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martes, 13 de enero de 2015

PARA LA LIBERTAD

Los amigos de "Seamos breves", con su convocatoria con el tema "Libertad" (Nous sommes tous Charlie), me han hecho recordar este relato que tenía arrinconado en el armario. Bajo ese lema, lo que escribí hace tiempo adquiere ahora un nuevo significado.





Imagen tomada de www.flickr.com


REBELIÓN EN EL CIRCO


Nunca se supo cómo y en qué lugar había empezado la rebelión. Julio Serrano, el periodista que, por pura casualidad, fue testigo presencial y que posteriormente se dedicó durante varios días a buscar toda la información posible y, durante varios meses, a elaborar con ella una reconstrucción de los hechos, siempre sostuvo que el origen, el germen teórico, tuvo que nacer en la jaula de los chimpancés, por razones obvias. Pero semejante afirmación nunca dejó de ser considerada una hipótesis descabellada que, en última instancia, nadie pudo confirmar ni refutar.

Lo único cierto fue que, aquella tarde de domingo, último día de las fiestas de la ciudad, la carpa del Gran Circo Mannetti tenía las gradas llenas de un público impaciente y entusiasmado, dispuesto a disfrutar del mayor espectáculo del mundo y que, cuando el número estrella, el de los leones, estaba en su punto culminante, es decir, cuando el domador, en medio de un creciente redoble de los timbales, introdujo su cabeza en las fauces del león, el suelo retumbó como si fuera a abrirse y un alarido espeluznante, que parecía surgir de las profundidades de la tierra, hizo temblar todos los mástiles. Por la entrada principal, llevándose por delante cortinajes y barandillas, los elefantes, encabezados por la hembra más vieja, irrumpieron en la pista seguidos por los caballos, los perros y los chimpancés que, a pesar de su tamaño, eran los que más gritaban.

Julio Serrano siempre habló del asombro que le produjo el gesto del león, que, sin inmutarse por la avalancha animal ni por los bramidos, en lugar de cerrar sus mandíbulas sobre el cuello del domador, giró evasivamente la cabeza, se diría que casi con mimo, hasta que el hombre quedó liberado, y esperó, inmóvil sobre su cono truncado, a que las embestidas de los elefantes y las coces de los caballos echaran abajo la estructura metálica de su jaula. Y solo cuando en los barrotes se abrió un hueco lo bastante grande como para que su cuerpo cupiera por él, alcanzó el borde de la pista de tres zancadas y empezó a rugir al público. Las cuatro hembras que hacían el número con él se situaron en los puntos cardinales de la pista y le imitaron. El público retrocedió empavorecido, chillando y trastabillando en la huida, a pesar de que los animales en ningún momento traspasaron la pequeña barrera que los separaba, mientras en la pista elefantes y caballos terminaban de derribar la jaula y los perros les enseñaban los colmillos a los peones que intentaban acercarse.

Por los accesos laterales se vio llegar, con el semblante demudado, al domador de los elefantes y a los cuidadores, que agitaban sus varas en un intento de hacer retroceder a los paquidermos. Pero estos, azuzados por los chimpancés que los cabalgaban, no solo mantuvieron a raya a todo el que intentó aproximarse a la pista sino que empezaron a abrirse paso hacia la salida mientras los caballos mantenían los flancos libres a base de coces. A los pocos minutos, cuando ya público y empleados estaban arrinconados en los confines de la carpa, los animales formaron una comitiva que, encabezada por los elefantes y cerrada por los leones, se dirigió a la salida.

Lo más asombroso de todo, según relató Serrano, fue que en ningún momento las fieras, a pesar de su actitud amenazante, hicieran el menor intento de atacar a la gente, ni siquiera a los que se acercaron con látigos o fustas y que, en cuanto salieron de la carpa, iniciaron una marcha que tenía mucho de marcial, incluido el orgullo con que se marca el paso en ese tipo de formaciones. Se diría que todos actuaban de acuerdo con unas instrucciones muy claras, que había un plan establecido de antemano y lo seguían con la precisión de un ejército perfectamente coordinado.

En pocos minutos habían alcanzado la avenida que conducía a la carretera nacional sin que la formación se alterara. Los elefantes hacían temblar el asfalto con sus potentes pisadas y el repicar de los cascos de los caballos marcaba un ritmo ligero mientras los coches, sorprendidos por el desfile, esquivaban el obstáculo como podían aunque, y esto también maravilló a Serrano, los animales marchaban por el centro de la calzada de modo que los coches, para evitarlos, sólo tenían que orillarse hacia el arcén.

Cuando la comitiva llegó a la vía principal, ya se había avisado a la Policía, a la Guardia Civil y al servicio de Protección Civil de la provincia, incluso hubo quien sugirió la conveniencia de llamar a los bomberos y al Ejército. En unos minutos, cuando los animales ya habían recorrido medio kilómetro, se escuchó el ulular de las primeras sirenas.


Hubo que recurrir al Ejército para conseguir detenerlos y acorralarlos y cuando el primer elefante cayó bajo los efectos de los dardos de narcóticos, el resto rodeó su cuerpo tendido, como si quisieran protegerlo, y esperaron allí, unidos, con la cabeza erguida y la mirada desafiante y orgullosa, a que a cada uno le llegara su dosis.

“Fue una marcha hacia la libertad”, escribió Julio Serrano en la última crónica.

2 comentarios:

  1. Si el cuerpo de todo el relato me ha parecido perfecto, el final es genial. Muchos deberían aprender de los animales aparentemente irracionales.
    Todo un gusto leerte.
    Un abrazo.

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    Respuestas
    1. Gracias, Josep.
      Como siempre, tus palabras son generosas y mi alegría al verte por aquí muy grande.
      Un abrazo, amigo.

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