Otra dosis de ciencia-ficción mezclada con su pizquita de justicia poética.
DESAPARECIDO
A las 20,30 horas de aquel jueves, Mónica llegó a la parada y solo tuvo que esperar dos minutos la llegada del flybus 457, Centro-Paradiso SW, que, afortunadamente, iba un poco retrasado. La profesora de “Aprovechamiento mental” había alargado su clase unos minutos, los suficientes para hacerle pensar que lo perdería y le tocaría esperar media hora a que pasara el siguiente. El flybus de las 21 solía ir lleno hasta los topes de empleados de las oficinas del Centro que regresaban a sus hogares cargados con sus portafolios y con las compras hechas en la hora del almuerzo y la perspectiva de pasar de pie los setenta minutos de trayecto no la atraía en absoluto.
El flybus aterrizó suavemente, Mónica pasó su tarjeta por el escáner y buscó con la mirada los asientos reservados para discapacitados físicos de grado I. El que quedaba junto a la ventana de emergencia estaba libre y Mónica se acomodó en él y encajó las muletas en las abrazaderas.
Miró la pantalla que colgaba del techo y trató de adivinar el canal en que estaba sintonizada pero se aburrió al poco: hacía ya muchos años que la programación era tan parecida en todas las cadenas que era imposible distinguirlas por el contenido. Cerró los ojos y su pensamiento volvió al aula que acababa de abandonar, a la voz dulce y cadenciosa de Karen que, durante una hora, les había hablado del poder del cerebro humano, de su aún desconocida capacidad para intervenir en el mundo físico. Los mecanismos de la telepatía empezaban a ser conocidos y estudiados pero los poderes telekinésicos de la mente aún eran un ovillo enmarañado para los científicos. Karen, aun a riesgo de parecer visionaria, insinuaba la existencia poderes mucho mayores, poderes fantásticos, extraordinarios, capaces de producir fenómenos cuya simple mención causaría asombro.
“Usad vuestra mente”, les decía una y otra vez, “usad vuestra mente. No os hacéis idea del poder del arma que tenéis dentro del cráneo”
Mónica miró su pierna derecha, amputada por encima de la rodilla, y pensó que por mucho que intentara usar su mente, nunca conseguiría sentirse como antes de que le faltara aquel pedazo de su cuerpo. Era cierto que, debido a su minusvalía, había visto reducida su jornada obligatoria de once a diez horas y que los asientos reservados en el transporte público solían estar libres pero, por más que intentaba pensar en positivo, no conseguía que el hecho de tener que vivir pegada a una prótesis dejara de parecerle una desgracia. Tampoco había conseguido, a pesar de llevar muchos años intentándolo, olvidar la ilusión de su vida: viajar a Nueva York antes de que, según las predicciones, Manhattan quedara anegada por las aguas del deshielo global. Por el contrario, cuanto más intentaba hacerse a la idea de que con su sueldo nunca conseguiría ahorrar lo suficiente para el viaje, más fuerte se hacía el deseo de llevarlo a cabo.
A las 20,50 horas de aquel jueves, Gonsalves, el supervisor de turno, abandonó el puesto de observación y se acercó a Mendes, controlador del puesto 18, que acababa de atronar la Sala de Control de Tráfico Urbano con un potente “¡Joder!”
—¿Qué pasa, Mendes? —preguntó poniéndose a su espalda y mirando la pantalla de la que Gonsalves no apartaba la vista.
—¡Joder! —repitió el empleado—, ¡Joder y joder!
—¿Quiere dejarse de maldiciones y decirme qué coño pasa, Gonsalves?
—¡Joder, jefe!, ¡que ha desaparecido! —dijo Gonsalves con las manos extendidas hacia la pantalla.
—¿Qué es lo que ha desaparecido?
—¡El 457, jefe! ¡El 457! Estaba ahí, siguiendo su ruta y, de repente… ¡ya no está!
—No diga tonterías, Gonsalves —afirmó el supervisor escrutando el rectángulo luminoso lleno de coordenadas, de pequeñas luces móviles—, ¿cómo va a desaparecer? Un flybus no desaparece así como así. ¿Ha buscado la señal de emergencia? ¿Ha llamado al conductor?
—Nnnnooo —reconoció, titubeando, el controlador—… aún no…
—Pues vamos, ¿a qué espera? Busque la señal de emergencia, llame a… ¿es Moreno el que hace esa línea esta semana?... llame a Moreno, dígale lo que pasa. Y avíseme cuando haya solucionado el problema.
Mendes, el controlador del puesto 18, buscó la señal de emergencia del 457 pero no la encontró en ningún satélite; intentó comunicarse con Moreno, el conductor, pero no lo consiguió. Lo único que pudo averiguar fue que el 457 había sido visto por última vez por Rubio, el conductor de la 284, Nuevo Paradiso SE-Distrito 15, a la altura del cruce de la Avenida del Futuro con la Transversal Universo , a eso de las 21,45 y que a Rubio le había parecido que el 457 iba demasiado alto.
A las 15,05 (hora de la Costa Este ) de aquel jueves, el flybus 457, Centro-Nuevo Paradiso SW, aterrizó suavemente en la esquina de la 5ª Avenida con la calle 54 para asombro de Mónica, del resto de los pasajeros y de varios transeúntes que en aquel momento se disponían a cruzar hacia Central Park.
Usad vuestra mente... ya¡¡¡
ResponderEliminarEs muy bueno, querida.
Besos
Me gusta que al final Mónica conozca Nueva York, pobre.
Eliminar:-)
Gracias por leer, reina.
Un abrazo.