Un poquito de ficción científica (más ficción que científica, seguro), que hacía mucho que no.
ENEMIGO PEQUEÑO
El
aullido de la alarma general le sobresaltó y se dio cuenta de que se había
quedado dormido. De un rápido vistazo al reloj comprobó que habían sido solo
dos minutos, una cabezada de esas que atacan en los momentos más inoportunos, la
rendición a una somnolencia invencible, y que le había dado tiempo a soñar con
un atardecer en un muelle, con la proa verde de un carguero que tenía el nombre
pintado en blanco, con letras cirílicas; un barco en el que Carol (una Carol
alegre y sonriente, ya no joven pero todavía viva) y él iban a emprender un
viaje.
Vio que
sus compañeros empezaban a dejar sus puestos y se disponían a salir una vez
más, pero ya no se movían con el apremio y el ímpetu con que respondían a la
alarma al principio de iniciarse el Plan de Defensa Espacial. Después de diez
años, ya sabían lo que iban a encontrar y que no habría mucho que hacer.
—¿Dónde
ha sido esta vez? —le preguntó a Ron Atkins, que pasaba junto a su lado en
aquel momento.
—Red
Canyon, una pequeña colonia al sur de Sean City. Unas doscientas personas.
—Mierda.
Los
vehículos de la Organización para la
Vigilancia Mundial atravesaban
la llanura casi desértica al final de la que se levantaban los rascacielos de
Sean City. Al volante de uno de ellos, Fred seguía pensando en el breve sueño
del que había sido expulsado por el ruido de la alarma y lamentaba no poder
saber qué destino tenía la travesía para la que Carol y él iban a embarcar.
Hacía diez años que Carol había tomado la decisión de abandonarlo de la peor
manera posible: había vaciado en su estómago más de treinta pastillas de somnífero.
El recuerdo de su cara lívida, de sus labios amoratados, aún le visitaba cada
noche.
—Atento,
Fred —le advirtió Jonas, su copiloto, al ver que se desviaba un poco del rumbo.
Bacterias
que llegaban alojadas en bombas que naves enemigas no tripuladas, después de
burlar la Barrera
de Defensa, arrojaban sobre cualquier población antes de estrellarse contra la
corteza terrestre. El resultado eran cientos o miles de muertos, horrorosamente
desfigurados, devorados por algo que podría parecerse al ataque de un millón de
hormigas. Poco cabía hacer después excepto enterrar los cadáveres, desinfectar
el área afectada y ponerla en cuarentena.
Red
Canyon, como todos los lugares atacados, ofrecía el terrible espectáculo de sus
calles silenciosas sembradas de cadáveres sanguinolentos. Fred no pudo evitar
fijarse en el de una mujer joven, rubia y delgada, tan parecida a Carol que le
pareció estar viéndola morir por segunda vez. Las cuencas vacías de sus ojos
estaban rodeadas por un cerco de sangre seca, apenas quedaban restos de sus
labios y entre los pliegues de su ropa asomaba parte de sus intestinos.
—Te
juro —le dijo a Jason— que prefería a los lagartos de ojos verdes que
desencajaban la mandíbula y engullían ratas crudas.
Y se dio
la vuelta para vomitar.
Te pongas el" traje" que te pongas, te queda de cine.
ResponderEliminarBesos, reina.
Va a ser que soy de amplio espectro, reina de picas.
Eliminar:-)
Besazo.
¡Jamía por dió! Esto no hace más que desatar las ganas de largarnos cuanto antes al Planeta Aristolio, pá ponerle el nombre que desean y quedarnos por allí una temporada.
ResponderEliminar¿Puedo ponerlo como episodio, en dicho viaje?
Besitos aristolianos.
Por supuesto que sí, doctora.
EliminarY me reservas una plaza, si me haces el favor.
:-)
Gracias por venir, cariño.