El pasado jueves, 16 de agosto, en Cambados, nos sorprendió la procesión. Cohetes, gaiteros, banda, autoridades, fieles devotos y... la imagen del santo. Y me acordé de este relato, dedicado en su día a nuestro amigo Dekay y a su familia, que tanto querían a su perra Erka.
ELLOS TAMBIÉN VAN AL CIELO
El
veterinario le acarició la cabeza y luego le cogió la pata. Lo último que vio,
un segundo antes de que el líquido de la inyección le entrara por la vena, fue
la cara del amo, una cara apenada pero que le sonreía, y lo último que sintió
fueron sus dedos rascándole detrás de la oreja. Cómo la conocía el amo, cómo
sabía qué era lo que más le gustaba. También dijo algo el amo, tal vez
“Tranquila, Tana”, que era lo que decía cuando ella se ponía nerviosa, pero no
llegó a oírlo.
Cuando
despertó, miró alrededor pero no vio a nadie conocido. De hecho, no vio nada.
No estaba la camilla a la que la habían subido ni estaban los carteles que
tenía el veterinario colgados en las paredes de la consulta. Tampoco tenía
alrededor los muros de su caseta ni de frente la pantalla del televisor, que era
lo primero que veía cuando se despertaba después de haber dormido la
siesta en el sofá, a los pies del amo.
No había nada, ni rastro del ama ni de los niños, solo una niebla extraña en un
lugar completamente vacío y una luz muy tenue que no se sabía de dónde
procedía.
Levantó
la cabeza y olfateó pero el aire no olía a nada en aquel lugar desierto. Ladró
un par de veces pero nadie le contestó. Empezaba a inquietarse cuando vio a lo
lejos que la niebla se empezaba a disipar. Poco a poco, un haz de luz empezó a destacarse de la penumbra y contra él se
recortó una silueta humana. Volvió a ladrar, por si acaso, pero la silueta se
acercaba a ella confiada, tranquila. Cuando estaba a pocos metros logró
distinguirla. Era un hombre con barba. Vestía una larga capa y se apoyaba en un
bastón de peregrino. Cojeaba un poco de la pierna izquierda. Le gustó.
—Hola,
Tana —dijo.
“¿Quién
eres?”
—¿No me
reconoces? Soy Roque de Montpellier.
“Pues
la verdad…”
—No
pasa nada, anda, acompáñame.
La voz
del hombre era dulce y sintió que podía confiar en él tanto como en los amos.
De hecho, desde que él había aparecido, el lugar había empezado a parecerle
agradable.
Le
siguió a través de la niebla hasta que, a los pocos pasos, se abrió ante ellos
el más frondoso parque que Tana hubiera podido imaginar.
“Guauuuuuuuuuuuuuuuu…”
—Es
hermoso, ¿verdad?
“Madre
mía, ¡cuántos árboles!... y pájaros… y ardillas… y…”
—Y más
cosas que te voy a enseñar.
Moviendo
el rabo a toda velocidad, caminó detrás de Roque hasta que llegaron a una
parcela de césped en cuyo centro se levantaba una bonita caseta de madera.
“¿Qué
pone en ese letrero pintado sobre la puerta?”
—¿Qué
va a poner? Pues “Tana”. Es tu casa.
Se
acercó y olfateó alrededor de la caseta. Luego pasó al interior, que era muy
amplio y tenía una manta de lana, un comedero lleno de sus bolas de pienso
favoritas y un recipiente con agua fresca. Qué bien olía también allí dentro…
Era un olor distinto a todos los que conocía, tan agradable, tan especial, que
parecía llenarla de una paz que nunca había sentido.
—Ven,
Tana, vamos al mirador.
De
nuevo caminó detrás de Roque hasta que llegaron a una zona del parque llena de
pequeños visores. Roque le señaló uno.
—Asómate.
Tana se
acercó al visor, miró con atención y, sorprendida, vio a los amos sentados en
el salón de su casa. El amo le acariciaba una mano al ama y ella se limpiaba
los ojos con un pañuelo. Levantó las orejas y ladró.
—No te
pueden oír —dijo Roque.
“¿No?
Qué pena… Me gustaría decirles lo bien que estoy, contarles lo bonito que es
esto, lo feliz que me siento aquí… Igual si lo supieran no estaban tan tristes”
—No te
preocupes por eso, Tana, alguien se lo dirá y entonces se alegrarán por ti.
“Y
ahora… ¿quién va a sacar al amo a pasear todas las noches?”
—Tranquila,
seguro que se arregla. Los hombres, aunque no lo parezca, están llenos de
recursos. Por cierto, mira quién viene…
Tana
volvió la cabeza y vio que se acercaba a ellos un ángel moreno, delgado. Llevaba
una correa de la mano y vestía la camiseta del Cádiz C.F.
—Venga,
Tana —le dijo—, vamos a sacar la basura.
Y Tana
fue tras él con trote alegre, las orejas levantadas y moviendo el rabo como una
batidora.
Vichoff, no te imaginas cómo me ha gustado este relato. Primero porque está dedicado a Dekay, eso lo hace para mí más entrañable si cabe, y segundo, por S.Roque. Este santo, patrón de Portugalete, es muy querido por todos los jarrilleros. Cuando vengas —espero que así sea algún día— te llevaré a visitar su ermita.
ResponderEliminarGracias a ti, el perro de San Roque continúa sin tener rabo, pero si tiene nombre: Tana :-)
Besos y un fuerte abrazo.
En realidad, fue un acto de perfecto egoísmo. Lo escribí para Dekay y Maribel cuando perdieron a su Erka pero también para mí, porque sabía que tarde o temprano perdería a mi Kazán.
ResponderEliminar¿Jarrilleros? Vale, ya me explicarás lo que son los jarrilleros cuando vaya a Portu y me lleves a la ermita de San Roque.
Un abrazo, niña dulce.
Ah, se me acaba de iluminar la antena: ¿jarrilleros es el gentilicio de los de Portu?
Visto así, casi que dan ganas de ser perro a la hora de hacer el último viaje :)
ResponderEliminarQué hermosa historia, paisana.
Besos!
¡Bellísimo relato! Contemplo a mi "peludo" que desdeña su cama, para utilizar todo el sofá y.., no quiero ni pensarlo. Es el tercer amigo de cuatro patas y ya tiene once años.
ResponderEliminarLo comparto. Besos.
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