—¿Cómo está mi papi lindo?
Entonces yo la miro y sonrío, los miro a ellos y a ellas que, a su vez, miran a Martina lamentando no tener en la mirada un rayo capaz de fulminarla allí mismo, y vuelvo a sonreír, feliz, y alargo la mano para levantarle la falda y tocarle ese culo prieto que tiene mientras noto que la fiebre me puede, que el oxígeno ya no me llega a los pulmones, que los párpados se me cierran y que, lamentándolo mucho, mis queridos sobrinos no van a tener tiempo de convencerme de que cambie el testamento.

5 comentarios:

  1. Si vieras la sonrisa que me has hecho dibujar...

    Es la vida misma... sobrineo.

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    1. Qué bien si has sonreído por mi culpa.
      :-)
      Un beso, corasón.

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  2. Como dice el refrán: “a quién dios no le da hijos, el diablo le da sobrinos” :-) Bien por Martina, la diosa de chocolate.

    Besos y abrazos.

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    1. Me cae bien Martina, alegró los últimos años del viejito.
      :-)
      Un beso muy grande, cariño, y gracias, siempre.

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  3. ¡Ja,ja,já! No temía un empacho de chocolate, mientras veía a otros tragar bilis.
    Besitos

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