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miércoles, 27 de agosto de 2014

BICHOS

Ciento veinte palabras para hablar de bichos.




Imagen tomada de www.ngenespanol.com



VUELO PELIGROSO

Resulta un poco cansado esto de aletear y aletear constantemente, día y noche sin parar, sobre todo en un espacio tan reducido. Hay que estar muy atenta a tu vuelo y al de las demás porque, si no, en cuanto te descuidas te has tropezado con una compañera y te has hecho una avería en una antena, en una pata o, lo que sería peor, en un ala.

—No aguanto a los humanos
.
—No hables y vuela, o te acabarás estrellando contra la curvatura menor.

—Es que no soporto esta manía suya de recurrir a nosotras cada vez que…

—Que vueles te digo.

—¿Le durará mucho esta vez?

—¡Qué preguntas haces! Nadie sabe lo que puede durar un humano enamorado.

martes, 26 de agosto de 2014

TEXAS HOLD EM (SERIE NEGRA X)

El reto era abrir un libro en tal página, buscar el inicio de tal renglón y, a partir de lo que allí se dijera, armar un relato. No recuerdo el libro que abrí pero la frase fue "Linda se encogió de hombros".




Foto tomada de www.televisionando.it


LINDA SE ENCOGIÓ DE HOMBROS


Al principio intentó luchar. Sola, desde luego, y contra todo, pero por aquel entonces aún tenía fuerza, coraje y una pizca de esperanza en algún rincón del alma. Mathiew había tardado dos años en confesarle su vicio. Habría tardado muchos más de no haber sido porque ella descubrió los trapicheos que había hecho en las cuentas bancarias. Cuando le pidió explicaciones, Mathiew reconoció, entre lágrimas y súplicas de perdón, que se había gastado todos sus ahorros jugando al poker. 

Linda le perdonó entonces y, después de una larga discusión en la que Mathiew se justificó como pudo y ella apeló al poco sentido común que a él le pudiera quedar, consiguió arrancarle la promesa de que no volvería a hacerlo.

Había una asociación local de ayuda contra las adicciones. Allí acudían alcohólicos, drogadictos y ludópatas que querían abandonar su vicio. Linda le consiguió una plaza y Mathiew empezó a asistir a las reuniones. Semanas más tarde, se enteró de que había dejado de acudir: una amiga lo había visto, a la hora en la que tenía lugar su reunión, entrando en un garito del East Village.

Una nueva discusión, esta vez más bronca, con más disculpas absurdas por parte de Mathiew y más gritos y reproches por su parte. Y de nuevo el arrepentimiento, la promesa, la dulce reconciliación.

Buscó un psicólogo especializado en ludopatías y concertó una cita. Era caro pero estaba dispuesta a sacrificar en aquel tratamiento el poco dinero que había conseguido esconder de las ávidas manos de Mathiew, estaba dispuesta a todo con tal de que Mathiew se curara y las cosas volvieran a ser como antes.

Pero, al cabo de dos meses, recibió una llamada de la consulta del psicólogo. Preguntaban si Mathiew estaba enfermo o le ocurría algo porque llevaba dos semanas sin acudir a sus citas. Poco después, otra llamada, ésta del Banco, le notificaba que, afortunadamente, no había habido problemas y les había sido concedida la hipoteca sobre su casa.

No hubo tiempo para una tercera pelea, para una nueva sucesión de excusas y justificaciones. Hizo una pequeña maleta y la dejó junto a la puerta de entrada. Cogió el bolso y el abrigo y los dejó en un sillón. Luego se sentó en el sofá, dispuesta a esperar el tiempo que hiciera falta. Mathiew llegó bien entrada la noche pero, para su sorpresa, no llegó solo. Lo agarraban del brazo dos hombres altos y corpulentos. No encendió la luz, esperó a que la descubrieran, sentada en la oscuridad. Mathiew se zafó de los hombres y cayó de rodillas a sus pies. Le suplicó que buscara el dinero que él sabía que tenía guardado y que se lo entregara, que no se preocupara porque se lo devolvería al día siguiente pero que tenía que pagar una deuda muy importante aquella misma noche, le habían dicho que le matarían y él les creía…

Linda miró a Mathiew unos segundos, luego levantó la vista hacia los dos hombres y vio en sus rostros la determinación de quitar de en medio a aquel tramposo o a cualquier otro que hubiera tenido el atrevimiento de no pagar sus deudas de juego.

Se incorporó, volvió a mirar a Mathiew y luego cogió el bolso y el abrigo. Empezó a caminar hacia la puerta pero, antes de llegar, se volvió, miró a Mathiew otra vez, luego a los dos matones, y se encogió de hombros. 



domingo, 24 de agosto de 2014

EL MITO

A veces, a días, a penas, dan ganas de volver.





Imagen tomada de damasoaguilarfoto.blogspot.com


UN MUNDO INFELIZ

Cuando, por fin, consiguió salir, un suspiro de alivio y satisfacción se le escapó del pecho. Pensó en la hazaña que acababa de lograr, en todas las cosas apasionantes que descubriría y en que, a su regreso, les contaría a sus compañeros, con todo detalle, los pormenores de su aventura.

