EL NIÑO QUE SUSURRABA A LOS CABALLOS
Me gusta cuando viene el verano y acaba le escuela. No es que la escuela no me guste. Don Ignacio, el maestro, es amigo mío y yo sé que me quiere mucho, pero él tiene que ocuparse de los otros niños así que a mí me deja al final de la clase y me da dibujos para que los pinte o papeles para que recorte estrellas. Yo también le quiero a él porque además de darme dibujos riñe a los que se meten conmigo, que me llaman loco y pasmado, y les castiga a hacer cuentas muy largas y a copiar algo cien veces, pero prefiero el verano porque en verano no tengo que levantarme pronto, no hace frío y puedo jugar todo el tiempo con Yon.
También me gusta cuando viene madre a despertarme y abre la ventana de par en par y entra mucha luz en la habitación. A veces me levanto y padre todavía no se ha ido al campo y está desayunando en la cocina. Cuando llego yo, levanta los ojos y me mira muy serio, no sé si está enfadado conmigo y no me atrevo a acercarme. A veces me siento frente a él y le miro fijamente y entonces le entra como prisa por irse. Coge el hato donde madre le ha puesto el almuerzo y va a la cuna a darle un beso a Marita, que siempre está dormida, y luego me mira a mí pero nunca me besa.
Cuando madre sube a hacer las camas, yo aprovecho y me voy a buscar a Yon. Vive aquí al lado y su casa siempre tiene la puerta abierta, me gusta mucho eso, que no haya que esperar a que abran. Yo entro y Yon siempre se alegra al verme, mueve la cabeza muy contento y me toca el pelo. “Qué bien que has venido”.
Entonces nos vamos a dar un paseo, por el camino del cementerio o por la loma de las bodegas, o bajamos hacia el río, que a Yon le gusta mucho. Levanta la cabeza y respira muy hondo, como si quisiera acabar con todo el aire. “¿Has notado lo bien que huele aquí?” Algunas veces nos hemos tumbado a la sombra de los árboles y hemos estado mucho rato, sin hacer nada, solo mirando los pedazos de cielo entre las hojas o respirando los olores del río. Otras jugamos a escondernos. “Vamos, ve hacia la presa y busca un escondrijo, yo iré a ver si te encuentro”. Y yo busco un hueco entre los arbustos o me agacho detrás del muro de la fábrica de la luz pero Yon siempre me encuentra. “Ve tú ahora”. Y Yon se va corriendo y le pierdo enseguida de vista pero cuando me pongo a buscarlo no tardo nada en verlo porque él es más grande que yo. Y a veces miramos bichos o flores. Me gustan los caracoles y las lagartijas y a Yon le encantan unas plantas que tienen unas flores azules muy bonitas. “¿Nunca las has probado? Están muy buenas”
Otra cosa que nos gusta mucho es ir al mirador cuando empieza a anochecer. Allí el pueblo se hace abierto y se ve hasta muy lejos y nos sentamos a ver las bandadas de pájaros negros que revolotean sobre nosotros como si se hubieran vuelto locos y a mirar el horizonte hasta que el sol se va del todo y se hace de noche. “Es hora de descansar, ¿te das cuenta? El sol nos lo dice”.
Y entonces volvemos a casa sin entretenernos, sin pararnos a ver las luciérnagas ni el reflejo de la luna en el agua del lavadero, porque yo no quiero que madre se vuelva a enfadar como aquel día que, después de ver el sol marcharse, el cielo se llenó de estrellas y Yon y yo nos tumbamos en el suelo y empezamos a ponerles nombre y se nos hizo muy tarde y madre estaba a la puerta de casa mirando a un lado y a otro y cuando nos vio a lo lejos vino corriendo y cayó de rodillas delante de mí, llorando, y yo quería decirle que no llorara, que no pasaba nada, que nunca pasaba nada cuando estaba con Yon porque él cuida de mí, pero no sabía cómo hacerlo porque ella no dejaba de llorar. Y cuando entramos en casa ya estaba padre allí, callado y muy serio, y pensé que iba a reñirme pero en vez de reñirme me miró fijamente y oí que madre decía:
—No sé si este hijo está loco pero entre ese caballo y él me van a volver loca a mí…
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