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jueves, 7 de noviembre de 2013

MIRÓN (Relato levemente erótico)

Pues eso: levemente.





MIRÓN

Creo que no exagero si digo que me enamoré de ella la primera vez que la vi. Inmóvil, altiva, indiferente a todo lo que la rodeaba, la mirada perdida en un horizonte que yo no conseguía adivinar. Sin que me viera, sin que siquiera adivinara mi presencia, la miré largo rato. Tenía el pelo negro y liso, los ojos muy grandes y la boca perfilada en algo que podría ser una sonrisa.

Volví a la noche siguiente y la encontré en el mismo lugar. Seguía mirando a lo lejos con desgana, como si nada de lo que ocurriera alrededor pudiera resultarle interesante, ni sus compañeras ni la gente que pasaba y las miraba; en el brazo derecho sostenía un bolso demasiado grande. Me fijé en su traje, gris y elegante, y en la blusa blanca que desparramaba su cuello de encaje sobre las solapas de la chaqueta. En aquel momento me imaginé que empujaba aquella prenda hasta que se deslizaba hacia atrás y caía al suelo después de superar el escollo de sus hombros y de salvar la curva de sus codos, y así yo accedía, ya mucho más despejado el camino, a los botones de la blusa. Imaginé que los desabrochaba poco a poco, con la parsimonia del que no tiene prisa y disfruta cada instante; que miraba cada centímetro descubierto de su piel, que me inclinaba a besar el surco entre sus pechos con el ansia y la devoción del peregrino sediento.

Días más tarde me atreví a soltar el cierre de la falda, a dejarla resbalar sobre sus muslos tensos. Llevaba unos zapatos negros de tacón, muy elegantes, que besé también antes de quitárselos, antes de iniciar un ascenso lento, húmedo y labial por sus piernas. Suponía una piel tersa, joven como ella, suave como cabritilla, que temblaría con cada roce de la mía, que se estremecería cuando la carrera de mi boca se acercara a la meta, a aquel triángulo gozoso y desnudo.

Llegó la primavera y ella cambió el traje de chaqueta por un vestido vaporoso estampado con flores y los zapatos cerrados por unas sandalias en las que una única tira conseguía el milagro de sujetar sus pies, blancos y perfectos. Aquella noche no imaginé que la desnudaba. Preferí pensar que la abrazaba con fuerza y esperaba a sentir sus brazos alrededor de mi cuello para deslizar mi mano por debajo de la tela, ascender hasta la cintura y, después de bajar lentamente la pendiente de sus nalgas, seguir el curso de la hendidura y alcanzar su hueco cálido y oculto; allí imaginé un vaivén de caricias que a veces se detenían para realizar una atrevida incursión al pozo cálido de su vientre. Sin detener nunca el afán de mi mano, esperé a que mis dedos se llenaran de su humedad, a escuchar sus jadeos (su aliento en mi cuello, su voz vibrando en mi piel). La sujeté cuando finalmente llegó al éxtasis, cuando, laxa y rendida, se desplomó gimiendo.

Después era ella la que me desabrochaba la camisa, la que soltaba el cinturón y tiraba hacia abajo de mis pantalones, la que dibujaba con la lengua la línea media de mi cuerpo hasta acabar arrodillada frente a mi carne obediente. Me imaginé hundido en aquella cueva de roja entrada, topando su fondo, y sospeché roces más fríos, caricias con dureza de vidrio, remolinos de vértigo alrededor de mi mástil. Imaginé avances y retrocesos, subidas y bajadas que me arrastrarían, de su mano y de su boca, hasta la rendición y el abandono.


Hoy he vuelto después de varias semanas de ausencia forzosa. La he buscado en el sitio de siempre pero ya no está. En su lugar, bajo las luces blancas del escaparate, un ridículo muñeco en dos dimensiones simula una figura femenina de la que cuelgan, como trapos, una blusa de estilo hippy y unos pantalones anchos.


Una ridícula peana hace innecesarios los zapatos y ni siquiera han tenido la decencia de pintarle unos ojos y una boca.

7 comentarios:

  1. ¡Por dió! Con qué poco se conforman algunos. ¡Ja,ja,já! Viniendo de ti esperaba ansiosa el final, esa sorpresa que guardas en la manga. ¡Estupenda!
    Besitos

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    1. Pobre, a mí me da penita, mujer, por lo imposible de su amor.
      Gracias por todo, Rosa preciosa.

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  2. ¡¡Maravilloso!! Ese deslizamiento por el erotismo más fino todo el tiempo y al final la gran sorpresa espectacular, inesperada... Me quedo encantadísima!!

    Mil besos.

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    1. Qué bien sorprenderte, hermana.
      ¿Encantadísima? Eso me gusta más todavía.
      Un abrazo enorme.

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  3. No, nunca. He sentido muchas veces, eso sí, que no pertenezco a la misma raza que algunos de mis congéneres, pero en un enjambre nunca.
    Es curiosa tu pregunta.
    Gracias por leer y por comentar.
    Pasa y ponte cómodo, estás en tu caja.

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  4. Me ha parecido un relato buenísimo. Escribes de miedo.
    Muchos besos.

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