(Sus deseos son órdenes para nosotros, mylady)
COMO LA VIDA MISMA
El chasquido de la puerta del garaje sonó como el portazo que remata una discusión, como el último cohete de un castillo de fuegos artificiales, como el punto final de una sentencia. Respiró hondo. Por fin estaba en casa. Echó a andar hacia el porche.
La reunión del Consejo de Administración había concluido de la mejor manera posible, con menos incidencias de las que esperaba y con la felicitación casi unánime a su gestión. Prueba superada.
Le extrañó que Trasgo no acudiera a recibirle como todos los días pero recordó que la perra del vecino acababa de entrar en celo. Seguro que el golfo de su perro se había pasado el día pegado a la valla de la parte de atrás esperando una oportunidad. Suspiró con alivio al entrar en casa.
El impertinente de Vidal había estado a punto de hacerle perder los nervios cuando se empeñó en repasar la cuenta de “Asesoría financiera S. L.” pero, afortunadamente, había conseguido desviar el tema hacia el reparto de dividendos y las magníficas expectativas que apuntaba el mercado iberoamericano.
Siguiendo la rutina de todos los días, dejó el portafolios sobre el diván del recibidor y se giró hacia la puerta para desconectar la alarma. Casi no le sorprendió encontrarla tal como la había dejado. Dorinda, la chica fija, tenía una especie de temor atávico a la electrónica y no era la primera vez que olvidaba conectar la alarma cuando salía de casa en su día libre. Esperaba que, al menos, no hubiera olvidado dejarle algo de cena.
También Fernández-Souto había conseguido inquietarle con su insistencia en comprobar los resultados de la Auditoría. Le había resultado más difícil distraer su atención que la de Vidal pero al final lo había logrado enredándole con la explicación de los problemas de consolidación que estaban teniendo con la migración al nuevo sistema informático.
La cena estaba en la cocina, dispuesta con esmero en una bandeja. La calentó en el microondas y, mientras cenaba, puso la televisión para enterarse de que el paquete más importante de sus acciones había subido medio punto. Satisfecho con la cena y consigo mismo, decidió que nada mejor para hacer la digestión que una copa de brandy y un poco de música. Continuaría también la lectura de la última novela que había comprado. Estaba por la mitad y, teniendo en cuenta que faltaban pocos días para que tomara el avión que le llevaría George Town y que no pensaba llevarla consigo, tenía que darse prisa en terminarla.
No le costaría mucho esfuerzo. Era una de esas novelas escritas para ser un éxito de ventas: intrigas económicas y políticas, sexo, drogas, una Mafia del Este de Europa y un héroe, antiguo miembro del Servicio Secreto británico, dispuesto a descubrir una trama criminal de magnitudes cósmicas. Nada que no pudiera leerse en tres noches.
Se sirvió la copa, conectó el equipo de música, encendió la lámpara de lectura y se acomodó en el sillón dispuesto a enterarse de lo que el destino le deparaba a Johann aunque tampoco era difícil de prever. El tal Johann era un personaje secundario que había trabajado para la Mafia desde el primer capítulo y, ya en el tercero, se habían descubierto sus planes. Llevaba varios meses desviando fondos de la Organización a una cuenta en un paraíso fiscal y pensaba huir en cuanto la cantidad estafada fuera suficiente para garantizarle el retiro. No parecía tener muchas luces el tal Johann. Cualquiera que haya leído “El Padrino” sabe lo que les espera a ese tipo de personajes.
Tal como había supuesto, el jefe de la Organización (un tipo que el autor, en el colmo de la originalidad, había llamado Vladimir) se había enterado de las maniobras de Johann y, con la delicadeza que caracteriza a este tipo de negociantes, había encargado a un matón de confianza que se deshiciera de él.
Algo sonó más allá de la puerta, en el recibidor, algo leve y fugaz, un golpe apagado. Miró hacia la entrada esperando ver aparecer a Trasgo pero pensó que el perro habría hecho varios ruidos, no uno solo. Concluyó que el ruido había sido imaginación suya y siguió leyendo.
El matón había espiado a Johann unos días, los suficientes para averiguar sus costumbres y el día que libraba el servicio. El resto había sido fácil: llamar a la puerta de la casa con la excusa de la entrega de un envío urgente, reducir a la sirvienta, matarla de un tiro y esconder el cadáver en la bodega; envenenar al perro con un trozo de carne inyectada de estricnina y esperar a que Johann regresara.
Sonrió a solas ante la obviedad de la trama. El autor no se había esforzado lo más mínimo. Era todo tan esperable, tan evidente, que pensó en abandonar la novela y buscar una lectura que fuera capaz de sorprenderle.
De nuevo le pareció oír un ruido, tal vez un pequeño crujido de la madera del suelo. Podría ser Trasgo, que regresaba cabizbajo de su escapada amatoria, o Dorinda, que volvía más temprano que de costumbre.
Levantó la vista del libro. Frente a él, a la entrada del salón, no estaban ni su perro ni su asistenta pero, casi invisible en la penumbra, un tipo de gabardina oscura y anchos hombros le miraba a los ojos y empezaba a caminar hacia él mientras apuntaba a su cabeza el cañón de una pistola con silenciador.
Uauuuuuuuuuuuuuu, me encanta. Me ha dado hasta un escalofrío por la espalda. No he mirado para atrás porque estoy en el sofá que está pegado a la pared.
ResponderEliminarGracias, este tipo de relatos los bordas, hija¡¡
Y la dedicatoria... besos
Un placer haberle gustado, mylady.
Eliminar:-)
Besos.
¡¡¡Volveré!!!
ResponderEliminarBsss
¡Hola, preciosa! ¡Qué alegría verte por aquí!
EliminarPasa, pasa, ponte cómoda.
¿Alguna petición?
Abrazo enorme.
"La obviedad de la trama..." Pues sí, como la vida misma, obvia pero inesperada e interesante en tantos frentes.
ResponderEliminarYo, llegado el final, no podía levantar la vista del texto para mirar la puerta de entrada al salón, ni siquiera al oír los pasos :)
Muy bueno, querida.
Mil besos.
No me digas que te he asustao...
Eliminar¡Me encanta!
:-)
Un besazo.
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ResponderEliminarJodéeeee, Vichoff, te sabes todas las técnicas, todos los trucos, te lo has leído todo y yo teniendo que trabajar, me enredo en tus historias y se me pasa la mañana y todavía ni he bajado a desayunar.
:-)
Sagerao, que pareces andaluz. Si mis historias se leen en un pispas...
EliminarBesos, guapo.
¿Por qué habré oído también ese ruido? Ahora que lo pienso, no conozco a ningún Johann y no tengo ningún "Trasgo" ¿Será alguien extraño?, pues no, era la lavadora.
ResponderEliminarTan bueno como siempre.
Un abrazo.