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viernes, 3 de mayo de 2013

ESTRELLA FUGAZ

A veces no hay más que abrir los ojos y mirar y entonces la historia está ahí, esperando que alguien la escriba.

La vida misma.









CALLE DE LA MONTERA

Se apoya ligeramente en la farola y deja que la mirada se le vaya hacia el final de la calle empinada, por donde baja el bullicio de la gente hasta Sol.
Qué raro este mes de octubre, qué soleado. Hace calor, casi como en verano, pero no tanto. Por suerte, por las noches refresca y en la habitación de la pensión, asomada a un oscuro patio interior, se puede dormir. Y de día no pasa frío.
Los zapatos la están matando con su tacón imposible. Tenía que haberse puesto las sandalias. Tienen también un tacón vertiginoso pero al menos no sentiría la piel de los pies pegada al forro sintético.
Pasa un hombre joven, tiene buen aspecto con sus vaqueros y su camisa azul. Se queda mirándola y ella se coloca la sonrisa de trabajo, la que insinúa atractivos placeres y tal vez alguna sorpresa, algún capricho no demasiado excéntrico, pero el hombre pasa de largo sin haber llegado a sus ojos.
Sigue la marea humana, lenta, perezosa en la mañana de sábado, apurando el sol insólito de un verano en prórroga que no deja avanzar al otoño. El invierno será largo y frío, hay que disfrutar mientras se pueda.
Mira hacia atrás, hacia el ventanal de la cafetería que tiene a la espalda, pero entre la gente que se agrupa alrededor de la barra no distingue a ningún cliente potencial, y regresa la mirada a la calle soleada. Dos mujeres se han detenido a pocos metros de ella, no son jóvenes pero tampoco mayores, tienen la edad indefinida de su madre y se ríen a carcajadas, como si una de las dos hubiera contado algo muy gracioso. Su risa la alegra, de pronto la mañana es un poco menos dura y le dan ganas de reír con ellas. Han estado de compras, llevan varias bolsas de tiendas de la zona. Ella imagina el contenido: algún vestido para ellas, alguna camiseta para los hijos que seguramente tienen, alguna camisa para sus maridos; da por seguro un desayuno cómplice, la ayuda mutua en la elección: “¿Tú crees que le gustará?”, “Seguro, es preciosa”. La que es más rubia aprovecha la parada para rebuscar en su bolso sin dejar de reír. Saca un cigarrillo y lo enciende. La que es menos rubia la mira con cierto reproche, “Cuidao que fumas, mari”, le dice. Pero “mari” sonríe como pidiendo perdón y siguen caminando, alegres, charlando.
Las ve alejarse calle abajo y piensa que, cuando sea mayor, le gustaría parecerse a ellas. Tener unos hijos a los que comprar camisetas, una amiga con la que desayunar y salir de compras el sábado por la mañana y un marido que la esperara en casa.
Sí, quiere un marido. Está cansada de los hombres para los que solo es un paréntesis, una chispa de luz que ilumina su soledad en el cuarto de un hostal o en la habitación de un hotel de pocas estrellas y luego desaparece para siempre. Quiere un hombre para ella sola, un hombre para el que ella no sea un pañuelo de usar y olvidar, una estrella fugaz, pasajera y efímera, sino la compañía definitiva; la más hermosa, la más brillante, la más luminosa de las estrellas fijas.

6 comentarios:

  1. ¡Cuidao que fumas, mari!
    bajábamos tú y yo por la calle Montera, hablábamos del tema del Tintero...la noche anterior se había presentado el primer libro conjunto de los HELT, el primero de una larga saga...

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    Respuestas
    1. Era el 8 de octubre de 2011 y, si mi pésima memoria no me engaña, la víspera se había presentado la plataforma Netwriters. Por todo lo alto, en el Ateneo daquí, de Madrí.
      Íbamos hacia Sol, claro, a reunirnos con los demás para ir a comer al "Nihil obstat". ¿O era el "Vox populi"? :-)

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    2. ¡Ah sí! Fue en la presen de NW y después nos fuimos a comer al "Totus Tuus" ya casi nos cogieron de rehenes.

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  2. Tienes la enorme capacidad de trasladarme a todos tus escenarios y personajes.

    Enhorabuena, una vez más.

    Besos

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  3. Ver a través de los ojos de otro. Es un don.

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  4. Me ha encantado ese alma que has perfilado, Vichitoff, con la rotundidad de unas buenas caderas, tan dulce como el trino de un pájaro niño.

    Besos, reina

    Blanca Barojiana

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