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martes, 30 de septiembre de 2014

MONTERROSINA

Los niños... ya se sabe.





Imagen tomada de www.identi.li




JUEGO INFANTIL

—Mamá, ¿puedo traer un amiguito a jugar a casa?
La madre terminaba en aquel momento de asear la estancia.
—Claro, cariño, pero id con cuidado, no me llenéis el piso de barro que acabo de limpiar.
—No te preocupes, mami —la voz infantil sonaba ya lejana, yéndose—, nos limpiaremos antes de entrar.

Los oía jugar y reír en su cuarto y sonrió satisfecha. Habían cumplido su promesa: en el suelo no había huellas de pisadas.
—Mamá, ¿puede quedarse mi amiguito a dormir? —llegó la pregunta a través del muro.
—Claro, cariño, pero no arméis jaleo o tus hermanos se despertarán.

A la mañana siguiente, cuando fue a despertar al más pequeño de sus dinosaurios, el niño todavía estaba allí.

jueves, 25 de septiembre de 2014

ÁNGEL DE LA GUARDA

Como dijo el gallego, existir no sé si existen pero haberlos... haylos. En ciento veinte palabras.



Imagen tomada de wartotheworld.blogspot.com



VUELO NOCTURNO

El pitido de la alarma le sobresaltó. Se había quedado dormido frente al monitor. Miró al panel y comprobó el origen: sector 3-SS14894, LA-N, LO-0. Dio un brinco en el asiento: en aquel punto y a aquella hora solo podía ser ella.
Llamó al Suplente y trazó en el aire un amplio círculo que abarcaba la pantalla múltiple.
—Vigílame al resto, tengo una emergencia.
Se levantó y se dirigió a la primera plataforma de despegue.
“Puñetera, pensó, ya en pleno vuelo, ¿qué voy a hacer contigo?”
Llegó justo a tiempo de darle a una mano el golpe necesario para que las pastillas cayeran en el inodoro.
Ella solo sintió un roce y un soplo de aire cálido en la mejilla.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

CELOS

Un problema muy común cuando llega un nuevo miembro a la familia, en ciento veinte palabras.





Imagen tomada de www.arquitectura.com.ar



CELOS

Desde que llegó el pequeño se han olvidado completamente de mí. Había oído hablar de ello pero nunca pensé que llegaría a conocer esta sensación de abandono y desamparo. No me hacen caso cuando me froto contra sus piernas ni cuando brinco a su alrededor para llamar su atención y por dos veces en la última semana han olvidado llenarme el cuenco del agua. Él no me reclama cuando se sienta en el sofá y para Ella parece que he dejado de existir, solo tiene tiempo para el pequeño.


Reconozco que es guapo y resulta gracioso a su manera pero me humilla profundamente. Siempre pensé que quien me destronaría sería un cachorro humano, nunca imaginé que lo haría un gato.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

PEREZA

A veces, vivir supone un gran esfuerzo.





Imagen tomada de sepame.blogspot.com



VARIACIÓN EN BLUE

Qué pereza tener que abrir los ojos, tener que abandonar el territorio de un sueño en el que estabais juntos, tal vez paseando al atardecer, tal vez encontrándoos después de haberos buscado durante mucho tiempo, como hacían Horacio y La Maga, pero felices en cualquier caso porque al fin podíais tocaros y miraros a los ojos y respirar el mismo aire; qué pereza  levantarse después de haber apagado de un manotazo el impertinente pitido del despertador, hacer el tremendo esfuerzo de poner en pie el montón de huesos y músculos que es tu cuerpo recién despertado y arrastrarlo hasta la cocina para preparar el café que te ayudará a ingresar poco a poco en el mundo de la vigilia, caliente, aromático, pero que sabrá amargo por mucho azúcar que le pongas.

Qué pereza la ducha sin sus manos enjabonándote la espalda, sin la pelea por la pasta de dientes, qué pereza la ropa que te pones sin que pueda decirte lo guapa que te ve y te de un beso ligero en los labios, muy ligero porque ya te has puesto el carmín y no es cosa de estropearte el maquillaje, pero capaz de escalofriarte en su levedad; qué pereza el trayecto en autobús en lugar de un asiento de copiloto donde sus dedos se desviarían de la palanca de cambios para acariciarte levemente las rodillas, la llegada al despacho donde esperan las mismas caras y los mismos papeles y los mismos problemas de todos los días, el paso inútil de las horas sin el alivio de una llamada que rompería la rutina y aligeraría la mañana de trabajo porque recordaría las locuras de la noche anterior y encendería chispas de deseos inconfesables y haría más corta la espera.

Qué pereza el fin de la jornada, recoger los papeles de la mesa, cerrar el cajón con llave, apagar el ordenador, coger el bolso, saludar en el ascensor a ese compañero de Recursos Humanos al que siempre intentas evitar porque cada vez que te ve te recuerda que tenéis pendiente una copa, salir a la luz de las tres y cuarto de la tarde y comprobar que no está esperándote aparcado en la esquina y volver a los vaivenes del bus, a la voz enlatada que repite paradas y enlaces y trayectos mientras la ciudad pasa a través de los cristales de las ventanas como una agobiante película vista mil veces.

