El reto era abrir un libro en tal página, buscar el inicio de tal renglón y, a partir de lo que allí se dijera, armar un relato. No recuerdo el libro que abrí pero la frase fue "Linda se encogió de hombros".
Foto tomada de www.televisionando.it
LINDA SE ENCOGIÓ DE HOMBROS
Al
principio intentó luchar. Sola, desde luego, y contra todo, pero por aquel
entonces aún tenía fuerza, coraje y una pizca de esperanza en algún rincón del
alma. Mathiew había tardado dos años en confesarle su vicio. Habría tardado
muchos más de no haber sido porque ella descubrió los trapicheos que había
hecho en las cuentas bancarias. Cuando le pidió explicaciones, Mathiew
reconoció, entre lágrimas y súplicas de perdón, que se había gastado todos sus
ahorros jugando al poker.
Linda
le perdonó entonces y, después de una larga discusión en la que Mathiew se
justificó como pudo y ella apeló al poco sentido común que a él le pudiera
quedar, consiguió arrancarle la promesa de que no volvería a hacerlo.
Había
una asociación local de ayuda contra las adicciones. Allí acudían alcohólicos,
drogadictos y ludópatas que querían abandonar su vicio. Linda le consiguió una
plaza y Mathiew empezó a asistir a las reuniones. Semanas más tarde, se enteró
de que había dejado de acudir: una amiga lo había visto, a la hora en la que
tenía lugar su reunión, entrando en un garito del East Village.
Una
nueva discusión, esta vez más bronca, con más disculpas absurdas por parte de
Mathiew y más gritos y reproches por su parte. Y de nuevo el arrepentimiento,
la promesa, la dulce reconciliación.
Buscó
un psicólogo especializado en ludopatías y concertó una cita. Era caro pero
estaba dispuesta a sacrificar en aquel tratamiento el poco dinero que había
conseguido esconder de las ávidas manos de Mathiew, estaba dispuesta a todo con
tal de que Mathiew se curara y las cosas volvieran a ser como antes.
Pero,
al cabo de dos meses, recibió una llamada de la consulta del psicólogo.
Preguntaban si Mathiew estaba enfermo o le ocurría algo porque llevaba dos
semanas sin acudir a sus citas. Poco después, otra llamada, ésta del Banco, le
notificaba que, afortunadamente, no había habido problemas y les había sido
concedida la hipoteca sobre su casa.
No hubo
tiempo para una tercera pelea, para una nueva sucesión de excusas y
justificaciones. Hizo una pequeña maleta y la dejó junto a la puerta de entrada. Cogió el bolso y el abrigo y los dejó en un sillón. Luego se
sentó en el sofá, dispuesta a esperar el tiempo que hiciera falta. Mathiew llegó bien entrada la noche pero,
para su sorpresa, no llegó solo. Lo agarraban del brazo dos hombres altos y
corpulentos. No encendió la luz, esperó a que la descubrieran, sentada en la oscuridad. Mathiew se
zafó de los hombres y cayó de rodillas a sus pies. Le suplicó que buscara el
dinero que él sabía que tenía guardado y que se lo entregara, que no se
preocupara porque se lo devolvería al día siguiente pero que tenía que pagar
una deuda muy importante aquella misma noche, le habían dicho que le matarían y
él les creía…
Linda
miró a Mathiew unos segundos, luego levantó la vista hacia los dos hombres y
vio en sus rostros la determinación de quitar de en medio a aquel tramposo o a
cualquier otro que hubiera tenido el atrevimiento de no pagar sus deudas de
juego.
Se
incorporó, volvió a mirar a Mathiew y luego cogió el bolso y el abrigo. Empezó
a caminar hacia la puerta pero, antes de llegar, se volvió, miró a Mathiew otra
vez, luego a los dos matones, y se encogió de hombros.
¡Bravo por Linda! Y por ti, que sabes coger cualquier frase y redondear una historia.
ResponderEliminarBesos.
Todas deberíamos ser como Linda, ¿no crees?: capaces de terminar con lo que nos perjudica.
EliminarUn abrazo enorme, Rosa preciosa.
A veces hay que tomar duras decisiones, sobre todo cuando ya no hay otra salida. A LInda se le acabó la paciencia al tiempo que la fe en Mathiew. La confianza hay que ganársela no con promesas sino con hechos.
ResponderEliminarMuy buen relato.
Un abrazo.
Gracias, Josep. Quise escenificar precisamente eso: que la paciencia tiene un límite y que nunca es tarde para abandonar algo que nos lastra.
EliminarUn abrazo, amigo.