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domingo, 11 de enero de 2015

EL BEBÉ DEL HIELO

Con estos fríos, parece adecuado este relato siberiano.





Foto tomada de geofrik.com



LA NEVADA


El grupo avanzaba hacia el sur en medio de la nevada.

Dos semanas antes, Yuribei, la Más Anciana, había levantado la cabeza y olfateado el viento que bajaba del norte. Después había dirigido la vista hacia lo alto, y había visto que, en el borde del horizonte,  el azul del cielo empezaba a desaparecer tras densas nubes de panza gris. Su cabeza se movió de derecha a izquierda con gesto de preocupación. Era demasiado pronto. Aún faltaban cuatro semanas para que terminara el verano, las llanuras estaban cubiertas de pasto y matorrales, de líquenes y de musgo fresco, pero aquel aire olía a frío, aquellas nubes estaban preñadas de nieve. Algo extraño estaba sucediendo pero no podían quedarse a averiguar qué era.

Yuribei miró hacia el grupo de Hembras Adultas y con un gesto les indicó que llamaran a sus pequeños. “¿Es necesario partir?”, preguntó Yamali, la Hembra Adulta madre de Yuri. La Más Anciana hizo un gesto afirmativo y, lentamente, para que todo el mundo pudiera verla, empezó a caminar. Todos, Hembras y Machos, Jóvenes, Ancianos y Pequeños, la siguieron.

El otoño precoz, casi invierno, los había alcanzado diez días después de que emprendieran la marcha. Llevaban varios días caminando casi a ciegas, siguiendo el cauce del río y adivinando, más que viendo, la ruta que había de conducirles hacia la llanura en la que aún lucía el pálido sol de julio. Al acercarse a la desembocadura, las zonas pantanosas se hicieron más abundantes. “¡Cuidado con los Pequeños!”, advertía Yuribei constantemente cuando bordeaban las aguas fangosas, “la nieve no nos deja ver el suelo que pisamos”.

Fue al caer la tarde del decimosexto día cuando el grito aterrado de Yamali detuvo al grupo. La Más Anciana fue la primera en echar a correr hacia la grieta a la que Yamali se asomaba con los ojos espantados. Al fondo de una estrecha cortada de bordes nevados, el cuerpo inmóvil de la pequeña Yuri parecía reclamar un descanso en la marcha.

Diez mil años más tarde, en la península de Yamal, un pastor que cuidaba su rebaño de renos cerca de la desembocadura del río Yuribei, encontró, perfectamente conservado, el cuerpo de la pequeña Yuri. Sus ojos estaban intactos y se apreciaban perfectamente las rugosidades de su trompa. Conservaba un poco de su pelaje aunque no tenía rabo.


Curiosamente, el pastor se llamaba como ella.



(La historia presente aquí: 
http://blogs.elpais.com/apuntes-cientificos-mit/2009/04/lyuba-los-secretos-del-mamut-congelado.html)

8 comentarios:

  1. Hay coincidencias encantadoras y otras tristes, como siempre, lo que varía es que tú eres capaz de hacerlas coincidir.
    Besitos de nuevo año.

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    1. Es lo bueno de escribir, Rosa preciosa: que pasa lo que nosotros queremos que pase.
      Besos atrasados pero muchos.

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  2. ayyyy, la he visto, la he visto... tierna y preciosa.

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    1. Gracias, Cris, me encanta que te haya gustado.
      A mí también me conmovió la mamutilla y se me ocurrió escribir su historia.
      Besos, cariño.

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  3. Qué bueno tenerte de vuelta (y sobre todo ver que no has perdido facultades por la ausencia, sino todo lo contrario). Besos.

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    1. Lo de las facultades está por ver, paisa: el relato es fondoarmario.
      :-)
      Un abrazo enorme, peazo escritor.

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  4. Creía que te habías tomado un año sabático pero veo que no; has estado recargando las pilas, y de qué modo.
    Un abrazo.

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    1. Un año no pero un mes...
      He recargado un poco las pilas pero este relato es de hace años, Josep, estoy muy vaga.
      Un abrazo y gracias por tu generosidad.

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