Una nueva entrega, especialmente dedicada a sus seguidores (Pedro P. Andrés, Carmen Fabre, Lydia Cotallo, Cristina Ares...)
UNA VOCE MOLTO FA
Adela se ajustó el
pantalón a la cadera, ahuecó las solapas de la chaqueta vaquera y se estiró la
camiseta hasta la frontera del ombligo. Dio un último vistazo a su imagen y,
satisfecha, salió de su cuarto y bajó las escaleras con el entusiasmo de una
adolescente a la que esperara el chico de sus sueños.
Al llegar al hall se
detuvo un instante frente al espejo que colgaba sobre la consola para comprobar
la simetría del colorete. Fue entonces cuando oyó la voz de su madre.
—¡Adelaida! —Era un grito—
¿Su puede saber dónde vas con esas pintas? ¿No te da vergüenza? ¡Una mujer de
cuarenta años vestida como una quinceañera!
Su madre siempre había
sido así: gritona, dominante, meticona. Adela no podía recordarla de otro modo.
Miró al techo, suspiró entre aburrida y resignada y con el dedo anular borró
una pequeña porción de perfilador que se salía del margen de la comisura.
—¡Adelaida! ¿No pensarás
salir a la calle vestida así, verdad?
Dio media vuelta y abrió
con decisión la puerta del garaje. La cerró de un portazo y entró en el coche
pero incluso hasta allí llegaban los gritos.
—¡Una furcia! ¡Eso es lo
que pareces: una furcia! ¡Ningún hombre decente se ha de acercar a ti!
Pulsó el mando a
distancia, arrancó y puso la radio a todo volumen pero no fue suficiente: la
voz de su madre seguía llegando hasta sus oídos.
—¡Zorra!
Cuando el portón estaba a
media altura, avanzó lentamente marcha atrás. Antes de alcanzar la calle detuvo
el coche y miró hacia la primera planta de la casa, hacia la ventana de la que
provenían los gritos que, por fin, ya no
se oían.
“Menos mal que fuera de
la casa no se oyen”, pensó. “Una lástima tanto esfuerzo... al final... voy a
tener que venderla...”
Había sido mucho
esfuerzo, sí. Primero había hablado con varios vecinos sobre la intención de su
madre de irse a pasar una temporada al extranjero, con su hermano. Adela era
hija única pero eso los vecinos no lo sabían. Dos días más tarde, mientras su
madre se duchaba, la apuñaló al más puro estilo Psicosis. Su madre era menuda y delgada y eso le facilitó la labor.
Durante una semana troceó su cadáver con paciencia de cirujano plástico y lo
repartió en porciones que fue enterrando, día a día, en diferentes lugares
dentro de un radio que llegó a alcanzar cuarenta kilómetros. Limpió
escrupulosamente el baño y, durante los dos meses siguientes, se fue
deshaciendo de la ropa de su madre a razón de una prenda por día. La noche que
sacaba al contenedor la bolsa que contenía el último para de zapatos, oyó su
voz por primera vez.
Tendría que vender la
casa, sí: su madre no se callaba ni después de muerta.
Qué espeluznante. Me ha traído al recuerdo aquellos capítulos de "Historias para no dormir". Tensión psicológica, que es mucho mejor que el gore.
ResponderEliminarGracias por la dedicatoria :)
Un besazo!
¿Espeluznante? Caray, paisano...
EliminarMe encanta que te recuerde a las magistrales "Historias para no dormir". Seguro que algo también se me pegó de ellas.
Un abrazo.
Impactante. Yo ya soy fiel seguidora de tu serie negra. ;)
ResponderEliminarUn abrazo.
Espero no defraudarte con las próximas entregas.
Eliminar:-)
Un abrazo muy grande, Cristina, y gracias.
Me ha sorprendido el desenlace y por imprevisible más atractivo. A Hitchcock, como a mí, le hubiera encantado. Un abrazo.
ResponderEliminarQué maestro HItchcock... Seguro que todas las cosas que pongo aquí le deben algo.
EliminarGracias, Josep, un abrazo.
Sigue vistiendo tu caja de negro, por favor. ¡Me encanta!
ResponderEliminarQue conste que se me está acabando el fondoarmario...
EliminarMe vais a obligar a escribir algo nuevo, cómo sois.
:-)
Un abrazo enorme, cariño.