Qué pereza caminar hasta casa, entrar el portal, abrir el buzón con la certeza de que todo serán facturas y propaganda porque una carta de las de siempre, con su sello y su dirección escrita a mano en tinta azul y su remite, sería un milagro y dejaste de creer en los milagros hace mucho tiempo; qué pereza abrir la puerta, respirar hondo antes de entrar y llenarte los pulmones de un aire que huele a vacío, a ausencia; dejar el bolso tirado en una silla, ir a la cocina y abrir una botella de vino y servirte una copa y bebértela despacio, apoyada en la encimera con la vista fija en los imanes de la puerta del frigorífico, esos que amigos y parientes te han traído de sus viajes, intentando no pensar en esos lugares que nunca visitareis juntos, esforzándote en tragar el último sorbo mientras levantas la cabeza para que las lágrimas no lleguen a rodar mejillas abajo mientras piensas que hay que hacer la comida y la compra y llevar el edredón a la tintorería y limpiar el baño y comprar las pastillas para el insomnio y que, por mucha pereza que dé, hay que seguir viviendo.


miércoles, 10 de septiembre de 2014

REGRESO A ÍTACA

Un poco de intrahistoria (unamunianamente terminologizando, que diría Lonstein) en ciento veinte palabras.




Imagen tomada de www.egrecia.es

COMO TODAS LAS NOCHES


Como todas las noches, se acerca al puerto en busca de noticias, pero, un día más, nadie puede darle razón.

Hace ya muchos años que embarcó pero ella sigue acudiendo a esperarle, con una tenacidad incansable que algunos admiran, porque se les antoja heroica, y otros tachan de locura: no se sabe de nadie que haya regresado después de tanto tiempo.

Espera todavía unos minutos, mirando a lo lejos, al horizonte de negrura, y finalmente da la vuelta y emprende el camino de regreso ignorando las miradas que la siguen.

Está cansada pero la rendición no entra en sus planes. Esperará.


Aligera el paso para llegar pronto a palacio: aún tiene que destejer todo lo que tejió durante el día.

jueves, 4 de septiembre de 2014

WISH YOU WERE HERE

A veces hay que esperar, a veces no importa cuánto tiempo.





Foto tomada de decoestilo.mujerhoy.com





SI NO TARDAS MUCHO...

Ojalá estuvieras aquí, hay tantas cosas que me gustaría enseñarte…

El cielo, por ejemplo. Aquí es amplio, abierto, y tiene otro color, otra transparencia, otra intensidad. No recuerdo haber visto uno igual en ninguna parte salvo, quizás, en los techos de la Capilla Sixtina. ¿En qué o dónde se inspiraría Miguel Ángel para pintarlo? A veces me quedo mirándolo fijamente y entonces, sin que me dé cuenta, sin que los llame o los convoque, sobre su fondo se superponen imágenes de mis recuerdos más intensos. Tú estás en casi todos, no hace falta que te lo diga. Mi preferido ya sabes cuál es: el de nuestro abrazo, aquel abrazo bajo el sol de otoño en el que nos fundimos tú y yo y se fundió todo lo que nos rodeaba. Salgo de nosotros y nos veo, estrechándonos, incrédulos y felices, la cara escondida en el cuello del otro, temblando. A mí se me llenaron los ojos de lágrimas inevitables, tú no te atreviste a besarme. Durante unos segundos, ausentes de todo, pudimos disolver el tiempo y el espacio y fuimos dueños del Universo.

También me gustaría enseñarte mi lugar, el lugar al que finalmente he llegado. Me ha costado mucho trabajo pero al fin tengo mi recompensa: una habitación propia. Creo que me la merecía, después de desearla toda la vida. Es amplia, tan amplia como yo quiera, porque sus dimensiones son las de mis sueños. Y mis sueños son grandes, ya lo sabes. Tienen que serlo porque solo algo muy grande puede contenerte, contenernos. Y tiene luz, una luz que también aquí es distinta. No perfila las cosas, las difumina. Resbala sobre ellas, las rodea y las hace casi transparentes. No recuerdo a nadie que la haya pintado. Las estrellas, sin embargo, son las de van Gogh.

Esta habitación significa, sobre todo, libertad. Una libertad diferente que no tiene horarios ni rutinas ni más obligaciones que las que yo quiera imponerme. Una libertad que ejerzo mirando al cielo, abandonándome a nuestras músicas o leyendo lo que otros escribieron, lo que tú escribiste para mí. Pero, sobre todo, es tiempo. Tiempo sin prisa, sin agobio, sin apremio. Tiempo para soñar y para recordarte, para pensarte, para pensarnos juntos. Tiempo para imaginar que se cumplen nuestros deseos. Todo el tiempo del mundo.

Es lo que tengo y lo que quiero tener contigo, por eso me gustaría que estuvieras aquí. Porque el cielo me queda grande, la habitación está vacía sin ti, la libertad no significa gran cosa si no se comparte y es demasiado tiempo para mí sola.

 Estoy un poco cansada pero no te preocupes. Si no tardas mucho, te espero toda la eternidad.