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lunes, 4 de febrero de 2013

NÚMEROS ROJOS

No todos los números rojos son los del banco...




PAQUETE POSTAL

Leyó las instrucciones del panel y dudó un segundo a pesar de que estaban muy claras: “A Envíos”, “B Recogida”. Pulsó la tecla correspondiente a la B y la máquina escupió un tique de incierto color blanco con una gran letra B impresa en negro y tres números rojos, 201.
En la sala había una veintena de personas. Hacía años que no acudía al edificio de Correos, prácticamente desde que el ordenador y el email habían entrado en su vida, o tal vez desde antes, desde los tiempos en que Héctor y ella habían abierto cuentas en la Caja Postal para ingresar allí sus primeros sueldos.
Recordaba vagamente los carteles que entonces colgaban sobre las ventanillas, “Giros”, “Ingresos”, “Transferencias”, “Paquete postal”, algo así era. Ahora los sustituían imprecisos marcadores electrónicos “Puesto 1”, “Puesto 2”… hasta ocho puestos. Una pantalla colgada en la pared frontal indicaba el turno con luces también rojas, como los números de los tiques: “Puesto 2, B 198”. Qué práctico, ahora la persona que tenía el tique B 198 acudiría al puesto número 2 para recoger su envío. Pensó que a Héctor le habría encantado la modernización del servicio, tenía una fe casi ilimitada en las ventajas del progreso.
—Es maravilloso, Inés, la carta que antes necesitaba quince días para llegar ahora tarda apenas unos segundos —le explicaba entusiasmado.
—Eso siempre que encuentres un sitio donde conectarte —replicaba ella.
Y es que los lugares desde los que Héctor solía escribir, casi siempre para pedir cualquier tipo de ayuda, no eran de los que tienen fácil acceso a Internet.
Un pitido desagradable, como el claxon de una vieja furgoneta, anunció un cambio en la pantalla. “Puesto 5, B199”.
Dinero, material de todo tipo, medicinas, gestiones ante algún consulado o embajada… esa era la clase de cosas que Héctor solía pedir, desde cualquier rincón del planeta abandonado a su suerte, generalmente mala, al que había acudido “para ayudar en lo que pueda”.
—Un día te vas a meter en un lío y a ver qué hacemos —le decía ella cada vez que él regresaba por unos días, siempre pocos.
Pero Héctor nunca había sabido ver la angustia y la súplica que había detrás de sus palabras. O no había querido verlas.
“Puesto 2, A 258”, “Puesto 6, B 200”.
Tensó la espalda y fijó la vista en la pantalla, el siguiente anuncio de B era el suyo, sólo faltaría que se le pasara el turno.
Dos semanas antes, después de colgar el teléfono, supo que desde el primer viaje de Héctor había esperado aquella llamada. Y supo también que, a pesar de esperarla, nunca había dejado de rezar para que no se produjera. Pero su petición no había sido escuchada. En cambio, ella escuchó, a través de una voz que sonaba lejana y que parecía hablar otro idioma, el relato del ataque al campamento, de la confusión en medio de la noche, de los gritos de los niños, del pánico, de la bala maldita que había ido a incrustarse en aquel corazón por el que el suyo había latido durante tanto tiempo. No había seguros que cubrieran ese tipo de incidencias ni familiares que estuvieran dispuestos a costear la repatriación del cadáver.
—Señora —había dicho la voz, temblorosa, emocionada—, Héctor siempre me dijo que si algún día necesitaba algo la llamara a usted… Él la tenía en mucha estima, señora, me hablaba de usted y me decía que era buena gente, Héctor la apreciaba mucho y Héctor para nosotros fue —la voz se quebró un poco—…y por eso creo que… bueno, he pensado una cosa que se podría hacer, si usted está de acuerdo, por supuesto…

Un pitido más y en la pantalla apareció el cambio de turno. Era el suyo. Su turno para recoger su envío.
Se levantó despacio, como si su cuerpo se hubiera convertido en piedra, y caminó lentamente hacia el puesto 8. Allí, a cambio del tique con tres números rojos, una señorita pelirroja le entregó el paquete que contenía las cenizas de Héctor.

9 comentarios:

  1. Nunca pensé que con ese inicio llegaríamos hasta este final. Emocionante y muy, muy interesante este texto. Ahora comprendo lo de que no todos los números rojos son del banco. Qué imaginación…

    Besos y abrazos.

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    1. Cuando propusieron el tema en el Tintero y una vez descartados los números rojos del banco (por obvios) lo primero que me vino a la cabeza fueron los números del turno de la oficina de Correos, había estado hacía poco recogiendo o mandando un paquete. Los vericuetos que sigue la musa, jamía.
      Me gustó escribir este relato.
      Un abrazo, niña dulce, gracias por leer y por comentar.

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  2. Ufff qué final.. fantástico todo el relato, Fefa.

    UN BESO

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    1. Carmencita de mi vida, me encanta escribir para ti (que vendría a ser como cocinar para ti): te gusta todo lo que hago.
      Así da gusto, jamía.
      Abrazo enorme y gracias.

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  3. Impresionante paquete!!
    Me puedo imaginar esperando con el corazón encogido, mirando la pantalla con sus series destellantes que anuncian el orden de acceso... Y el estado de ánimo de Inés para recoger su envío.

    Magnífico.

    Un abrazote!!

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    1. Pobre Inés, me daba una pena...
      Me encanta que te guste.
      Besos, corasón.

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  4. .
    ¿Es la enfermedad entrar en números rojos?... ¡Lo malo es cuando anuncie tu número la misma que hará que te conviertas en polvo volador!

    (¿Imaginas que este fuera el final de un abuelito que nunca montó en avión?)

    :-)

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    1. Nuestro número lo cantarán cuando toque, ni un minuto antes ni un minuto después.
      Mientras tanto... a disfrutar y que nos quiten lo bailao, ¿no te parece?

      Cienes, Sapristillo.

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  5. Partir de los números, atravesando el estado de ánimo de Inés, es lo que me ha prever el final. Magnífico relato.
    Un abrazo.

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