Para los seguidores de la serie, los veteranos (Carmen Fabre, Pedro P. de Andrés, Lydia Cotallo, Cristina Ares, MCarmen Azcona...) y los recién llegados (Rosa Jaén, Paloma Navarro..)
Espero que os guste.
Y para todos los que se acerquen a leer, claro.
DE MÍ NADIE SE RÍE
Tomó la
decisión de no ir derecho a casa un instante después de que su secretaria le
dejara sobre la mesa la última firma del día. Detrás de la ventana, la ciudad
empezaba a anochecer sobre el telón anaranjado del otoño. Aún era pronto, aún
podía inventar una excusa.
Llamó al
fijo y adujo un problema de última hora, uno de esos contratiempos que surgen
cuando uno piensa que ya ha terminado. Su mujer no puso objeciones, como
siempre. Se limitó a hacer la preceptiva observación de que, una noche más, los
niños se acostarían sin verle, pero ni un asomo de reproche en su voz, ni un
indicio de protesta. Después de quince años, estaba casi acostumbrada.
Iván
llevaba varias semanas esquivándole, ignorando sus llamadas. No había
contestado ni a uno solo de sus mensajes y había dejado de aparecer por los
lugares en los que solían encontrarse.
Cuando se
quiso dar cuenta, ya era demasiado tarde para sujetar aquella rabia que, día a
día, le había crecido en las tripas hasta envenenarle el pensamiento.
—No sigas
—le había dicho la primera vez.
—Claro
que voy a seguir —había contestado Iván, arrodillado entre sus piernas.
Luego le
había ofrecido su dorso moreno, la oquedad oculta entre sus nalgas. Él se había
aferrado a aquella grupa y le había montado sin darse cuenta de que aquel galope
era la entrada de un túnel que tal vez no tenía salida.
Su coche
era uno de los pocos que quedaban en el parking de la Comisaría. Condujo
deprisa hasta el “Oasis”. Sabía que Iván no estaría allí pero tenía la
esperanza de encontrar a alguno de sus amigos, tal vez Joâo, el brasileño que
de vez en cuando le pasaba una china, o Trini, la compañera de piso de su
antiguo novio.
El local
estaba menos iluminado que de costumbre pero no le costó trabajo distinguir a
Joâo al fondo de la barra, cerca de los servicios, entretenido en algo que
tenía todo el aspecto de ser un intercambio. Se abrió paso entre le gente que
cercaba la barra, esperó a que Joâo acaba la transacción y, sin darle tiempo a
nada, le agarró por las solapas y le estampó la espalda contra la pared.
—Me vas a
decir ahora mismo dónde está Iván si no quieres tener a la pasma en tu casa dentro
de una hora haciéndote un registro.
Joâo
intentó zafarse pero en el primer intento su cabeza golpeó con fuerza el muro.
Le miró asustado y lo que vio en sus ojos debió de ser más fuerte que su
orgullo.
—No sé
dónde puede estar —balbució, pero un nuevo golpe le decidió a seguir hablando—…
pero últimamente va mucho por “Morgana”…
El “Morgana”
estaba a las afueras, medio oculto por una chopera a la que se llegaba por un
desvío de la carretera nacional. Aparcó lejos de la puerta junto a un murete
que separaba las fincas y, antes de entrar, se aseguró de que llevaba la
pistola en el bolsillo.
Iván
estaba bailando casi en el centro de la pista, muy abrazado a un grandullón
rubio de aspecto inquietante. Llegó hasta ellos y, ocultándola entre el cuerpo
de ambos, sacó la pistola.
—Lárgate
—le dijo al rubio, que dudó un instante antes de ver el arma y retroceder con gesto
incrédulo —Y tú —dijo encañonando a Iván—, te vas a venir conmigo.
No quiso
escucharle, no quiso oír las excusas que Iván le ofrecía mientras le llevaba a
trompicones por el camino de grava, agarrado del brazo, hasta el coche.
—Tío, no
seas capullo, ¿quieres creer lo que te digo?
Le empujó
sobre el capó, le buscó las manos y le puso las esposas.
—Como
grites te mato aquí mismo —dijo inclinándose sobre él.
Le bajó
el pantalón.
—De mí no
se ríe nadie, ¿te enteras? —dijo con la primera embestida—a mí nadie me da
esquinazo ni deja de contestarme ni me toma el pelo, cabrón de mierda.
Procuró
no hacer ruido al acostarse y se durmió enseguida, arrastrado por el alivio y
el desahogo. No sabía que, desde hacía una hora, un oscuro pasajero en forma de
retrovirus navegaba su sangre a bordo de sus linfocitos T.
La leche... Es estremecedoramente bueno, querida.
ResponderEliminarBesos.
Gracias, Carmen, me encanta escribir para ti, ¿te lo había dicho?
EliminarUn abrazo grande, grande.
¡Hija por dió!Si es que no se puede ser tan prepotente, que luego te llevas un pasajero no deseado.
ResponderEliminarBesos
¡Guau! Recuerdo cuando leí este relato por primera vez hace ya mucho tiempo. No recuerdo si lo hiciste público tú o lo hizo Esther por ti. El caso es que me dije: esta chica vale :-)
ResponderEliminarFantástico relato. Me ha encantado leerlo de nuevo.
Un besazo.
¡Jajaja! Me encanta lo de "esta chica vale", Frida. Por lo de "chica", claro.
EliminarGracias, cariño, un abrazo.
Genial!! Me ha encantado! Gracias :)
ResponderEliminarGracias a ti, Paloma.
EliminarEspero seguir gustándote mucho tiempo.
Besos.
¿Qué si me gusta? Guauuuuuuuuuuu. Y qué final… genial.
ResponderEliminarNo sé cómo eres capaz de abarcar tantos registros. ENHORABUENA.
Besos y abrazos.
Hubo un tiempo en que mi musa se portaba.
EliminarAhora, como todo el mundo sabe, está en el Caribe, con la de Nanny. Un par de golfas, jamía.
Besos, niña dulce.