Hablando de relatos cómplice, este lo es y mucho.
Quien sepa a quién apodaban Koba tiene la mitad del trabajo hecho.
Sin embargo, no faltan pistas a lo largo del cuento, por si alguien
sigue leyendo sin acudir a Google y descubre la historia antes
de llegar al final o justo en el final, en ese 19 de agosto.
LA SOMBRA DE KOBA
—¿Cómo estás, Leo?
Así me saluda Lupe, que acaba de salir a la terraza y de
dejar sobre la mesa una jarra de agua fría, lo único que me apetece beber en
esta tierra reseca. Se queda mirándome como si esperara una orden, como si sólo
hiciera falta que yo expresara un deseo para que ella corriera a satisfacerlo.
Se sienta a mi lado y apoya su mano sobre la mía.
—¿Cómo estás, Leo?— repite
Su voz es musical, cantarina. Se empeña en quitarme la
consonante final (y con ella el acento en la última sílaba) y mi nombre suena
casi amable en sus labios. Pero echo de menos que alguien me llame Lev
Davidovich, como Grigory solía hacer. “Lev Davidovich, camarada, ¿no crees que
lo que pretendes es una utopía?”
—Compré duraznos...
Me asombra su piel oscura, me recuerda a la de Frida. Parece
tan densa que se diría que nada puede herirla. Sin querer la comparo
constantemente con la de Irina, blanca, frágil, casi transparente. Irina... Ya
corre 1940, Irina. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde nuestras promesas?. En
realidad, da igual cuánto haya sido: parece una eternidad. Desde esta ciudad,
luminosa y polvorienta, las demás ciudades en las que he vivido, todos los
paisajes que he conocido, todas las casas que he habitado, incluso todos los
rostros que alguna vez han estado ante mis ojos, parecen terriblemente lejanos
como si, en vez de pertenecer a mi vida, formaran parte de un sueño.
—Leo...
Lupe está preocupada por mí. Cuando llegó a casa al día
siguiente del tiroteo y vio la huella de los disparos en las paredes se arrojó
en mis brazos gritando mi nombre y hablando tan deprisa que apenas pude
entender lo que decía. De repente se había dado cuenta de que algo estaba
pasando y ella no sabía lo que era. Iá bami ocheróban, le dije entonces. Nunca
le he dicho “te adoro” a ninguna mujer, ni siquiera a Irina, pero a Lupe puedo
decírselo porque sé que no me entiende.
Ahora se sienta en el suelo, a mis pies, y apoya la cabeza en
mis rodillas. Acaricio su pelo negro y brillante, como seda. Ven, pequeña
diosa, niña de piel color canela y ojos como pozos. Te contaré que el otro día,
cuando Sheldon y yo salíamos de Museo, una vieja india llena de collares y brazaletes
se empeñó en leerme la mano. Veo un martillo cerca de ti, me dijo. Y una hoz,
le contesté, casi divertido. Ten cuidado, me advirtió con gesto sombrío.
Claro que tengo que tener cuidado. La sombra de Koba es tan
larga como los cauces de todos los ríos soviéticos y tan penetrante como el
aire helado de Siberia. Puede llamarse de muchas maneras: NKVD, KGB, GRU...
pero siempre es su sombra. Llegó a Prinkipo, llegó a París y a Noruega y ahora
ha llegado a Coyoacán. La diferencia entre Koba y el frío siberiano es que del
viento gélido de la estepa puedes encontrar con qué protegerte.
Ven, pequeña Lupe. Comeremos duraznos y beberemos agua helada
mientras esperamos la caída del sol, un poco de alivio para este calor
sofocante. Todavía queda mucho verano, hoy es 19 de agosto.
.
ResponderEliminarClaro, si la india llena de collares y brazaletes no había visto jamás un piolet, ¡no vamos a exigir que lo interiorice!
Cienes, Vich. Me gustas mucho cuando guiñas el ojo.
:-)
Lo malo de los guiños es que hay quien puede pillarlos y quien no.
EliminarPero cuando lo pillas... reconozco que es una gozada.
Ya sabes que me gusta gustarte.
Cienes para ti.