Supongo que a nadie le interesa una
vida como la mía, una vida predeterminada, rigurosamente planificada de
principio a fin, una vida en la que no caben variaciones ni cambios de rumbo...
Sin embargo, ahora que está llegando
a su fin, ahora que mi tiempo está casi cumplido, miro atrás y, aunque la
posibilidad de una vida distinta no deja de resultarme tentadora, he de
reconocer a la postre que no ha sido tan mala. Incluso pienso, ahora que la
madurez ha serenado mis juicios, que muchos habrían preferido mil veces la
indudable comodidad del destino inamovible y la certeza de una ruta señalada de
antemano, a la incertidumbre y la zozobra de la elección constante, la congoja
de la responsabilidad, el peso a veces angustioso de las propias decisiones.
Cuántos cambiarían, sin dudarlo, sus vidas inciertas y atribuladas por este
destino mío, fijo, inmutable, en el que el azar no tiene cabida, que apenas
está sujeto a las alteraciones que pueda suponer una primavera demasiado
lluviosa o un verano poco caluroso.
Sí. Pensándolo bien, no ha sido tan
terrible saber que cada mañana contemplaría el mismo paisaje suavemente
ondulado, verde y tranquilo, las mismas casitas de frondosos y cuidados
jardines, las mismas aves, los mismos vecinos...
Hablando de vecinos... aquí llega
nuestro amigo, el pensador de Woolsthorpe. Ha regresado hace poco de Cambridge,
ignoro el motivo aunque se han oído rumores acerca de una epidemia de peste. Qué
hombre éste tan extraño... siempre con ese aire ensimismado, meditabundo,
reflexivo... Al verle, cualquiera diría que en su mente se están gestando ideas
que han de dividir en dos la historia del mundo.
Hoy parece cansado. Tal vez ha pasado
una mala noche. Tal vez esos pensamientos que lo tienen tan absorto no le han
dejado dormir.
¡Vaya!. Ahora empieza a soplar este
vientecillo templado... No es muy fuerte pero no me gustan estos aires
pacíficos que soplan a la hora del té. Son traicioneros y tienden a convertirse
en auténticos vendavales a la menor oportunidad.
Debe de estar muy fatigado nuestro
amigo, sí. Acaba de recostarse sobre la hierba y ha entornado los ojos...
¿No lo dije? Es como si Bóreas me
hubiera escuchado y quisiera darme la razón: la lenta brisa de hace unos
minutos se está convirtiendo en un viento que gana fuerza por momentos. Qué
forma de agitar las ramas, qué forma de levantar la hojarasca...
¡Por todos los diablos del
infierno!... ¿qué estoy viendo? ¡Mi pedúnculo! ¡Mi pedúnculo está a apunto de
desgajarse de la rama! ¡Oh, Dios mío!, si se suelta ahora... si se suelta ahora
no sólo habrá acabado mi vida dependiente sino que... ¡iré a caer justo en la
coronilla de nuestro querido vecino, el señor Newton!
Eres de lo que no hay... me encanta.
ResponderEliminarBesos, reina.
Es un fondoblog de lo más del fondo, corasón, y creo que me quedó bien porque me sigue gustando.
EliminarLo cual que me alegra que a ti también te guste.
:-)
Gracias, preciosa, un abrazo.
Es que te ocurre cada cosa, ¡por dió! y todo por un pedúnculo.
ResponderEliminarBesitos
Eran bueno tiempos, Rosa preciosa: mi musa tenía buenas ideas.
EliminarMuchos besos, corazón.