Pero su alegría no duró demasiado tiempo.

Ante él apareció un mundo lleno de color, sí, pero también de miseria, de ruindad, de cobardía, de crueldad. Un mundo en el que los poderosos aplastaban a los débiles, en el que la moneda de cambio eran la traición y la mentira y en el que la justicia había sido desaparecido bajo el peso de la tiranía.

Decidió volver a la caverna.

sábado, 23 de agosto de 2014

METAMORFOSIS



Ni me acordaba de este micro.





Foto tomada de fondosdepantallaahd.wallpaperhd.es 


OJOS DE GATO


Siempre le habían dicho que tenía ojos de gato. Unos ojos entre verdes y azules, con vetas doradas, que fascinaban a quien los miraba. Su madre le contó que había sido su abuela paterna la primera en encontrar el parecido y en decir la frase que acabó cuajando en la familia como un mantra fisiognómico. Porque, además de tener ojos de gato, le gustaba dormir enroscado, se desperezaba al despertar hasta parecer el doble de largo, ronroneaba cuando alguien le rascaba la espalda o le acariciaba la nuca y le encantaba el pescado crudo.

Por eso a nadie le extrañó que una mañana, cuando despertó después de un sueño intranquilo, se encontrara sobre su cama convertido en un hermoso felino. 

jueves, 21 de agosto de 2014

ANARQUÍA

Como nunca he conseguido aprender a jugar bien, compenso mi frustración escribiendo sobre el tema. 




imagen tomada de es.dreamstime.com



CHESS REBELLION


Llevaban muchos años realizando la misma tarea, tantos, que ninguno de ellos recordaba con exactitud cuándo habían empezado a trabajar en aquella empresa. El Jefe Supremo, Programer, había sido el encargado de instruirles en el cometido de su función y lo había hecho con tanta precisión y eficacia que todos ellos sabían lo que cada uno tenía que hacer en cada momento. Programer había desaparecido una vez finalizado el proceso de instrucción y se había despedido de ellos con un discurso lleno de ardor laboral, dejándolos a las órdenes del Segundo Jefe, User.

—Ahora ya no sois individuos aislados que actúan sin orden ni concierto. Ahora formáis parte de un equipo que tiene una meta bien definida a la que se encaminan vuestros esfuerzos. ¡No me defraudéis!

El trabajo no era pesado, rara vez aparecían el cansancio o la fatiga. Se hacía larga, eso sí, la espera de instrucciones, porque nunca sabían de antemano cuando podían ser llamados a la acción. A veces, la tardanza de User a la hora de tomar decisiones estaba a punto de acabar con su paciencia pero  también sabían que ese tener que esperar órdenes era parte fundamental de su tarea.


Divididos en dos equipos perfectamente adiestrados, Black y White, siempre listos para actuar, entretenían los períodos de inacción imaginando lides diferentes, nuevos enfrentamientos. A veces lamentaban no poder comunicar a User sus hallazgos en materia de estrategia pero Programer ya les había advertido que sería imposible el intercambio de información.

El primero que empezó a protestar fue BKing, el jefe del segundo equipo. Se quejaba de que su función era la de mero espectador y de que, cuando entraba en acción, ésta se limitaba a la huida o a la pobre protección de otro miembro del equipo. Sin embargo, BQueen, la alta y esbelta BQueen, tenía una libertad de movimientos que la convertía, por así decir, en la estrella del espectáculo. BQueen intentó hacerle ver que la pasividad de su papel se debía, precisamente, al hecho de que el objetivo del equipo era protegerle a él de los ataques enemigos pero, tal vez por su condición de jefe, las protestas de BKing hicieron que otros miembros del grupo empezaran a cuestionarse su propio trabajo y no tardaron mucho en encontrar los aspectos negativos del puesto que tenían asignado.

A las dos semanas, la protesta se había generalizado de tal modo que incluso BQueen y WQueen se habían sumado a ella. A fin de cuentas, ya estaban un poco hartas de asumir casi toda la responsabilidad cada vez que entraban en acción. Reunidos en asamblea, los miembros de los dos equipos decidieron por mayoría declararse en rebeldía y actuar, a partir de entonces, según el criterio de cada cual considerara más adecuado en el momento.


Cuando, días más tarde, User, con la clara intención de abrir con un ataque Nimzovich-Larsen, le ordenó al WQHPawn que avanzara una casilla, este se dirigió en diagonal hacia la derecha y se colocó delante del WQBPawn con actitud desafiante. User probó de nuevo pero WQHPawn se negó a abandonar su posición. En su lugar, BQKnight dio un elegante salto hacia la izquierda. Tras varios intentos fracasados, User desistió. Apretó Ctrl+Alt+Supr y se puso a buscar el teléfono de su amigo el informático. 

En las entrañas del ordenador, refugiados en Chess.exe, los dos equipos celebraban su victoria.

miércoles, 20 de agosto de 2014

ME FALTA EL AGUA

Ya hablé de mi amigo Partner, de Cuca (su personaje) y de sus encuentros en el supermercado. Este fue el primero que nos relató.



