Es muy probable que, en este caso, la naturaleza imitara al arte.
MADRUGADA
Se despierta todas las noches una o dos veces. En medio de un sueño
sin imágenes, abre los ojos súbitamente a la penumbra del dormitorio. Bajo el
peso de su cuerpo, el colchón se ha convertido en algo hostil que la rechaza,
que castiga su espalda y sus hombros con punzadas de dolor. Entonces se
incorpora y nota un alivio casi inmediato. Sin abrir los ojos, tantea con los
pies buscando las zapatillas y se levanta. A las cuatro de la mañana la casa se
ha quedado fría y, a tientas, busca la bata que dejó abandonada en la butaca.
Se la pone mientras camina pasillo adelante, hacia la cocina, sin encender
ninguna lámpara porque sus ojos, cerrados todavía, no necesitan ver para
alcanzar su destino.
Los entorna un poco al llegar frente a la puerta del frigorífico y,
antes de abrirla, se prepara para el impacto de la luz de su interior, que se
multiplica con la oscuridad de la noche. Alcanza el envase del zumo de naranja,
llena un vaso, se sienta a la mesa y enciende un cigarrillo. Sigue a oscuras,
la luminosidad de la luna llena le basta para saber dónde está el cenicero,
para alcanzar el vaso y beberse de un trago casi todo el zumo.
Apoya el brazo en la mesa y abre la mano para que sirva de apoyo a la
cabeza que los hombros se niegan a sostener. Suspira y fuma. Cierra los ojos y
fuma. Siente el cuerpo invadido por una fatiga indefinible que pide a gritos
una tregua, un descanso, y se pregunta qué motivos tendrá la cama para
negárselos, qué le habrá pasado a su sueño que ya no sirve para reparar durante
la noche los desperfectos diurnos.
Da la última calada y apaga el cigarrillo con desgana, como si le
diera lástima la brasa que deja de brillar. Con un movimiento mecánico lleva la
mano al bolsillo de la bata y toca el papel, el sobre doblado por la mitad que
esconde la carta manuscrita que recibió una mañana.
La prensa del día anterior había escondido la noticia en una esquina
de la sección de Internacional. “Fotógrafo español muerto en una emboscada en
Kosovo”. Pero la carta había llegado al día siguiente: “Mamá, no te haces idea
de lo que es esto, ya te lo contaré cuando vuelva, no sabría cómo escribirlo.
Pero estoy haciendo muy buenas fotos, el jefe me ha felicitado”.
No quiso saber nada de llamadas telefónicas a horas extrañas ni de
trámites internacionales ni de ceremonias ni de funerales. Se quedó en casa
leyendo la carta una y otra vez.
Ahora se despierta una o dos veces cada noche. Camina a tientas hasta
la cocina, se toma un zumo de naranja o un vaso de leche y se fuma un
cigarrillo mientras piensa que quizás al día siguiente llegue, por fin, otra
carta de su hijo.
Una triste realidad plasmada con tu gran maestría de siempre.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Rosa preciosa.
ResponderEliminarCada vez que leo una noticia así, de gente joven que muere lejos de su casa, no puedo dejar de imaginarme el dolor de sus padres.
Otro abrazo para ti.