Pues eso: levemente.
MIRÓN
Creo
que no exagero si digo que me enamoré de ella la primera vez que la vi.
Inmóvil, altiva, indiferente a todo lo que la rodeaba, la mirada perdida en un
horizonte que yo no conseguía adivinar. Sin que me viera, sin que siquiera
adivinara mi presencia, la miré largo rato. Tenía el pelo negro y liso, los
ojos muy grandes y la boca perfilada en algo que podría ser una sonrisa.
Volví a
la noche siguiente y la encontré en el mismo lugar. Seguía mirando a lo lejos
con desgana, como si nada de lo que ocurriera alrededor pudiera resultarle
interesante, ni sus compañeras ni la gente que pasaba y las miraba; en el brazo
derecho sostenía un bolso demasiado grande. Me fijé en su traje, gris y
elegante, y en la blusa blanca que desparramaba su cuello de encaje sobre las
solapas de la chaqueta. En aquel momento me imaginé que empujaba aquella prenda
hasta que se deslizaba hacia atrás y caía al suelo después de superar el
escollo de sus hombros y de salvar la curva de sus codos, y así yo accedía, ya
mucho más despejado el camino, a los botones de la blusa. Imaginé que los
desabrochaba poco a poco, con la parsimonia del que no tiene prisa y disfruta
cada instante; que miraba cada centímetro descubierto de su piel, que me
inclinaba a besar el surco entre sus pechos con el ansia y la devoción del
peregrino sediento.
Días
más tarde me atreví a soltar el cierre de la falda, a dejarla resbalar sobre
sus muslos tensos. Llevaba unos zapatos negros de tacón, muy elegantes, que
besé también antes de quitárselos, antes de iniciar un ascenso lento, húmedo y
labial por sus piernas. Suponía una piel tersa, joven como ella, suave como
cabritilla, que temblaría con cada roce de la mía, que se estremecería cuando
la carrera de mi boca se acercara a la meta, a aquel triángulo gozoso y
desnudo.
Llegó
la primavera y ella cambió el traje de chaqueta por un vestido vaporoso
estampado con flores y los zapatos cerrados por unas sandalias en las que una
única tira conseguía el milagro de sujetar sus pies, blancos y perfectos. Aquella
noche no imaginé que la desnudaba. Preferí pensar que la abrazaba con fuerza y
esperaba a sentir sus brazos alrededor de mi cuello para deslizar mi mano por
debajo de la tela, ascender hasta la cintura y, después de bajar lentamente la
pendiente de sus nalgas, seguir el curso de la hendidura y alcanzar su hueco
cálido y oculto; allí imaginé un vaivén de caricias que a veces se detenían
para realizar una atrevida incursión al pozo cálido de su vientre. Sin detener
nunca el afán de mi mano, esperé a que mis dedos se llenaran de su humedad, a
escuchar sus jadeos (su aliento en mi cuello, su voz vibrando en mi piel). La
sujeté cuando finalmente llegó al éxtasis, cuando, laxa y rendida, se desplomó
gimiendo.
Después
era ella la que me desabrochaba la camisa, la que soltaba el cinturón y tiraba
hacia abajo de mis pantalones, la que dibujaba con la lengua la línea media de
mi cuerpo hasta acabar arrodillada frente a mi carne obediente. Me imaginé
hundido en aquella cueva de roja entrada, topando su fondo, y sospeché roces
más fríos, caricias con dureza de vidrio, remolinos de vértigo alrededor de mi
mástil. Imaginé avances y retrocesos, subidas y bajadas que me arrastrarían, de
su mano y de su boca, hasta la rendición y el abandono.
Hoy he
vuelto después de varias semanas de ausencia forzosa. La he buscado en el sitio
de siempre pero ya no está. En su lugar, bajo las luces blancas del escaparate,
un ridículo muñeco en dos dimensiones simula una figura femenina de la que
cuelgan, como trapos, una blusa de estilo hippy y unos pantalones anchos.
Una
ridícula peana hace innecesarios los zapatos y ni siquiera han tenido la
decencia de pintarle unos ojos y una boca.
¡Por dió! Con qué poco se conforman algunos. ¡Ja,ja,já! Viniendo de ti esperaba ansiosa el final, esa sorpresa que guardas en la manga. ¡Estupenda!
ResponderEliminarBesitos
Pobre, a mí me da penita, mujer, por lo imposible de su amor.
EliminarGracias por todo, Rosa preciosa.
¡¡Maravilloso!! Ese deslizamiento por el erotismo más fino todo el tiempo y al final la gran sorpresa espectacular, inesperada... Me quedo encantadísima!!
ResponderEliminarMil besos.
Qué bien sorprenderte, hermana.
Eliminar¿Encantadísima? Eso me gusta más todavía.
Un abrazo enorme.
No, nunca. He sentido muchas veces, eso sí, que no pertenezco a la misma raza que algunos de mis congéneres, pero en un enjambre nunca.
ResponderEliminarEs curiosa tu pregunta.
Gracias por leer y por comentar.
Pasa y ponte cómodo, estás en tu caja.
Me ha parecido un relato buenísimo. Escribes de miedo.
ResponderEliminarMuchos besos.
Gracias, Mar.
EliminarUn abrazo muy grande.