ESTAMOS EN LA GLORIA
—¿Estás
seguro, Julio? —preguntó el anciano de pelo canoso y ralo y mirada perdida.
—Tanto
como seguro, maestro —dudó el hombre alto de mirada verde que tenía dificultad
para pronunciar la erre—… Usted sabe tan bien como yo que acá es difícil
enterarse de las cosas pero…
—Pues
hay que asegurarse, compadre —empezó a decir el caballero obeso, pero no pudo
seguir porque le dio un ataque de tos que le obligó a sacar un pequeño
nebulizador del bolsillo y hacer una profunda inhalación.
—Tenés
que cuidarte esos bronquios, Lezama —dijo el anciano. Le llamaban por su
apellido, como a Donoso, el otro José del grupo, para no confundirlos—, esa tos
sonó fatal…
—Ya lo
hago, Jorge Luis, pero esta mala bicha del asma siempre me gana la mano.
El
hombre alto de mirada verde se quedó quieto, ligeramente inclinado hacia
adelante, esperando que alguno de sus dos interlocutores dijera algo que le
permitiera entrar en acción.
—¿Avisaste
a los demás? —quiso saber el anciano llamado Jorge Luis.
—No,
maestro, vine derecho a contárselo a ustedes.
—Ah,
bien… es prudente por tu parte… sobre todo si consideramos que no hay nada
confirmado…
—Yo
creo, Jorge Luis —dijo Lezama al tiempo que guardaba el inhalador—, que es muy
probable que Julio entendiera bien, fíjate que hay rumores desde la semana
pasada…
—Está
bien, está bien —concedió el anciano de mirada perdida—, se lo diremos a los
demás. ¿Alguien sabe dónde está Rómulo? Es a él a quien tendrías que estar
contándole esto.
—Pensé
que estaría con ustedes —dijo Julio.
—Estará
en el cuarto de jugar, con ese trenecito eléctrico que le regalaron —sugirió
Lezama.
—Contale
a él antes que a nadie, Julio.
—De acuerdo,
maestro.
El
hombre alto que no podía pronunciar la erre salió de la biblioteca y, a grandes
zancadas, recorrió el amplio pasillo hacia la puerta del fondo. Abrió con toda
la energía de sus noventa kilos y dio un rápido vistazo a la estancia.
—Hay
noticias, don Rómulo —anunció mirando fijamente al hombre que jugaba con el
tren eléctrico.
Don
Rómulo pulsó el interruptor y el tren se detuvo a la entrada del túnel. Se
levantó pesadamente.
—¿Quién,
Julio?
En el
salón, los restantes miembros del Club de Viejas Glorias del Boom Hispanoamericano se entretenían en
diversas actividades. Alejo, como siempre, escuchaba música con los ojos
cerrados, hundido en un sillón de orejas; Guillermo hojeaba, por enésima vez,
un álbum de viejas fotos de La
Habana ; Juan Carlos leía los poemas que, semanas atrás, le
había llevado Idea Vilariño quien, a su vez, le miraba con arrobo; Adolfo se atusaba
las cejas rebeldes, concentrado en la lectura de un libro en alemán; Manuel,
haciendo honor a sus orígenes aristocráticos, tomaba el té en una taza de fina
porcelana inglesa; Donoso, con un vaso de whisky en la mano, recordaba a los
frailes dominicos de Valladolid que le habían invitado a dar una conferencia
sobre su obra en el Instituto de Filosofía; Augusto, con ojos curiosos,
estudiaba una antología de poesía guaraní y, por el rabillo del ojo, espiaba a
Octavio que escribía, seguramente, un poema de amor. Sentado al piano, Miguel Ángel
repasaba una partitura de Emulo Lipolidón.
Todos
ellos volvieron la cabeza casi al mismo tiempo, hacia la puerta por la que
entraban Julio, Lezama y el viejo don Rómulo sirviendo de cayado a Jorge.
—Compañeros
—anunció don Rómulo con voz emocionada—: hay noticias.
Poco
tiempo después, sobre la puerta de oscura madera que daba entrada al Club de
las Viejas Glorias del Boom
Hispanoamericano, colgaba una enorme pancarta de tejido blanco en la que, en
grandes letras rojas, podía leerse:
¡BIENVENIDO,
MARIO!
Yo, de mayor, quiero formar parte de un club así. Qué bien ambientado, paisana.
ResponderEliminarBesos!
El Club de las Viejas Glorias del Tintero Virtual, paisano.
Eliminar:-P
Un abrazo.
¡Qué homenaje más precioso! Julio no merecía menos y qué decirte, Mario estará siempre con nosotros y allí veo que se va a sentir a gusto.
ResponderEliminarEso es exactamente lo que es, Irene, un homenaje a todos ellos, para agradecerles todo lo que me dieron con sus libros.
EliminarUn abrazo enorme, Reina.
Delicioso relato.
ResponderEliminarSiños.
Gracias, Manuela. Me encantó escribirlo y creo que se nota.
EliminarBesos también para ti.
Una vez más, has logrado introducirnos en tan selecto club, sin casi percibirlo.
ResponderEliminarUn abrazo