Para Frida y para Carmen Fabre, que gustan de esta serie, el relato que les prometí, el de mi amigo BlackJackk.
EL PROTEGIDO
Salió de la ducha y se miró en el espejo: la frente
tersa, el tabique de la nariz completamente recto, los labios carnosos y ni
rastro de ojeras. Le sonrió a su reflejo: “Tienes buen aspecto, tío”, le dijo
en silencio. “Y también un buen cirujano”, añadió.
Las canas le avejentaban un poco pero, al mismo
tiempo, le daban un aire casi intelectual. Con las gafas de pasta y el pelo
peinado hacia atrás podía pasar fácilmente por un escritor acomodado que se
hubiera retirado unos meses a escribir una novela de espías.
Llamó por teléfono para pedir que le subieran el
desayuno a la habitación. Si había algo que le gustaba especialmente de aquella
situación era poder tomarse el café en la terraza, mirando aquel mar que
asombraba de tan azul y espiando a las turistas que tomaban el sol en la
piscina. Y luego fumarse un cigarrillo, el primero de la mañana, el mejor del
día, satisfecho y relajado, recordando la vorágine de los meses anteriores y
disfrutando el alivio de haberla dejado atrás.
Ya no más viajes al juzgado en coches de cristales
tintados, ya no más vivir oculto en pensiones de cuarta categoría o en
alojamientos perdidos en el último rincón del mapa, ya no más tipos de
pinganillo en la oreja y pistola en el sobaco, ya no más miedo.
Salió a la terraza y se apoyó en la barandilla.
Desde aquella altura, todo lo sucedido empezaba a parecerse a un mal sueño: la
desaparición de la coca, la implicación de los jefes locales, la persecución
implacable del cártel… Le costaría adaptarse a su nueva vida pero, con tiempo,
conseguiría olvidar, conseguiría borrar de sus sueños la cara del “Templao”
gritándole en los pasillos del juzgado: “¡No te escaparás!”. Con tiempo.
El ropero estaba lleno de prendas veraniegas,
ligeras. Escogió un pantalón de lino y una camisa estampada, unas sandalias de
cuero. El atuendo típico del turista típico. No le importaba parecerlo mientras
estuviera allí.
Al coger la cartera no pudo evitar echarle un
vistazo a su pasaporte. Una imagen parecida a la del espejo le miraba con gesto
indiferente desde la tercera página. “Te llamas Felipe del Hoyo, tío, no lo
olvides, y eres comercial de una empresa de maquinaria agrícola”.
Al encender el móvil apareció una llamada perdida.
Era el número de Rosales, su contacto. Seguramente había llamado para darle las
instrucciones que, según estaba previsto, serían las últimas. Después, solo
quedaría empezar de nuevo. Pero le llamaría más tarde, cuando hubiera
desayunado. No pensaba bien con el estómago vacío.
Unos discretos golpes en la puerta anunciaron la
llegada de su desayuno. Guardó el pasaporte, se estiró la camisa y preparó una
sonrisa cortés para el camarero.
Casi no le vio la cara porque los ojos se le fueron,
por pura deformación profesional, a la boquilla del silenciador que asomaba por
debajo de la servilleta, pero reconoció la ceja partida del “Templao”, sus ojos
saltones, su pelo rojo, su voz de aguardiente cuando dijo:
—Te dije que no te escaparías, cabrón.
Guauuuuuuuu, gracias Reina de la N.N.( Novela Negra)
ResponderEliminarBesos.
Como sigas así, MariFabre ("emperaora", "reina de la NN") voy a tener más títulos que la de Alba.
Eliminar:-)
Besos, preciosa, sabes que me encanta gustarte.
Dile a tu amigo Blackjackk que me ha gustado mucho. ;)
ResponderEliminarSe lo diré de tu parte, Cris, seguro que se pone muy contento.
Eliminar;-P
Un abrazo muy grande, preciosa.
Qué final... me encanta :)
ResponderEliminarUn beso
El final no podía ser otro, paisano.
ResponderEliminarComo ves, me manejo bien en los hoteles.
;-)
Abrazo y dos besos de regalo.
Jo, Fefa, qué lujo leerte, de verdad que sí.
ResponderEliminarLlego un poco tarde, ya sabes cómo son las vacaciones, pero te agradezco infinito que te acordaras de cumplir tu promesa ;-)
Sigue siendo de un gran impacto... Me fascina.
ResponderEliminarBesos¡¡