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martes, 21 de mayo de 2013

NO MENOSPRECIES A TU ENEMIGO

Que me gusta a mí una analogía o una metáfora ajedrecísitica...
Así que no lo he podido evitar, claro: el peón puede dar jaque mate al rey.



  




RUBIO, DE BELLOS OJOS Y APUESTO

Está nervioso, tenso, como siempre antes de entrar en combate. La sangre corre rápida por sus venas y todos sus músculos se contraen anticipando el momento de entrar en acción. Sólo la lucha podrá liberar esa energía que empieza a acumularse en su cuerpo, que ya le aprieta el estómago, le oprime los pulmones y le aguijonea la vejiga.

Recuerda su infancia, allá en Gat, y el relato, escuchado de boca de su padre, de la derrota de Bet-Jorón, de las desgracias que se abatieron sobre la ciudad cuando el arca fue llevada allí desde Asdod... Su padre lo envió al ejército en cuanto cumplió doce años.

Lleva cuarenta días subiendo mañana y tarde hasta las filas de los servidores de Saúl y haciéndoles huir con sus gritos y amenazas. Y nadie parece responder a su reto.

Ayer limpió su yelmo, sus grebas y su coraza revestida de escamas y los abrillantó  hasta que el bronce refulgió bajo el sol de Efes-Dammim. Pulió la punta de su lanza hasta que le pareció que el filo podría partir en dos un cabello.

Se viste despacio, ceremoniosamente, se coloca el yelmo y la coraza, sale de la tienda y se dirige hacia las filas de ataque.

No tiene miedo. Ha combatido en mil batallas y siempre ha vencido a sus enemigos: ninguno ha resistido el empuje de sus seis codos de altura, la fuerza de su lanza. Sólo ha pedido un hombre. Un solo hombre que se enfrente a él. La lucha de los dos pueblos resumida y reducida a una pelea cuerpo a cuerpo. Si los servidores de Saúl aceptan su reto y sus condiciones... la victoria es segura.

Se adelanta unos pasos y se detiene esperando una respuesta a su desafío. Su cuerpo de soldado pide entrar en combate, todas las fibras de sus músculos necesitan sentir el impacto de otro cuerpo y sus oídos echan de menos los gritos del enemigo que se desploma atravesado por la lanza, agonizando. ¿No hay, entre todos los hijos de Israel, alguien que se atreva a medirse con él?

De pronto, una figura se destaca y empieza a avanzar hacia él desde las filas enemigas. Es un muchacho rubio y apuesto, no lleva coraza ni casco ni armas de ninguna clase, tan sólo un cayado, un morral y una honda. Le dan ganas de reír. ¿Ese joven delicado es lo mejor que ha encontrado Saúl en sus ejércitos? ¿Ese pobre pastor es lo mejor que tiene Israel para hacer frente a sus seis codos de altura, a su coraza y a su lanza?

—¿Acaso soy perro —le dice al joven rubio—, pues vienes a mí con palos? Ven hacia mí —le grita— y daré tu carne a las aves del cielo y a las fieras del campo.

El joven pastor mete la mano en el zurrón, saca una piedra y la coloca en la honda.

4 comentarios:

  1. Que bien describes el ambiente y la escena, amiga.

    Un beso.

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  2. Gracias, Carmen.
    Tiene ya sus años el relato pero creo que quedó bien.
    Un abrazo y gracias por leer, cariño.

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  3. Tal cual si estuviésemos desde la ventana del alcázar contemplando la batalla.
    Besitos

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    Respuestas
    1. Es que de pequeña me enseñaron la "Historia Sagrada" como si fuera un libro de cuentos y yo en mi cabeza los ponía en imágenes.
      Besos, Rosa preciosa.

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