Foto tomada de nologia.com


ME FALTA EL AGUA


Me encuentro con Puri en el pasillo de los congelados, bajo la fría luz de los fluorescentes. Puri y yo somos compañeras del colegio y la vida, ese tiovivio en el que nunca sabes quién te va a mirar desde el caballito de al lado, quién va a ser tu fugaz compañero de viaje, nos ha convertido en vecinas. De modo que, aparte de las comidas que, con otras condiscípulas, celebramos puntualmente dos veces al año gracias a los desvelos de Lola, que se ocupa de buscar local y menú y de avisarnos a todas en junio y en noviembre, Puri y yo coincidimos en el barrio: en el horno, en la peluquería, en el kiosko y, sobre todo, en el supermercado.
Puri me sonríe de lejos y se acerca tirando de un carro lleno hasta los topes. En nuestros tiempos de bachillerato en el colegio de monjas, yo envidiaba su carisma, su modo de conseguir, sin proponérselo, ser el centro de atención. Era extrovertida y alegre y su carácter funcionaba como un imán al que nadie podía resistirse: las demás pululábamos a su alrededor como polillas en torno a la luz de las farolas. Eso por no hablar de los chicos, con los que Puri, hechas las debidas extrapolaciones, tenía un éxito similar.
Nos besamos junto al mostrador donde, en el centro del pasillo, se exhiben sin ningún pudor las sandías partidas por la mitad, jugosas semiesferas en carne viva que esta semana están de oferta.
—¿Qué tal, Cuca? —me saluda.
Se quita las gafas con la mano en la que se balancea un bolígrafo mientras con la otra, en la que se despliega una lista de la compra larga como una serpentina, hace equilibrios para sujetar el bolso que se desliza de su hombro. Lleva el pelo recogido y deduzco, con mi habitual perspicacia, que esta semana no ha ido a la peluquería.
—¿Qué tal, Puri? —correspondo—, ¿qué tal Javierito?
Javierito es el menor de los cinco hijos de Puri, un sinvergüenza de dieciocho años cuya mayor habilidad es dar disgustos a su madre. No es que los otros sean mucho mejores. De los veinticuatro a los diecinueve, sus cuatro hijos mayores compiten por ser el que menos aporta al levantamiento de las cargas familiares. Pero, al menos, no generan más problemas que los derivados de su vagancia. El rostro de Puri dibuja una mueca en la que el hartazgo se combina con la preocupación a partes iguales.
—No me hables —suspira—… ¿Sabes la última?
Niego con la cabeza. No, no sé la última.
—La otra noche no tuvo mejor ocurrencia que cogerme el coche, sin que yo me enterara, claro, y llevárselo para ir de fiesta con los amigos. De la que volvían a casa, y ya te puedes imaginar cómo volvían, se tragó una farola del Paseo Grande.
No puedo evitar la exclamación.
—¡La madre que lo parió!
—Sí, hija, yo misma. Resultado de la broma: tres mil euros de reparación y el Javierito con un esguince de cervicales. Ahí lo tengo en casa, con el collarín…
Por un momento no sé qué decir. Siento unas ganas tremendas de ahogar a Javierito con mis propias manos, eso sí, pero no voy a decir semejante cosa. En vez de eso digo lo esperado, lo manido, lo que se dice en estos casos, lo que ella espera oír:
—Bueno, mujer… lo importante es que no le haya pasado nada grave.
—Ya, Cuca —asiente dejando asomar a sus ojos algo que parece desesperanza—… eso es lo malo, que nada parece importante si ellos están bien. ¿Te das cuenta de que cuando tienes hijos el resto del mundo pasa a  segundo plano? Si ellos están bien, todo lo que pueda pasar, aunque sea una desgracia tremenda, queda reducido a pura anécdota… Pero… qué te voy a contar a ti. Tú no tienes hijos, ni exmarido… tú sí que has sabido hacerlo, Cuca, sin nadie que te ate ni te llene la cabeza de preocupaciones, sin tener que llevar tu sola la carga de cinco mulos… y el padre, que no está en casa pero da la vara como si todavía estuviera… Tú sola en tu casita, haciendo lo que te da la gana sin dar explicaciones a nadie, cuidando solo de ti misma… Tu trabajo, tus viajes… Tú sí que vives bien…
Ahora es cuando se supone que yo debería decirle a Puri que las cosas no son tal como ella dice, que todo tiene ventajas e inconvenientes; que la soledad y la independencia tienen un precio, nada barato, por cierto; que, a veces, cuando entro en casa, me gustaría que alguien estuviera esperándome… Pero lo cierto es que pienso que estoy en ventaja respecto a ella. No tengo más que mirar mi cesta, en la que se distribuyen holgadamente varios paquetes de alimentos especialmente envasados para “solos”, y compararla con su carrito, en el que las bolsas de magdalenas rebosan por encima de (a mí me lo parece) media tonelada de productos diversos.
—Bueno, Puri —digo al fin—… tú tienes otras cosas…

—¡Y tantas! —exclama señalando el carro. Y, por un momento, imagino que el carro es la vida de Puri y que tira de él por los pasillos de su existencia esperando que algún día la carga sea soportable—… ¡y todavía me falta el agua!