Una historia escolar.
EN SECRETO
No podía concentrarse. La maestra estaba explicando los verbos
transitivos e intransitivos pero él no conseguía que su atención se mantuviera,
ni siquiera un instante, en lo que escribía en la pizarra o en lo que repetía
por segunda vez acerca del objeto directo. Ni siquiera entendía el significado
de lo que estaba diciendo, como si les estuviera hablando en un idioma
desconocido.
A su izquierda, Laura le dio un codazo y frunció las cejas con gesto
interrogante. Él contestó a su pregunta negando con la cabeza y, a su derecha,
Marcos les hizo un guiño cómplice. Le hizo una mueca que venía a decir “Déjanos
en paz” y siguió escribiendo.
Casi ni había podido dormir en toda la noche. Se había despertado
varias veces y sabía que había soñado cosas extrañas que no conseguía recordar,
pero siempre había vuelto a cerrar los ojos con la misma idea en la cabeza, con
la misma escena que repetía una y otra vez como si proyectara un trozo de
película en la pantalla negra de sus párpados apretados. Era al final del
pasillo, cerca de la puerta del salón de actos. Ella se acercaba sonriendo, él
la veía llegar sin apartar la mirada de su melena rubia mientras notaba que se
le aflojaban las piernas y un ladrillo le apretaba el estómago.
—¿Qué tal?
Solo había preguntado eso, tan general, no se había interesado por el
trabajo de Sociales ni por la nota de Mates. Él hizo el esfuerzo de juntar las
pocas fuerzas que le quedaban para contestar un “Bien” que sonó brusco y que
hizo que ella diera por finalizada la conversación.
—Me alegro.
Y entonces había ocurrido algo extraordinario, casi milagroso. Ella
había alargado la mano hasta tocar la suya, que se apoyaba en el tirante de la
mochila, y la había dejado allí un tiempo que a él se le había antojado
larguísimo porque había podido notar la calidez y la suavidad de su piel pero
que, seguramente, no había sido superior a un segundo.
—Hasta mañana.
Su respuesta fue una mezcla atropellada de sonidos que sonó más como
un gruñido que como una frase coherente.
Siguió escribiendo, abstraído del soniquete de la lección que sonaba
tres filas de pupitres más adelante. Después de la noche casi en blanco, había
sentido la necesidad casi física de poner sus sentimientos en un papel; de
explicar lo que le atormentaba desde principio de curso; de contarle, palabra a
palabra, lo que sentía por ella. Tenía el pálpito de que escribirlo le ayudaría
a soportarlo.
La maestra se volvió de espaldas para escribir algo en la pizarra y
Marcos aprovechó para arrebatarle la cuartilla y empezar a leerla. Él intentó
quitársela pero Marcos no levantaba los ojos del papel de modo que no pudo ver
sus gestos de aviso ni tampoco a la maestra que ya se había girado, había visto
lo que pasaba y se dirigía hacia ellos con paso decidido y severo.
Cuando llegó junto al pupitre de Marcos cogió la cuartilla y la
levantó pero la mantuvo un poco alejada, para no perderlos de vista mientras la
leía. A los pocos renglones dejó de leer, miró a Marcos y luego a él.
—Esto es tuyo, Leo.
No preguntaba, afirmaba. Había reconocido la letra. Estaba a punto de
mover la cabeza arriba y abajo cuando sonó la voz chivata de Marcos.
—¡Es para Laura, seño!
La maestra le miró fríamente, dobló la hoja en cuatro y se la guardó
en el bolsillo de la bata.
—Luego hablamos.
Se dio la vuelta y empezó a caminar hacia su mesa y él se quedó
mirando su espalda, su melena rubia, y deseó que lo llamara a su despacho
porque entonces él le contaría cualquier mentira y tal vez ella, en algún
momento, alargaría la mano hasta tocar la suya y él podría volver a sentir la
calidez y la suavidad de su piel.
Amor idílico, amor platónico, amor adolescente, amor secreto, amor, a fin de cuentas, que se aprende y practica en la escuela de la vida. Aunque yo no tuve ninguna maestra a esa edad (colegio de curas, ya se sabe), me ha parecido tan vívida la situación, que me ha transportado hasta esa época en la que el corazón anda tan desbocado. Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Josep.
Eliminar¿Quién no se ha enamorado alguna vez de un profesor o profesora?
Un abrazo.
Que preciosidad...
ResponderEliminarBesos, reina.
Gracias a ti, reina de picas.
EliminarBesos, muchos.
Maestra de contar historias con pinceladas que insinúan más de lo que explican.
ResponderEliminarY sí, hay que recordar el gran amor por el profesor de Física y Química (aquel desabrido) o por la de latín... cuando todavía se podía andar entre ciertas indefiniciones platónicas :)
Un abrazo grande!!
Ya me hubiese gustado tener algún profe en el que depositar el amor platónico, las mías eran monjas de anchas tocas. Maestra eres tú en el arte de narrar.
ResponderEliminarBesos.
Las mías también, pero en cuanto las dejé... :-)
EliminarUn beso, Rosa preciosa.