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jueves, 9 de mayo de 2013

ANTES DE QUE SEA TARDE

Hay cosas que deberíamos traer de serie, que no deberían quedar sujetas a nuestra capacidad de aprendizaje.

¿O no?






A TRAVÉS DEL CRISTAL

Inés se cruza de brazos, cierra los ojos y, sin darse cuenta, apoya la frente en el cristal. El murmullo de las conversaciones sigue llegando a sus oídos como un lejano ruido de fondo, como llega el murmullo del mar hasta el que pasea su orilla o como acompaña el rumor del viento en la copa de los árboles a quien está leyendo a su sombra. Tras la oscuridad forzada de sus párpados, sigue percibiendo voces quedas, movimientos pausados, sonrisas tímidas, abrazos corteses a los que van llegando, y por un momento piensa que voces, movimientos, sonrisas y abrazos parecen formar parte de una coreografía que todos llevaran en la sangre, de una ceremonia que hubieran ensayado muchas veces.  Y tal vez haya ocurrido así.
Fuera llueve pero no se escucha el ruido de la lluvia, solo se adivina el pequeño estallido de cada gota al caer en la tierra, al golpear el tejado. Inés respira hondo y su aliento se dispersa sobre el vidrio. A través del cristal ve las flores tan hermosas, tan llenas de color, tan recién abiertas, que no puede evitar compararlas con la vida en plenitud y preguntarse cuánto tiempo tardarán en marchitarse. Es una metáfora de la existencia tan obvia que por un segundo se reprocha su falta de originalidad.
Cuando se decide a abrir los ojos, percibe una figura borrosa que se acerca a ella desde el fondo de la sala. Distingue su silueta, delgada, ágil, pero no sus facciones, que quedan a contraluz. Avanza despacio y cuando llega a su lado puede ver su rostro con claridad. Reprime un grito de sorpresa y se abraza a la chaqueta de cuero, a la barba recortada, a las gafas de miope, al cuello en el que tantas veces deseó refugiarse. Decide no contener las lágrimas y llora sin pudor, sin soltarse del tacto frío del cuero ni del olor a colonia que se desprende de la camisa. Nota la mejilla de Julio contra la suya y una presión reconfortante en la cintura y decide demorarse unos segundos más, apurar la alegría de un reencuentro que lleva quince años de retraso, los que hace que Julio se marchó y ella decidió no acompañarle.
Cuando se separan, Julio le ofrece un pañuelo pero no retira el brazo, que sigue sobre su hombro y la mantiene pegada a él. Inés mira de nuevo a través del cristal, pero no se fija en las coronas ni en los ramos que llenan la cámara sino en la cara de su padre en la que hace horas que se instalaron la tersura y la palidez de la muerte. Piensa que ha llegado tarde, que su padre ya no puede oírla, y se arrepiente de no haberle dicho tantas cosas… Y la frase de no recuerda quién se enciende en su cerebro como un letrero luminoso: Solo nos arrepentimos de lo que no hemos hecho.
Se vuelve despacio hacia Julio, le mira a través de la bruma húmeda de sus lágrimas y decide que con él no cometerá el mismo error, que con él todavía está a tiempo.
“Te quiero”, le dice.
Y el abrazo de Julio le da su respuesta.


3 comentarios:

  1. Más allá de la historia tan emotiva, me quedo con la fuerza del cristal en el relato, con todo lo que evoca.

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  2. De lo que estoy segura es que nunca es tarde y siempre un regalo leer tus relatos.

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  3. Pero qué bien lo haces...

    GRACIAS¡¡

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