El miércoles por la tarde mi musa me hizo una visita fugaz y me dejó esto.
SALA DE ESPERA
No mires tanto el reloj, me estás poniendo nerviosa, dice su cuñada en
un susurro, pero Javier no acaba de creerse lo que dice porque Marta está
sentada con la espalda apoyada en el respaldo del asiento, los brazos cruzados
sobre el pecho y las piernas quietas, no parece nerviosa sino todo lo
contrario, tranquila, o más bien falsamente relajada, como si se estuviera
esforzando en aparentar una calma que no siente, que no puede sentir, piensa
Javier, porque ya hace media hora que Amelia entró en el quirófano, una hora
desde que el médico de urgencias les dijera que iban a hacer todo lo posible
pero que las lesiones cerebrales eran muy importantes y había pocas esperanzas.
Javier levanta la vista hacia el reloj que vigila la sala desde la
pared de enfrente y constata que va tres minutos por delante del suyo, piensa
que ese reloj, blanco, redondo, analógico, es un error inmenso en un sitio como
ese porque la lenta progresión de sus manecillas no puede sino acrecentar la
angustia de los que están esperando noticias, aumentar su impaciencia,
mostrarles lo lento que transcurre el tiempo justo cuando más se necesita que
vaya rápido y que pase cuanto antes el mal trago de la incertidumbre.
Marta abre el bolso, saca la cartera y busca monedas, quieres un café,
le pregunta sin mirarle, aunque tal vez sería mejor que fuéramos a la cafetería
a comer algo, añade, tenemos para rato. Ve tú si quieres, contesta Javier, que se
asombra de la frialdad con que su cuñada ha formulado la pregunta, que la mira
cuando se pone en pie y se dirige a la máquina de bebidas que está al otro lado
de la sala, debajo del reloj que va tres minutos por delante del suyo, y
piensa, desconcertado, que no puede ser que esa mujer, que ahora aguarda,
erguida, con aire indiferente, a que la máquina acabe de escupir el líquido que
sin duda será un bebedizo que nada tenga que ver con un café verdadero, sea la
misma que tres horas antes parecía haber perdido el control de todas sus
emociones.
Una vibración en el bolsillo del pantalón le obliga a sacar el móvil y
mirar la pantalla, lee el mensaje mientras Marta regresa a su lado, se sienta y
bebe un sorbo del café con la mirada perdida en la pared de enfrente, y él
decide no contestar al compañero que ha preguntado por wasap si ha terminado el
informe que tenían pendiente.
Vuelve a mirar el reloj para comprobar que solo han pasado cinco
minutos desde la última vez que lo hizo, espera un nuevo reproche de Marta pero
no se produce, ahora está ocupada buscando algo en el fondo de su bolso, tal
vez el teléfono, tal vez un pañuelo para limpiarse la espuma que el café le ha
dejado en el labio superior.
Javier respira hondo y la mira de reojo, observa la onda de pelo que
le cae sobre la cara, la curva de las pestañas, el gesto de la boca, y las
compara el pelo, las pestañas y la boca que en ese momento están sobre la mesa
de quirófano, el pelo estará rapado, las pestañas cubiertas por un esparadrapo y la
boca deformada por un tubo, y piensa que le van a parecer una eternidad todos
los minutos que tienen que pasar antes de que alguien asome por la puerta de la
sala y pregunte por los familiares de Amelia y les dé noticias, una eternidad
terrible y angustiosa, parecida a la eternidad en que se han convertido las
tres horas que han transcurrido desde que Amelia entrara en el dormitorio, los
encontrara desnudos sobre la cama y, sin que tuvieran tiempo de reaccionar,
saltara por el balcón y se estrellara en la acera, cuatro pisos más abajo.
¡Impactante!
ResponderEliminarLlevas todo el relato con tu soltura y destreza habitual. La escena que retratas ya es bastante tensa (muy tensa, con esa contención tan de tormenta) y, finalmente, acaba poniéndonos delante, de golpe, la tragedia inicial...
Muy bueno.
Besos!!
El truco está en contar al final lo que en realidad es el inicio de la historia.
EliminarAdemás, ya sabes que me encanta sorprenderos, es una especie de premio por haber leído.
:-)
Besos también para ti.
Cuando la lectora piensa que todo discurre de una manera tensa por la espera, tu vuelta de tuerca nos enfrenta a una situación límite. Eres única.
ResponderEliminarBuenísimo.
Un abrazo.
Te digo lo mismo que a María, Rosa preciosa. La sorpresa final se me antoja una especie de recompensa para que el lector piense "Ha merecido la pena leer".
EliminarAbrazo grande.
Caramba con tus sorpresas finales, esas que tanto te gustan! Pero hoy sí que e has pillado desprevenido, lo confieso. No me lo esperaba. Todo transcurría con tanta naturalidad que quién lo iba a pensar. Al fin y al cabo, a veces, el fin justifica los medios, jeje.
ResponderEliminarUn abrazo.
¡Te he pillado desprevenido! ¡Me encanta, Josep!
EliminarA mí me gustan esos finales ¿y a ti?
Un abrazo.
Inmejorable la descripción del tiempo que se detiene en lugares terribles como este, para después recibir un fuerte hachazo en el corazoncito del lector. Maestría como siempre. Un beso, paisana.
ResponderEliminarOtro para ti, paisa.
EliminarGracias por visitar esta tu caja.
:-)
Pues qué decir... Me he visto en esa sala de espera y en la habitación previa.
ResponderEliminarMagistral, como siempre . Y luego dicen que dicen de lo breve.
Besos, reina.
Gracias a ti, reina de picas.
EliminarEn cuanto al tamaño... pienso como tú, que no importa.
:-)
Un abrazo.
Me he quedado muehhhhta!! (aquí un emoticono ojiplático). Qué final!!
ResponderEliminarUn beso gordo,
Paloma.
P.D.: Por qué aquí no hay emoticonos, coñe? con lo útiles que son para las torpes que no sabemos expresar emociones, ni escribir como lo haces tú, ni cómo acabar una frase!!
Yo me hago idea perfectamente, Paloma.
EliminarQué bien haberte impactado, eso era justo lo que pretendía.
Un abrazo muy grande, cariño.
Ya me parecía raro que Marta estuviera tan ¿cómo decirlo? ¿tranquilita? Buen relato.
ResponderEliminarGracias, Néstor. Me alegra que te haya gustado.
EliminarBienvenido a tu caja.
Un abrazo.