Translate

lunes, 10 de febrero de 2014

COSAS DE NIÑOS


Hace algún tiempo, no demasiado lejano, los niños vivían en la vida, no en una burbuja.






SOPAS DE LECHE

Pasaba por delante de la casa cuatro veces al día, las mismas que hacía el camino de ida y vuelta al colegio. Cuando llegaba el buen tiempo, la puerta de doble hoja estaba abierta de par en par y la mujer solía estar sentada en el zaguán, en una silla baja de enea, amamantando a un bebé, mientras un número indefinido de niños correteaban a su alrededor. Nunca supo exactamente cuántos eran pero el mayor, por el tamaño, debía de tener la misma edad que ella. Siempre se preguntó por qué no iban a la escuela.

En su memoria se mezclan los recuerdos, las imágenes de aquella familia en la que faltaba la figura del padre. Alguna vez vio al veterinario (alto, corpulento, canoso ya, con traje negro y sombrero) hablando con la mujer a la puerta de la casa, pero nunca encontró justificación a aquella presencia. Confusamente, como la secuencia borrosa de una antigua película, se abre paso en su mente una vista de un comedor con los muebles justos y todos los niños sentados a la mesa, tomando leche con sopas de pan. Sería una estampa normal si no fuera porque, de eso estaba segura, era mediodía. También hay en su recuerdo fotos fijas de los rostros de aquellos niños, morenos, flacos, indistinguibles, con la ropa no demasiado limpia y la nariz llena de mocos.

Lo que no consigue recordar con exactitud es cómo llegó a entrar en la casa aquella tarde, si alguien le dio la noticia y fue por su cuenta o si hizo la visita con alguna de sus amiguitas. Se repite la imagen del comedor pero esta vez la mesa está pegada a la pared que queda frente a la puerta y, en el centro, está dispuesto un pequeño túmulo con el ataúd blanco. Se ve a sí misma acercándose lentamente, asomándose a la caja para descubrir el pequeño cuerpo cubierto por un sudario blanco, la cara menuda, redonda, del color de la cera; aún puede ver aquel rostro de muñeco, sentir la pena que le produjo y el dolor que adivinó en la mujer, que lloraba en un rincón.

Tampoco recuerda quién dio la orden, quién organizó la comitiva, y tampoco sabe si la frase “El ataúd de un niño han de llevarlo niños” llegó a oírla en boca de alguien o es el producto de una reflexión posterior y olvidada, solo sabe que, de pronto, se vio levantando las andas del féretro junto a otros tres niños a los que no conocía, tal vez eran hermanos de la pequeña (porque era niña, de eso tiene una certeza que no sabe de dónde sale).

Solo lo cargaron hasta el final de la cuesta. Cuando a lo lejos se divisaron la casa de la señora Patro, la del quiosco, y las tapias blancas del cementerio, los mayores les dijeron que ya podían marcharse, que seguirían ellos solos.

Lo que más le extraña de todo aquello es que ella, que era parlanchina y preguntona, nunca habló con nadie, ni siquiera con su madre, de la mujer sola, de los niños mal vestidos que no iban al colegio y que a la hora de comer tomaban pan migado en leche, de que había ayudado a llevar el ataúd de un bebé muerto.

Quizá su mente infantil intuyó que aquella historia encerraba muchas preguntas, tal vez demasiadas, y que nadie iba a darle una respuesta.


9 comentarios:

  1. Siempre existen demasiadas preguntas en la infancia que quedan sin formular. Hermosa historia. Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Luego, Rosa preciosa, la vida va trayendo las respuestas.
      Un abrazo.

      Eliminar
  2. Una historia tremenda, de penurias y tragedias. ¿Real como la vida misma?
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Real como la vida misma, Josep.
      Otro abrazo para ti, y gracias, siempre.

      Eliminar
  3. Me has trasladado exactamente a esa escena que describes, tan real, tan descarnada y tan próxima (en todos los sentidos)... Y me has trasladado la emoción exacta que desprende la historia, como corresponde a la Escritura que haces.

    Mil besos, hermana!!

    ResponderEliminar
  4. un placer haberte encontrado muy bien escribes

    ResponderEliminar
  5. Gracias por la lectura y por el comentario, Recomenzar.
    Pasa, ponte cómoda, lee, comenta lo que te apetezca...
    Estás en tu caja.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  6. Estoy en la cocina de la casa de mis padres. La chapa encendida, la radio con el anuncio de Cola-Cao o Matilde, Perico y Periquín y mis manos rodeando un tazón de porcelana blanco con sopas de leche, muy caliente...

    Gracias, reina de corazones...

    ResponderEliminar