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miércoles, 28 de agosto de 2013

AGUA


Para todos pero, en especial, para Pili Albertos, que sé que le gustará.





AGUA CORRIENTE


A lo lejos, la línea sinuosa de las dunas separa dos colores casi idénticos: el naranja del cielo del crepúsculo y el cobrizo del suelo arenoso. En el aire, ya quieto, no queda rastro del polvo que el viento arrastró por la mañana y el sol es un gran balón amarillo que cae despacio, tan despacio que nadie puede notar su movimiento.

Mahmud sigue inmóvil, sentado en el suelo. Se abraza las rodillas, aprieta los párpados para mirar al horizonte como si quisiera ver el mar que queda más allá de donde va a ponerse el sol y escucha en su cabeza la tonada que Sara solía tararear por la mañana mientras hacía tostadas y ponía la mesa para el desayuno. No entendía la letra pero le gustaba la melodía, sonaba dulce y al oírla daban ganas de bailar. Y Sara siempre sonreía.

Ha jugado con Rayhan y con Nura a saltar por encima de la cuerda que sostenían Anisa y Hashim y ha saltado más que ninguno, aunque el último intento tuvo que hacerlo de un brinco, encogiendo el cuerpo y girando sobre la cuerda, y la caída en el suelo le dejó dolorido el costado. Luego llegó Tayyeb con la vieja bicicleta de su padre y se alejaron un poco del campamento para hacer carreras, a ver quién iba más lejos mientras los demás contaban hasta diez, y esta vez ganó Anisa pero solo porque es dos años mayor que los demás y tiene las piernas más largas.

Con Laura y Raúl también montaba en bicicleta pero tenían una para cada uno, salían de casa y se iban a recorrer el pueblo y siempre acababan en la plaza con los demás niños, porque en la plaza se juntaban todos para jugar a lo que fuera y comprar golosinas en el quiosco de Pedro, que era un señor muy mayor con bigote blanco y gorra de béisbol que le llamaba Majamú.

Iban a empezar a jugar al “ratón escondido” cuando ha llegado Farid, el hermano mayor de Tayyeb, venía corriendo y le gritaba a Tayyeb que su padre estaba furioso porque necesitaba la bicicleta para ir al ambulatorio y no la encontraba por ninguna parte, así que Tayyeb salió a toda prisa con la bicicleta y los demás dijeron que ya se iban a casa porque pronto empezaría a anochecer y estaban en las noches sin luna.

Pero él no se ha marchado con ellos, los ha acompañado hasta la primera casa, la de Harun, el mecánico, y de repente ha tenido ganas de quedarse solo. Se ha despedido de sus amigos y se ha alejado de nuevo hasta el lugar donde han estado haciendo carreras con la bicicleta. Se ha sentado en el suelo mirando hacia el lugar por el que se esconderá el sol y ha imaginado el mar que está más allá.


Y ha recordado el otro pueblo, el pueblo de Sara, Laura y Raúl en el que estaba la casa grande que tiene una cama con sábanas y una bañera y piscina y una bicicleta para cada niño, y se ha puesto a tararear la canción que cantaba Sara por las mañanas mientras hacía el desayuno y ha pensado en las dos cosas que le habría gustado traerse a Samara: su mamá española y un grifo.   

2 comentarios:

  1. ¡Menudo relato! Literatura, claro; y buena, claro (es tuya) Pero abre infinidad de reflexiones de todo tipo. No las enumero porque están ahí. Este verano, precisamente, tuvimos en mi entorno un debate (largo) sobre la conveniencia (o no) de los programas de vacaciones para los niños saharauis.

    El texto sirve en bandeja un montón de elementos para pensar, cuando menos.

    Un abrazo, querida Vichoff.

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    Respuestas
    1. Habría para debatir mucho tiempo y muchas cosas. Y como todavía no tengo una opinión clara al respecto, me he limitado a contar la historia de "Majamú", que, probablemente, sea la historia de muchos niños como él. Porque, más de decantarme por una u otra opción, quería hacer patentes, una vez más, la terrible diferencia que hay entre los que lo tienen todo y los que no tienen apenas nada.
      Besos, hermana querida.

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