Ciento veinte palabras para nuestros pequeños grandes amigos. Josep, tú me lo has recordado.
Desde que había vuelto del hospital, el perro no se había
separado de él. Durante el día, vigilaba desde la puerta del dormitorio y por
la noche se tumbaba en la cama, a sus pies, durmiendo sin dormir. Una rutina de
varios meses que no abandonó en ningún momento. Para llevarlo al veterinario su
hijo mayor tuvo que cogerlo en brazos y esquivar varios amagos de mordisco.
Aquella noche le despertaron los lametazos del perro en
su mano. Todos sus dolores habían desaparecido y lo envolvía un extraño
bienestar.
—Ya viene a buscarme, ¿verdad? —preguntó.
El perro le dio otro lametón y luego se acurrucó a su
lado. Él cerró los ojos y le acarició la cabeza.
Cómo un relato tan breve puede ser a la vez tan tierno. Será por la forma, será por el fondo, pero me ha emocionado. Un abrazo.
ResponderEliminarSe pueden poner muchísimas cosas en ciento veinte palabras, Josep.
EliminarYo aquí quise poner un poco del cariño que le tenía a mi perro.
Gracias por leer y por comentar, un abrazo muy grande.
Mucho cariño, en efecto, en este cuadro de ternura y camaradería...
ResponderEliminarPrecioso y emotivo, hermana.
Un besazo!
Es que ellos son así, hermana.
EliminarAbrazo enorme.