Imagen tomada de eflecturer.blogspot.com
Maldita sea. Maldita sea. ¿Dónde la había puesto? ¿Dónde cojones había puesto la jodida papelina? La había metido en el bolsillo derecho del pantalón, de eso estaba seguro. El amigo de Borja (lo de “amigo” era un decir, saltaba a la vista que Borja no podía tener nada en común con aquel tipo mal vestido, sucio y con cara de colgado) se la había dado en el baño del pub y él le había pasado el puñado de billetes, bien estirados para que no abultaran en la cartera, sus ahorros de tres meses más cien euros que le había birlado a su madre, y a continuación había metido el puño cerrado en el bolsillo y no lo había sacado hasta que se cercioró de que la papelina quedaba bien encajada en las costuras del fondo, o sea que tenía que estar allí, vamos, fijo.
A no ser que… A ver, un momento, hay que pensar, hay que repasar, no sea que algo se haya pasado por alto y… Hay que retroceder hasta… hasta el momento en que entró en casa, eso es, hasta entonces la papelina estaba en su sitio, recuerda haberla palpado mientras apretaba el botón del ascensor, el tacto áspero del papel, el pequeño bulto que formaba el polvo. Luego había sacado las llaves… Tal vez entonces… Pero no, no se le podía haber caído al sacar las llaves, las llevaba en el bolsillo de atrás. Entró en casa y fue derecho a la cocina sin encender la luz, notaba la lengua pegada al paladar y tenía el estómago revuelto, y no era para tanto, joder, total, solo había tomado seis o siete cubatas, bueno, y la mitad de otro que se le cayó en el pantalón y que al secarse dejó la tela tiesa como un cartón. Abrió el frigorífico y se bebió media botella de agua, oyó el despertador de su padre y se quitó los zapatos para no hacer ruido mientras iba a toda prisa a su cuarto.
Su cuarto, ahí vamos. ¿Qué hizo exactamente? ¿Entró, cerró la puerta, encendió la luz, se quitó la ropa? No, joder, no fue así, maldita resaca, entró y cerró la puerta pero se dio cuenta de que tenía ganas de orinar, eso es, se estaba meando encima y tuvo que ir al cuarto de baño, deprisa, casi a saltos por el pasillo, para acabar cuanto antes y no encontrarse con su padre, el viejo se ponía como un puma cuando le pillaba llegando a casa a la hora a la que él se levantaba para ir a la puta oficina, le decía que era un caradura y un sinvergüenza y cosas por el estilo, fue al baño y orinó, una meada larguísima, como la de una vaca, tuvo que apoyar la cabeza en la pared porque se quedaba dormido, pero no se quitó los pantalones, ni siquiera se los bajó, joder, sólo abrió los botones de la bragueta, no se le pudo caer la papelina.
¿Entonces? Si no había sido por el camino, ni en el baño… solo quedaba su cuarto, solo allí podía haberse caído. Pero no podía ser, hostias, si había vaciado todos los bolsillos menos ése, había dejado encima de la mesa las llaves, el tabaco, la cartera, los preservativos, unas monedas sueltas… y había dejado la papelina donde estaba no fuera a ser que su madre entrara en su cuarto y le diera por fisgar, y luego se había quitado la camisa y el pantalón y los había tirado a lo alto del montón de ropa y en cuanto se metió en la cama se quedó frito.
Maldita sea, dónde podía haber ido a parar el jodido envoltorio. Tenía que encontrarla, joder, si no, a ver qué hacía él esa noche, que había quedado con Vanessa para cenar en el burguer y contaba con un par de rayitas para conseguir zumbársela de una vez, mierda, mierda, mierda, pero por más que metía la mano en el bolsillo, por más que la hundía hasta el fondo, hasta casi romperle las costuras, la puta papela no aparecía. Y encima se había hecho un arañazo con la jodida cremallera.
Eh, eh, un momento… ¿Cremallera? ¿Cremallera? ¿En qué pantalón estaba mirando? El que llevaba puesto anoche no tenía cremallera, joder, tenía botones, era el Boss azul, su madre le había dejado encima de la cama los Levis nuevos “para que, al menos, no lleves unos rotos”, había dicho, pero a la hora de salir se había puesto los viejos porque en el último momento se había dado cuenta de que los Levis tenían cremallera y a él las cremalleras le daban mucha grima, siempre que las subía pensaba que se iba a pillar la punta de la polla. ¿Dónde coño estaban los Boss?
—¡Mamá! —gritó desde la puerta de su cuarto— ¿Has visto mis vaqueros Boss?
—¡Los estoy lavando —gritó su madre desde la cocina—, tenían una mancha asquerosa!
Jojojojojo1
ResponderEliminarQué bueno, qué bueno!
Muy divertido, Vichoff.
Un abrazo enorme, cielo!
No pude resistir la tentación de cartigarle por haberle sisado cien euros a su madre, jamía.
ResponderEliminar:-)
Otro abrazo para ti, preciosa.
Está genial. Qué manera de conseguir "ese lenguaje", amiga.
ResponderEliminarBesos.
¿Sí? ¿Me ha quedado bien? Tenía serias dudas pero si a ti te parece que está conseguido... uf, qué alivio.
EliminarGracias, prenda.
¡Grande, grande!
ResponderEliminarGracias, sista.
EliminarDa gusto tener familia, oye.
¡Uff! Decíame yo al principio, con este lenguaje esta no es mi Vichoff, me l´an cambiao. Después, al llegar al final, he dicho: es ella misma.
ResponderEliminarBesitos